El filósofo y crítico Jorge Juanes ha escrito 32 libros y anda metido en la confección de una historia del arte en cuatro o cinco tomos. No obstante, dice estar en deuda con el arte. “A partir del problema del arte y de cómo Platón expulsa a los artistas de su República, levanté una relación de sospecha: por qué la filosofía no soporta al arte. Y esto me llevó a desmarcarme de la filosofía como un discurso de poder. Por tanto, hablo como un expulsado de La República de Platón”, expone Juanes.
Recibe en su estudio a Laberinto y advierte que está “dispuesto a responder lo que sea” en la entrevista, en la cual lo mismo habla sobre Karl Marx, Francisco de Goya, Frida Kahlo, Gabriel Orozco o Rafael Lozano-Hemmer, que refiere cómo se hizo mexicano en medio de la guerra tras experimentar dos dictaduras.
El autor de Los caprichos de Occidente (1984) nació en 1940 en la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo cuando sus padres valencianos escaparon de otro dictador, Francisco Franco. Después llegó a México, se hizo chilango y su patria fueron las calles de Turín y Abraham González, en la colonia Juárez, donde de joven jugaba al tochito, a la cascarita, a lo que fuera.
Profesor en universidades públicas, aunque siempre con sede en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), contribuyó a formar gente en el campo del arte y el pensamiento, creó maestrías, doctorados, talleres a lo largo de más de medio siglo, por lo que el pasado 3 de septiembre un grupo de intelectuales le rindió homenaje en la Casa Universitaria del Libro.
Admite que hay quien cree que es el padre del cantante colombiano Juanes, y con ese mismo humor recuerda cuando el poeta y periodista Renato Leduc le advirtió acerca de recibir homenajes. “Siempre me acuerdo de Renato Leduc, porque cuando le dieron la Medalla Belisario Domínguez, le dije: ‘Renato, qué bárbaro’. Y me respondió: ‘No, ya me chingaron. Cuando en México te reconocen es porque ya estás con un pie en la tumba, cabrón’. Así que espero que no se cumpla esa sentencia”.
El cáncer que padeció hace algunos años le llevó a leer la obra completa de Octavio Paz, de quien dice que está por descubrirse su gran legado como poeta y pensador, aunque no como crítico de arte.
Refrenda su visión del arte como libertario, pero aclara que ese carácter nada tiene que ver con el uso que en la actualidad le dan gente como el presidente de Argentina Javier Milei, que “pervierte el concepto de la libertad”.
“Jorge Juanes es una persona que afortunadamente no sabe quién es, porque se está haciendo. (Mientras uno está vivo, está en tránsito, en estado de suspensión, está alerta a no petrificarse. Cuando uno adquiere una identidad petrificada, está muerto en vida, es un zombi). Es alguien que está preocupado por buscar una alternativa emancipadora y libertaria al mundo contemporáneo. Buscando ha encontrado en el arte el territorio más idóneo, más intrínsecamente ligado a la libertad y la emancipación y trata de pensar desde ahí. Pero todos los días aprendo mucho de arte, a veces uno cree que sabe mucho de arte y no. Estoy en una situación de expectativa, abierto, escuchando a los artistas, a los poetas. No tengo un saber a priori, ellos me lo dan. Yo voy siguiendo la propia aventura, voy coparticipando en la aventura de los artistas, no imponiéndoles un camino”. Así se define Juanes.
¿Qué le hizo sentirse atraído por el pensamiento?
Nunca averiguaremos por qué elegimos ese camino, lo elegimos simplemente y tratamos de ser fieles a eso que elegimos. Es imposible tratar de encontrar la causa que lo provocó. Espontáneamente, me encontré fascinado desde muy joven con todo lo que tiene que ver con el arte. Me he movido en dos territorios: el del pensamiento filosófico y el de la literatura, la poesía y las artes.
¿Y cómo pasó del territorio del pensamiento filosófico al del arte?
Uno se va haciendo. La vida es un permanente hacer y rehacerse por completo. Por tanto, uno va cambiando las perspectivas analíticas. Empieza por un territorio, un campo problemático, un cierto discurso, pero, con la propia experiencia y el propio hacerse a sí mismo, uno va abundando y va abriendo territorios. Eso ha pasado conmigo. He tenido una trayectoria móvil y esa trayectoria se cristalizó en libros. Más allá de las clases y de los cursos y la labor como profesor, también soy escritor. He escrito 32 libros, algunos muy voluminosos.
