Gerda Gruber (Bratislava, 1940) nació durante la Segunda Guerra Mundial. Quizá por eso sea así, una semilla-artista que busca preservar con su obra, en particular en el país que adoptó y que la adoptó, otras semillas, las reales y las metafóricas, las vegetales y las metafísicas, aun aquellas sobre la muerte. “No sé qué soy: si el jardinero que planta las semillas o las semillas que planta”, dice a Laberinto.
Camina al lado de la curadora Daniela Pérez, la escucha con atención como si ella misma fuera su público que busca aprender en la voz de otra. Mira de vez en cuando, con cierta indiferencia de gato, a quienes las acompañan por las cuatro salas de la retrospectiva Gerda Gruber: Entre verde y agua que exhibe el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco).
Casi no habla. Frente a su pieza Libro-fragmentado (2025), una obra de manta y bambú que reproduce versos o títulos de poemarios en sus tiras de tela, como Árbol adentro, de Octavio Paz, Gerda Gruber comparte que aprendió a hablar español gracias a la poesía, a la que ama por sus abstracciones y por cómo, a partir de estas, se describen las atmósferas vegetales.
Vio la luz en lo que hoy es la capital de Eslovaquia, creció en Austria, llegó a México en 1975, por invitación de Gilberto Aceves Navarro, a dar clases en la Academia de San Carlos. Un año después fundó el Taller de Escultura en Barro en la Escuela Nacional de Artes Plásticas donde enseñó durante una década mientras simultáneamente abría talleres en Monterrey con las industrias locales. Confiesa que vino a México atraída por las culturas prehispánicas, que, entre otras cosas, tenían plena conciencia de la muerte, como otras culturas antiguas. A finales de los años ochenta encontró refugio en Cholul, a las afueras de Mérida, Yucatán.

Daniela Pérez, excuradora del Museo Tamayo, recuerda que la preocupación de Gruber por la vida vegetal le ha permitido integrar una interpretación única desde su imaginario a partir del impacto de las capas de estructuras y de resguardo que reconoce en semillas, sombra, viento, plantas, luz, nidos, agua, y una tradición proveniente del conocimiento milenario. De ahí surgen piezas como Campo magnético, una intervención en una escuela pública de Yucatán que se muestra a través de la fotografía, entre las 113 piezas y treinta grabados de la exposición en el Marco.

Gruber, que huye de lo urbano, se topó con una escuela en la que los alumnos no contaban con ningún tipo de vegetación a su alrededor. Sembró árboles neem colocados en un espacio circular diseñado por ella, con lo que al germinar las semillas y dar árboles se formó un espacio protector. O su proyecto Catálogo de semillas, que surge de su preocupación por el aumento en el nivel del mar por el cambio climático que, según la NASA, sumergirá zonas de Yucatán. Ante eso, Gruber recolectó semillas de plantas medicinales que resguardó en contenedores de barro, con formas parecidas a huevos prehistóricos, que serán sepultados como cápsulas del tiempo.
Navegar hacia (2020) se antoja la única pieza triste en la exposición que abrió el 12 de septiembre y que estará en el Marco hasta marzo. En abril pasará al Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Es una canoa elaborada de bambú que Gruber comenzó a realizar en su confinamiento solitario durante la pandemia, para recordar a las siete mil víctimas del coronavirus en Yucatán. La artista llenó la embarcación de un par de metros, suerte de barca de Caronte, con setecientos puños de arcilla en los que cabían cien gramos de semillas en cada uno de ellos, que, dice, “es lo que pesa el alma humana”, y pintó cruces diminutas.
Al enfocar parte de su obra, ¿se siente reflejada en ella como semilla con todo lo que ha hecho en medio siglo en México y en la formación de artistas?
Una alumna en Monterrey, Miriam Medrez, me dijo: “Gerdita (así me llaman mis alumnos), dejaste la semilla sembrada en mí”. Yo no sé si soy el jardinero que planta las semillas o las semillas que planta. No sé cuál sea, pero estoy consciente de que es mi tarea. Me lo propuse y lo hago, es la parte didáctica de mi obra. Ya no enseño, renuncié. Tengo mi taller lleno de jóvenes y gente que fueron mis alumnos, con quienes hay un constante flujo de ideas y de prácticas agradables y estructuradas.
La estructura es un concepto fundamental en su obra. Afirma, de hecho, que todos somos estructuras, pero ¿eso no se contrapone con la parte orgánica, vital, de sus obras?
Todos tenemos una estructura que está cubierta de un elemento orgánico. Imagínate que tienes unos palitos y les pones un algodón encima, y el algodón es orgánico, suave. Puedes hacer formas circulares, y dentro de esto hay una red de estructuras. Cuando no teníamos estructuras, no podíamos caminar, funcionar. Nuestro esqueleto es una estructura. Claro, los músculos lo apoyan, porque el esqueleto se deshace cuando no tenemos músculos. Y dentro de todo eso están los órganos, que funcionan a través de nuestra sangre. Y en la sangre hay también una estructura que se ve a nivel microscópico.
¿Concibe su obra como una metáfora de esa unión entre la estructura y lo orgánico?
Sí, definitivamente.
Ante Libro-fragmentado dijo que ama la poesía por ser algo abstracto, pero buena parte de su obra expuesta en Marco es muy concreta, muy orgánica. ¿Cómo concilia ambos conceptos?
La poesía es algo muy abstracto, que leo y después digiero y transformo hasta llegar a la expresión, que no siempre es orgánica. Una de las esculturas que vemos en la exposición, de madera, no es orgánica, es geométrica. Tiene una estructura muy visible, porque sin estructura no podría estar tan esbelta y equilibrada. A veces las cosas son orgánicas, que es un término que se usa mucho por ser algo circular, amorfo, indefinido, pero dentro está la estructura.

