Entre aromas a leña, tortillas recién hechas y recuerdos de infancia, Blanca Delia Villagómez encontró en la cocina no solo una tradición heredada, sino también una forma de sanar.
Lo que comenzó como un juego entre fogones, hoy la ha llevado a compartir su sazón con algunos de los chefs más reconocidos del país.
Desde su restaurante en Tzintzuntzan, Michoacán, Blanca honra las recetas de su madre y demuestra que el amor y la resiliencia también se sirven en un plato.
“Desde chica andaba en el mandado, tenía como cinco años cuando mi mamá me enviaba a comprar los ingredientes y me enseñó a agarrar el jitomate para que no estuviera aguado; desde ahí me empecé a involucrar en la cocina”, recordó Blanca Delia Villagómez, quien compartió con MILENIO la historia que la ha llevado a cocinar y compartir recetas con chefs como Enrique Olvera, Elena Reygadas y Gabriela Ruíz.
De jugar con masa a cocinar para su pueblo
Los juegos de niña iban de un fogón a otro; su distracción era jugar con la masa para hacer tortillas.
“Recuerdo que lo primero que cociné fue un bistec en chile negro, aparte de los frijoles que es lo normal. Tenía seis años y estaba bien chiquita; ve mis manos, por eso las tengo maltratadas —mostró las cicatrices que han quedado del constante contacto con el calor—. Tengo las manos como de una viejita, porque todo el tiempo han estado en el fuego”, contó con una sonrisa nostálgica.
Su mamá era mayora del pueblo, mujeres expertas que supervisan la correcta elaboración de la comida tradicional y heredan técnicas e ingredientes ancestrales.
“Mi mamá hacía la comida para todo el pueblo y desde chiquita me llevaba; aprendí a preparar los platillos. En la cocina de la casa, la chimenea era muy alta y no alcanzaba. Mi papá me hizo un tapanco de madera para que volteara las tortillas, y mi mamá me mandó a hacer un metatito con florecitas a los lados para que me motivara”, recordó.
Blanca Delia considera que la forma en que su madre la involucró en la cocina fue especial:
“Nunca me lo impuso, siempre fue como parte de un juego. Cocinaba para todos mis hermanos; soy la más chica de seis, y siempre tomé una responsabilidad que no me pusieron”.
Cocinar como una forma de tener terapia
Su familia se dedicaba a la alfarería y a la artesanía con paja, y ella cocinaba para apoyar a su madre:
“A todos nos enseñaron a cocinar —explicó—. Tres de mis hermanos estudiaban por la mañana y hacían la comida en la tarde, mientras los otros tres estudiaban en la tarde y se encargaban del desayuno y almuerzo”.
Nunca pensó dedicarse a la cocina como negocio.
“Tenía un hermano mayor que siempre me decía: ‘vamos a poner un restaurante’. Me preguntaba cuánto nos darían por un platillo, y yo le decía que eso no era posible. Éramos muy unidos. Él se accidentó y murió… a raíz de eso me deprimí”, compartió.
Para salir de esa depresión, decidió buscar terapia ocupacional. Así, en 2009 comenzó a vender cenas desde su casa.
“De ahí se fueron dando las cosas. Siempre me ha encantado la cocina, pero nunca lo pensé como negocio ni estar ahorita en estos niveles, feliz y haciendo lo que me gusta”, aseguró.
Su terapia se convirtió en negocio casi de inmediato. Aunque no tenía dónde sentar a la gente, sus clientes se acomodaban en la banqueta mientras ella cocinaba en su fogón.
“Siempre tenía fila, y en cuanto abría las cortinas ya había gente esperando la cena. Se me hacía bonito: salí de la depresión y se convirtió en negocio. Uno de los clientes, que era secretario de Turismo regional, me invitó a cocinar con Las Cocineras Tradicionales en 2012. Me trajo en su carro, donde cargamos el bracero, la leña, cazuelas e ingredientes”, recordó entre risas.
Ese primer año ganó un premio, aunque terminó con pérdidas porque no sabía calcular los costos:
“Pero me encantó esto y vi que es lo mío. Siempre me ha gustado cocinar e imaginar platillos con los ingredientes que tengo a la mano; mi mamá decía que con lo que había tenía que salir algo para comer”, contó.
“Mi cocina es un apapacho”
Para Blanca Delia, la cocina es un lugar donde hay amor, cariño y apoyo. Muchas de las mujeres que trabajan con ella son madres y jefas de familia, y entre todas se respaldan. “Somos una familia”, dice con orgullo.
Su restaurante, ubicado en Tzintzuntzan, es un espacio acogedor decorado con artesanía tradicional. Lo define como una cocina que “apapacha”, porque evoca los recuerdos entrañables de los sabores familiares.
“El otro día llegó un señor mexicano que toda la vida ha radicado en Estados Unidos y estaba llorando. Me dijo que le había recordado los sabores de cuando vivía en México y comía lo que hacía su abuelita. Eso es muy bonito y me llena de cariño. Los clientes se hacen tus amigos y ya sabes lo que les gusta”, relató emocionada.
Del fogón al Festival Morelia Boca
Desde 2013 ha participado en el Festival Morelia en Boca, y asegura que su crecimiento se lo debe a ese encuentro y a las Cocineras Tradicionales, quienes han logrado dar visibilidad internacional a la gastronomía mexicana.
“Esto me ha abierto la mente a cosas que nunca imaginé. Me han enseñado a maridar los platillos tradicionales. He crecido y he tenido la oportunidad de cocinar con chefs de mucho renombre como Enrique Olvera (Pujol), Elena Reygadas (Rosetta) y Gabriela Ruíz (Carmela y Sal), también con chefs de otras partes del mundo. Es bonito que vengan a conocer nuestra cocina y he aprendido de ellos a crecer mi negocio”, finalizó.
Algunos de sus platillos emblemáticos son las enchiladas con conejo, codorniz, churipo y mole —la carta cambia según la temporada.
Además, su status en Morelia en Boca le han llevado a cocinar con chefs de renombre, como Erick Guerrero, Alex Chávez y Shary Romo.