Ahora está más metido en escribir sobre arte.
En este momento de mi vida, estoy tratando de cumplir mi deuda con el arte. Estoy trabajando cuatro o cinco libros que hacen un recorrido de toda la historia del arte. Como estoy jubilado, tengo mucho tiempo para dedicarme en exclusiva a realizar estos libros. Llevo uno terminado y estoy por terminar el segundo. No hay nada mejor que vivir de lo que uno siente que es el destino de su vida. Y en ese sentido, no lo considero un trabajo, sino un placer.
¿Cómo puede tener una deuda con el arte si ha escrito 32 libros?
Empecé un poco tarde. Tenía 38 años cuando publiqué mi primer libro: Marx o la crítica de la economía política como fundamento (1982). En ese momento pensaba que los problemas del mundo moderno, sus crisis, sus virtudes y sus fracasos, podían tener una solución a partir de la revolución del sistema capitalista.
Estuve muy cerca de la Revolución cubana, viendo en ella una salida emancipatoria y libertaria. Después me pareció que las cosas no funcionaban, que la crisis no se resolvía, que todo aquello que se prometía en los programas y en los proyectos políticos no se cumplía, y empecé a dudar de las teorías que supuestamente encabezan y representan la emancipación. Entré en un estado de pensar por cuenta propia y de un modo radical, y de buscar nuevas vías y nuevas perspectivas de pensamiento. Y en eso estoy. Saqué un libro, Los caprichos de Occidente (1984), un trabajo a partir de las vanguardias artísticas que tiene mucho que ver con la Escuela de Frankfurt, que en ese momento me parecía, en el pensamiento crítico, lo más lúcido.
¿Qué le atrajo del marxismo? ¿Fue el tiempo que se vivía?
Creo que hubo un tiempo de esperanza en la revolución. Soy de la generación de los años sesenta, un hijo del 68. La gran sacudida existencial ocurrió en esos años: una subversión radical de todos los aspectos de la vida, de la sexualidad, de la libertad. Y, desde luego, la Ciudad de México fue una de las ciudades protagonistas. La consigna era cambiar la vida. Más que cambiar de sistema, primero era cambiar la vida, romper las rutinas en las que la gente se mueve, ese sentido común que la tiene atada a costumbres petrificadas. Fue una fiesta de la juventud, que también subvirtió el aspecto artístico, musical, poético y, sobre todo, existencial.
¿Qué resultó de todo eso para usted?
Ahí encontré que esa libertad incondicional era el punto de partida para enfrentarse a los poderes dominantes. Pero una cosa es vivirlo y la experiencia de vivirlo, y otra cosa es la experiencia de pensarlo. Me metí en una especie de silencio, de guardarme a mí mismo para poder reflexionar sobre todo eso. Y rompí un poco con mi pasado, como debe suceder en cualquier gente que está viva. Empecé a escribir y publicaba libros en los que fui planteando mis interrogantes, hablando desde una perspectiva personal. No hablo por todos, no le digo al mundo cómo debe ser. Se trata de la experiencia de un escritor solitario a un lector solitario que pone en juego su propia experiencia existencial y que a partir de ahí piensa el mundo y la comunica.

Dice que el cambio vino con Los caprichos de Occidente. Goya está en él y sus monstruos de la razón. ¿Por qué Goya fue tan importante para usted?
Los hilos conductores son Los caprichos y Los desastres de la guerra. Goya fue el primer gran artista que vio que entrábamos en una nueva era, pero que esa era, que parecía guiada por la razón, por la armonía, por la solidaridad y por la resolución de los problemas, llevaba a un mundo catastrófico. El sueño de la razón en doble sentido: cuando uno no usa la razón es grave y también cuando uno abusa de la razón. Es decir, la razón sueña negándose o sueña soberbiamente. Goya está en el juego de poner más esperanza en la sensibilidad, en el cuerpo, en los sentidos, en los deseos.
El lenguaje es parte de la razón. ¿Cómo llegar al arte desde el lenguaje?