Su proyecto Catálogo de semillas me recuerda el mito del Arca de Noé. ¿La semilla es para usted una necesidad de creación, de continuidad o renovación?
Las tres cosas, ciertamente. ¿Cuál es la primera semilla? Nosotros mismos en el útero, ahí crecimos protegidos. Vamos a estar adentro, en las semillas o los nidos, listos para funcionar, no vamos a salir hasta que sea oportuno. Ahí estamos protegidos y cubiertos, pero viviendo y funcionando.
Tengo la impresión de que trabaja con otros materiales para conocer mejor el barro. ¿Es así?
No. El barro es una materia que tenemos dentro de nosotros. Lamentablemente, a los niños se les enseña primero el dibujo. Eso no es correcto. Deberían dar al niño un pedazo de barro en la mano y que modele o forme algo para su archivo, para su recuerdo, porque va a saber dibujar un perro mucho mejor cuando lo modele que cuando primero lo dibuje. El barro es una cosa cotidiana que me lleva a la investigación. Yo no puedo, por ejemplo, hacer una estructura tan sutil como la que tengo en una hoja de fieltro con bambús adentro. El barro no me da eso, no me da, y no quiero perderme este experimento para explorarla, para conocerla, que eso sí puede hacerse visible.
Navegar hacia me pareció la única pieza triste de su obra expuesta, la única sobre el duelo. Los puños de arcilla que contiene se me figuran los cráneos de un tzompantli azteca. ¿Pensó en esa relación entre el barro, esos puños de arcilla, con las calaveras?
Sí. Las culturas antiguas estuvieron muy relacionadas con la muerte. Nosotros tenemos mucho miedo de la muerte, por varias razones. La única vez que todos enfrentamos la muerte, la única vez que todos vivimos la misma experiencia, fue durante la pandemia. Antiguamente, los indígenas no tenían tantas cosas como ahora, cuando tenemos alrededor muchas que nos desvían de nuestro destino, de la función en nuestra vida. Así empezamos y así vamos a terminar, pero mientras, tienes una tarea, cada uno tiene su tarea. Mi tarea es lo que yo quiero proteger y preservar y hacerlo funcionar para futuras generaciones. Nací en la guerra. Tal vez viene de allí.
Al buscar preservar, por ejemplo, semillas de plantas medicinales en Catálogo de semillas, ¿se ve a sí misma como en la antigüedad esas sacerdotisas, que curaban con plantas?
Pues sí, pero no es brujería. Más bien es una guía que doy para sobrevivir.

Varias artistas europeas escogieron México para vivir y crear, como usted. Leonora Carrington, Remedios Varo, por ejemplo ¿Se siente en algún sentido vinculada a estas artistas?
En cierta manera, el surrealismo está muy presente en México. Y creo que uno u otro de sus pensamientos tal vez estaban con esta idea, pero ellas lo resolvieron de otra forma.
Me refiero a Remedios Varo y Leonora Carrington porque en sus pinturas hay personajes que parecen querer preservar el conocimiento, la sabiduría ancestral, como usted. ¿En ese sentido se vincularía a ellas?
De rituales no, pero de conservar el mundo, preservarlo y dejar que funcione, sí. Soy una persona simple y hago mis cosas. Tengo una rutina, pero no obligo a nadie a pensar lo mismo que yo. A mis alumnos, lo primero que hago es preguntarles: “¿Cómo te sientes?”, “¿quieres hablar de ti?”, “¿de dónde vienes?” No les doy tarea, ellos me dan la tarea a mí y yo necesito resolverla.
¿Y cómo se siente con esta gran retrospectiva de cincuenta años de su obra en México?
Medio rara. Sobreviví. Yo digo que en papeles soy muchas cosas, pero en mi corazón soy mexicana.

AQ