Como en toda obra auténtica, los poemas de Jorge Pimentel están más allá de toda imposición ideológica y de toda elucubración “teórica”; incluso —y a pesar de las posturas doctrinales de Hora Zero, donde él fue iniciador y un guía en los setentas—. Quien haya leído Ave soul (1973) y, en especial, la original composición “Balada para un caballo”, lo sabe.
En este poema, Pimentel vuelve a reinventar la inagotable imagen de la libertad en un caballo que huye de la ciudad. A galope, sin brida alguna, cruza las calles atestadas, abandona los muros y encuentra los bosques dormidos “que despierto con el sonido de mis cascos”; y con velocidad creciente: “vuelo en el viento y vuelo en el polvo. / Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos”.
En un lenguaje llano, pero elevado en la frescura, Pimentel nos introduce en la metamorfosis del caballo que, al mismo tiempo, nos ofrece la metamorfosis de nuestra voluntad en la búsqueda de un nuevo sentido.

El libro Ave soul, y en particular el poema “Balada para un caballo”, están poseídos por el sueño utópico de los sesentas y dominados por un aliento liviano que corre hacia la prosa, plenamente desarrollada en Primera muchacha (1997).
Estas composiciones de Pimentel tienen la autenticidad y la beligerancia memorables de los poemas de Contranatura, de Rodolfo Hinostroza. También poseen —aunque no sea evidente a primera vista— la sorpresa y el aliento largo de la crónica denodada de Noé delirante, de Arturo Corcuera, y de Canto ceremonial contra un oso hormiguero, de Antonio Cisneros.
Quizá vale la pena señalar que en la narrativa lírica de todos estos poetas se anuncia la recuperación del poema en prosa, que ocurre de modo oblicuo en Eduardo Chirinos y de forma consumada en los hermosos textos de José Watanabe y Miguel Ángel Zapata.
Así, pues, Jardín de uñas, publicado en 2024 por el FCE de Perú, tiene un triple interés, sobre todo si pensamos que este libro se escribió hace treinta y tres años, en la época de Tromba de agosto, y que había permanecido inédito.

En primer lugar, nos deja comprobar que el credo libertario de Pimentel no estaba atado por las cadenas del marxismo dogmático, y su estética tampoco estaba —ni está— lastrada por el realismo político ni por el “compromiso” con la jerga vagabunda y cruda que apuntaba Hora Zero.
En segundo lugar, podemos observar cómo el germen prosístico experimentó el desarrollo de algunos caracteres narrativos, que ya estaban presentes en el poema sobre Arthur Rimbaud en Lima.
Y, en tercer lugar, vemos florecer, aquí y allá, el espejo salvaje que nos permite escapar no sólo de nuestros convencionalismos, sino hallar en la voracidad de la representación animada —animal— un nuevo sujeto que es pura inmediatez.
Jardín de uñas es un texto radical en su violencia inventiva y, también, un texto que fluye en la corriente interior de la conciencia del poema con personaje propio, ofreciéndonos una exploración de la poesía al ritmo de la narración y el habla.
En una pasión melancólica y, a la vez, insumisa —que tiene como referencia mayor a Vallejo— tal vez podemos sentir no sólo la ausencia, sino el resurgimiento del silabeo de Martín Adán, de Carlos Germán Belli y del propio Vallejo.
AQ