El arte es una experiencia, tengo un leitmotiv a partir del cual me acerco al arte, lo resumo así: pensar el arte desde el arte y pensar desde el arte. Son dos cosas que están encabalgadas. El arte exige penetrar en su problemática intrínseca y no verlo desde afuera. Muchas veces, en licenciaturas, maestrías, doctorados de arte, los maestros se pasan explicando las condiciones políticas, que gobernaba fulanito o este otro, que había esto o lo otro. Y, al final, aquello que es el objeto de su análisis, el arte, es una especie de subproducto que es explicado fuera del arte. Yo parto de todo lo contrario. El arte es un lenguaje (las artes, la literatura, la poesía), es un lenguaje específico que requiere ser analizado, contemplado, examinado, desde adentro de su propia problemática. Y esa es una. La segunda es pensar desde el arte. El arte da a pensar radicalmente. Y lo que descubro justamente en mi experiencia con el arte es que la historia del arte es a su vez la historia de una práctica humana que da a pensar radicalmente y diríamos emancipatoriamente, más que la filosofía, por ejemplo.
¿Pensar el arte desde el arte no resulta contradictorio con esta explicación sobre Goya? ¿Cómo ver a Goya desde Goya?
Goya es un underground, Goya es un francotirador, es un emboscado, un concepto que usó Jünger que a mí me gusta mucho: el emboscado, el que no está con posturas gregarias sino que, precisamente, se atreve a poner su experiencia existencial muy radical. Pero él vive desde el arte el surgimiento de un mundo moderno que él se da cuenta que intrínsecamente es hostil al arte; es un mundo mecánico, abstracto cuantitativo, basado en las relaciones de poder racional, tecnocientífico, logocéntrico que enajena la individualidad, a los ciudadanos que forman parte de ese mundo y que además lleva en sus entrañas una violencia intrínseca; él lo vive, lo experimenta. Goya experimenta esta realidad, tiene esta cosa visionaria, además. Muchos artistas tienen lo visionario, ven el futuro en el presente. Goya ya está viendo algo que de alguna manera hoy es una realidad y que todo lo que ha pasado después, toda la catástrofe que ha habido: los totalitarismos, el fascismo, hoy mismo todo lo que está pasando en Gaza, el genocidio, o en Ucrania, la violencia cotidiana que vivimos en México, de alguna manera Goya la intuyó, en ese sentido es actual.
¿Cuál es su opinión del lenguaje en las cédulas, en las explicaciones de una obra de arte?
Hay que tratar en las exposiciones, por ejemplo, que la gente se acerque no a leer lo que dice no sé qué cartelito, sino más bien a la obra. Crear estrategias para que la gente se acerque a la obra como tal, en su problema. Muchas veces, desgraciadamente, la gente se pone a leer lo que un curador, un crítico o alguien consideró que podría explicar esa obra, pero que finalmente impide, o mediatiza, más bien, la relación directa. No es, como algunos piensan ahora, eliminar o ya no poner más explicaciones, dejar a la gente, tampoco porque es un problema elitista. Hay que tomar en cuenta a la gente que inicia o que no ha tenido la oportunidad de frecuentar el arte y tratar que comprenda que es una experiencia radical.
¿Cómo se relacionó como persona joven con el arte?
El arte es una patria. No hay un arte que responda a una identidad nacional y que todo lo que no responde debe ser excluido, eso no es verdad. El arte es una patria y, efectivamente, esa patria existe en México y yo la he vivido y tengo muchos amigos artistas, he escrito muchos catálogos, muchas cosas, exposiciones que he montado y he tenido mucha cercanía con estudios, talleres, todo eso. Pertenezco a una generación privilegiada, porque nazco en el año 40, justo un poco antes de terminar la Guerra Mundial. Nazco cuando mis padres están viviendo la tragedia de la Guerra Mundial de un modo fehaciente, puesto que eran republicanos españoles que se exilian. Yo nazco en el exilio, en el viaje, vivo esa situación trágica a partir de cómo mis padres la están viviendo y me la transmiten, es una experiencia heredada, pero ya luego vienen las propias experiencias.
¿Y su visión política?
