Cultura

Nicanor Parra: varias eternidades en un día

Literatura

El 5 de septiembre, el antipoeta chileno Nicanor Parra habría cumplido 111 años. Este texto le rinde tributo fundiéndose en su voluntad para estar en el mundo.

Para Javier Narváez, copiloto, testigo

Ante todo, soy un antitodo

Antes de entrar en materia, antes pero mucho antes de entrar en espíritu pienso en mí, considerando lo que está por venir (y lo que está por huir también). Entonces he llegado a la conclusión de que Nicanor Parra me salvó, ¿o me condenó?, no estoy muy seguro de eso, pero cuando era joven y le mostré mis textos a un feroz crítico con la idea definitiva de actuar en consecuencia de su veredicto, el perverso sujeto me citó a la hora que impartía su taller (en el que nunca fui aceptado, por cierto), me pidió que lo esperara a que terminara y que si no tenía problema me daría su opinión al final de la sesión como parte de su taller. Inocente, no tuve problema en aceptar.

De incertidumbre y miseria eran aquellos segundos, en que yo como un esqueleto de pie delante de esa mesa del infierno cubierta de una cretona amarilla esperaba una respuesta desde otro extremo del mundo. (1)

—Acércate —me dijo el malvado, y regodeándose me lanzó su sentencia—: tus poemas, o lo que sean, se focalizan en lo real, utilizan el lugar común. En ellos predomina la anécdota sobre la imagen, huyes de lo sublime.

Antes de que terminara le dije:

—Gracias, muchas gracias.

El crítico pensó que me burlaba y, enojado, me gritó:

—Ante todo, hay que tener respeto. Usted no puede venir a desfondar la realidad, joven irreverente, lárguese de aquí.

No me importaron ni su crítica ni sus amenazas, mi felicidad era real. En su intento de denostar mi trabajo y humillarme, me había dicho la definición de la antipoesía que unos meses antes había encontrado en una vieja antología de poesía chilena y que me había deslumbrado.

El sueño que estoy soñando

Alguien ha escrito que el antipoema es una imagen inversa del poema. Nicanor Parra lo explicaba sencillamente diciendo: mis iniciales son NP, las de Pablo Neruda PN. Por supuesto que me busqué en esa coincidencia, pero AA es AA, por el lado que lo veas, mi asunto entonces puede ser un chiste, pero sea lo que eso signifique, me volvió a entusiasmar porque los chistes junto a los epigramas entran en ese mundo antipoético que Parra resignifica: lo inverso está deformado por la sátira, por la ironía o por la parodia, y yo soñaba que Nicanor me daba malos consejos, yo soñaba que tenía insomnio, yo buscaba una voz.

Yo iba de un lado a otro es verdad,/ mi alma flotaba en las calles/ pidiendo socorro,/ pidiendo un poco de ternura,/ con una hoja de papel y un lápiz entraba en los cementerios/ dispuesto a no dejarme engañar. (2)

No sé qué he encontrado en mí exactamente. Bueno, sí, tengo la certeza de que cada que lo leo, el antipoeta siempre tiene algo nuevo qué decir y eso es lo que yo quiero, eso es a lo que yo aspiro como poeta, por ahí van mis sueños.

Poeta con camisa de fuerza

Alguna vez, al terminar de dar una charla sobre poesía y antipoesía en Santa Catarina, Nuevo León, un hombre me pidió que le recomendara un buen libro de poesía. Poemas para combatir la calvicie, de Nicanor Parra, le dije sin dudar. El individuo, haciendo una reverencia y quitándose el sombrero, me dio las gracias no de muy buena gana. Era calvo. Algunos se rieron, pero inmediatamente se hizo un incómodo silencio, luego cuchicheos. El moderador, para “salvar el momento”, tomó el micrófono y preguntó: ¿Alguna otra pregunta que alguien quiera hacer?, tenemos tiempo para una más. Una persona levantó la mano y, quitándose el sombrero (también era calvo,), me preguntó en tono desafiante: Y a mí, ¿qué libro me recomendaría? Poemas para combatir la calvicie, de Nicanor Parra, le dije sin dudar. Todos festejaron (incluido el que preguntó) mi irreverencia. Fue, sin querer queriendo, un homenaje más a Parra. Tiempo después un amigo que trabajaba como cajero de la librería del Fondo de Cultura Económica en San Pedro Garza García, me informó que la antología de Parra se había agotado súbitamente y que lo más extraño era que todos los compradores que fueron a adquirir el libro, y que eran muchos, usaban sombrero.