De joven tenía una vida más política que ahora, me interesaba la política, pero ahora creo que de la política no salen grandes cosas. Y vino la sacudida de los 60, la Revolución cubana, y son cosas que viví muy intensamente. Cada generación tiene sus problemas y sus referencias, ahora todo este mundo de la computación, de la inteligencia artificial, la juventud tiene que responder a esa realidad que le toca vivir. Mi generación pasó por toda una serie de acontecimientos decisivos del siglo XX y lo que corre del XXI. Las vanguardias artísticas no, porque son de principios del XX hasta el año 30, y las vanguardias no desaparecen espontáneamente, son liquidadas por poderes brutales, los nazis las consideran arte degenerado; el estalinismo liquida todas las vanguardias; el fascismo; las vanguardias fueron combatidas por los poderes totalitarios precisamente por eso, porque llevaban inscrita la semilla de la libertad, algo insoportable para los sistemas totalitarios cerrados.
Sobre lo nacional en el arte, una directora brasileña, Deborah Colker, que va a montar la ópera de El último sueño de Frida y Diego en la Metropolitan Opera House de Nueva York, me decía que en su producción no había mexicanos porque Frida no era de México, sino del planeta.
Frida Kahlo tiene algo existencial que rebasa lo nacional. Algo en donde el individuo o la gente siente su propia existencia, la tragicidad de su propia existencia encarnada en la obra de Frida Kahlo. Es más un tête-à-tête existencial con los otros. Desde luego, Frida Kahlo es en el mundo del arte uno de los hits. Siempre que se pide algo de México, eso lo sé por experiencia, es o arte prehispánico o Frida Kahlo.
¿Cómo pueden convivir esos valores tan profundos que dice de la obra de Frida Kahlo, con la del arte como mercancía? Usted ha sido muy crítico del arte como mercancía.
Sí, exacto. Eso ya escapa a la propia artista. Porque, efectivamente, hoy un cuadro de Frida Kahlo no tiene precio. Y ya que estamos hablando de Frida Kahlo curiosamente está muy dudoso, ¿qué está pasando? Porque no aparecen los Frida Kahlo. ¿Dónde están? ¿Están todos? ¿No se ha perdido ninguno? Es una cosa patrimonial, pertenece a los mexicanos. Dolores Olmedo se los donó a los mexicanos. Y estamos en una situación de incertidumbre respecto a los Frida Kahlo al cerrar la casa de Dolores Olmedo en Xochimilco. A mí eso me preocupa porque eso quiere decir que el patrimonio nacional en general no está garantizando en su conservación.
Estaba escribiendo un libro sobre el surrealismo…
Ya lo terminé, El surrealismo del fin del mundo, ya salió. Fui a ver la exposición del Centre Pompidou en París por los 100 años del surrealismo, pero ya había hecho yo el libro. Muy buena exposición, extraordinaria, es un trabajo de gente que sabe lo que hace. Era lógico, porque la carta fuerte de la vanguardia francesa, propiamente surgida en París, es el surrealismo. Ahora, Frida Kahlo nunca se asumió como surrealista. Breton decía que ella era surrealista, pero Frida Kahlo, con groserías, respondía que no la metieran en eso, que ella era Frida Kahlo. Lo que estoy haciendo es un libro sobre las vanguardias, llevo ya tres cuartas partes, el año que entra saldrá un libro grande. Y una de las vanguardias que tienen que ser tocadas es el surrealismo.
Hay una revalorización de los surrealistas. Ahora acaban de estrenar una película sobre Leonora Carrington.
En el libro hablo sobre Remedios Varo y Leonora Carrington. Carrington, curiosamente, vivía por aquí cerca (en la Roma) y yo me la he topado muchas veces, ya muy viejilla ella, venía con su asistente a comprar al Walmart. Y nunca me acerqué. Y me arrepiento mucho. No sé, sentí que podía importunarla. Y me arrepiento porque fue una gran protagonista, se pudo haber sacado mucho más de ella. Fue pareja de Max Ernst y fue protagonista, estuvo con los surrealistas. Y también Remedios Varo. Ambas eran, a su vez, uña y carne. Era una relación muy fuerte, porque tenían otro tipo de parámetros. muy herméticos, muy en el esoterismo. Fue un mundo mágico que vivían ellas. No comulgaban con la Escuela Mexicana de Pintura. Ellas tenían su mundo y lo vivían hermética y solitariamente. Y ahí está la obra. Son artistas iconográficamente interesantes. Y Remedios Varo, técnicamente es un artista que maneja mucho lo que serían las grandes técnicas pictóricas, no es nada más una cosa de la iconografía y de la poética surrealista, sino la materialidad de la pintura. Ella es una gente importante.
¿Cumplen estos artistas su planteamiento de pensar desde el arte?
Sí, claro, por supuesto. Y yo lo estoy pensando desde su propia obra. Está Wolfgang Paalen, que tenía que ver con los expresionistas abstractos de Estados Unidos. Hay que tener en cuenta una cosa: cuando vino la guerra europea y se persiguió a las vanguardias, la mayoría de gente importante fue a dar a EEUU, un sector del surrealismo importantísimo fue a dar allá, entre ellos Roberto Matta, un pintor chileno excepcional, que en México no es conocido realmente, tenemos una deuda con Matta, que es uno de los grandes artistas del siglo XX y no se le ha dado el lugar que merece. También estaba Breton en Nueva York y había estado Marcel Duchamp.
¿Qué da valor al arte contemporáneo? ¿El comprador?
No, no es así. Es en parte. No se puede absolutizar. Efectivamente, la conversión de la cultura en mercancía es lo que define el capitalismo moderno. El giro capitalista después de la guerra, a partir de los años 60, es lo que la Escuela de Fráncfort llamó la industria cultural, la incorporación a la lógica de la mercancía, al sistema de la mercancía de la cultura. Y dentro de la incorporación de la cultura al sistema de la mercancía, fue la incorporación del arte. Y, sí, a partir de eso, se crea artificialmente una serie de artistas que se valorizan, los valorizan museos, galerías, curadores, directores de galerías muy importantes, y los hacen un juego empresarial, donde muchas veces, efectivamente, se inventan, en los peores términos mercantiles, artistas, que luego caen, pero a los que circunstancialmente se les saca mucho jugo económico, esto es cierto, pero no es toda la realidad. El arte, de los 60 a la fecha, ha dado grandes artistas. Y sigue dando mucho que pensar. Haré un libro, acabando el de las vanguardias, sobre lo que ha pasado de los 50 a la fecha; espero empezarlo el año que viene precisamente para desgranar el grano de la paja. Volvemos a lo mismo: pensar desde el arte, no desde la mercancía.
Gabriel Orozco estuvo en el Museo Jumex con una exposición, Politécnico Nacional. ¿La vio?
Conocí a Gabriel Orozco en el Centro Activo Freyre. Yo era profesor y entre mis alumnos estuvo él. De repente en los años 90 tuvo un gran éxito. Agarró un momento donde efectivamente el arte estaba un poco perdido, no se sabía ya por dónde. Tantos ismos, tantas cosas, lo del mercado. Había un descontrol muy grande. Él hizo lo de la Caja vacía de zapatos (1993), que desde el punto de vista conceptual parecía que encarnaba muy bien todo este vacío, esa cosa que había. Y bueno, lo apoyó el MoMA. Si el MoMA te apoya, pues estás del otro lado. Bueno, que digan lo que digan, pero hay museos en el mundo que siguen determinando quién es quién, a veces bien, a veces mal. Y de ahí pues Orozco empezó a exponer por todo el mundo y se convirtió en un artista de referencia mundial.
Ahora en la exposición yo fui, porque la verdad no tenía muy claro qué era, cómo situar a Orozco, no lo tenía muy claro. Fui dos veces para ver un poco. Es un artista que está muy al tanto de lo que está pasando, pero no sé, me decepcionó un poco; la verdad, la exposición no me entusiasmó mucho. El artista más importante de México en este momento es Lozano-Hemmer, que vive en Canadá, se fue muy joven a Canadá. Es un artista poco conocido en México. Me parece de los grandes que hay en el mundo. Él trabaja con tecnologías, con los medios que ofrece la sociedad contemporánea, inteligencia artificial incluso. Y es notable, es realmente un artista. Una vez, el Museo Barroco de Puebla me invitó a hacer una gran exposición y yo quería llevar a Lozano-Hemmer, pero no se pudo por culpa del gobernador, a veces los gobernadores quieren saber más que uno de arte.
AQ