Hiperrealismo testimonial

Un día sin ir más lejos decidí visitar a Nicanor Parra. Tenía que hablar con él. Avisé en casa: ahorita vengo, voy a Santiago. Se lo tomaron con tranquilidad porque seguramente pensaron que iba a un municipio que está a media hora de Monterrey y que así se llama. Corría el año 2008. Le platiqué la idea a mi amigo Javier Narváez.

—Qué onda, Javier. Voy a Santiago, ¿me acompañas?

—Ah, claro, claro, al cabo que te queda cerca. ¿Cómo se llama el restaurante ese donde venden el machacado?

—No, Santiago de Chile. Vamos a hablar con Nicanor Parra, yo lo entrevisto y tú le tomas fotos.

—Jalo.

Tomé un avión a la Ciudad de México para encontrarme con Narváez y de ahí partimos a Santiago de Chile, después rentamos un auto y condujimos hasta Tres Cruces, en la Isla Negra. No tenía idea de cómo daría con el antipoeta. Javier creyó que todo estaba planeado y agendado. No era así, pero sabía que no le molestaría.

Yo solo quería platicar con uno de mis padres literarios y de pasada tomarme unas fotos con él, recitarle algunos de sus poemas que me sé de memoria, tomarme un vaso de leche con él, regalarle mis libros y que me autografiara los suyos y, si se podía, aprovechando la vuelta, hacerle una larga entrevista. Al llegar a Tres Cruces no se me ocurrió más que preguntarle a la primera persona que vi caminando por la calle…

Pero se les advierte/ que en el jardín hay luces y sombras/ Además de sonrisas/ En el jardín hay disgustos y lágrimas/ En el jardín hay no solo verdad/ Sino también un poco de mentira. (3)

—Disculpe. Mire, somos mexicanos y vinimos hasta aquí porque nos dijeron que acá vivía un poeta, un antipoeta, el gran Nicanor Parra, creador de…

—Ahhhh, don Nica. Mire, a dos cuadras encontrará una casa de madera de color negro.

Encontramos una gran casa de madera. En la puerta principal estaba escrita, más bien grafiteada, una palabra: antipoesía. Afuera, estacionado, había un VW sedán, un bocho, (el antipoeta era dueño de dos). Aquí mero es, pensé. Toqué el timbre, grité fuerte y nadie salía. De repente, una mujer se asomó por la ventana.

—Hola, buenas tardes, venimos a ver a don Nica. Tenemos una cita con él. Somos periodistas de un importante medio de comunicación mexicano y también sus lectores. Quedamos muy formalmente que el día de hoy sería nuestro encuentro —mentí.

—No está de momento —me respondió la mujer haciendo cara de fastidio—, pero seguro llega y será tarde. Si ha quedado con usted, lo puede esperar o ir a buscarlo o entretenerse mientras llega. Pueden visitar la tumba de Vicente o ir a la casa de Pablo. Le sugiero que haga ambas cosas.

La gente se reía de mis arrebatos

Partimos hacia una de las casas museo de PN. Ya en la carretera, en sentido contrario, pasó a toda velocidad NP en su Volkswagen sedán. Temerariamente, di una vuelta en U mientras Javier sujetaba su cámara y me decía: tú písale. Yo pensaba en un monólogo exterior que fuera traspasado por otro interior y que se convirtiera, una vez que alcanzara a ese bólido, en una tranquila conversación en la sala o en el jardín de su casa. Aceleré. No podía alcanzarlo. La aguja sobrepasaba los 90 kilómetros por hora, parecía que la velocidad era proporcional a la edad del antipoeta que en ese entonces tenía 94 años. De repente, el auto a lo lejos se hacía un puntito, luego nada, luego un puntito, luego auto. Todo esto mientras pensaba que yo era un hombre que imaginaba que perseguía a un Nicanor Parra imaginario que conducía un Volkswagen imaginario por un camino imaginario, pero mi corazón palpitaba muy fuerte y eso no era imaginario. Casi lo alcanzo cuando abruptamente da vuelta y entra a un camino de terracería. Una espesa neblina me hizo perderlo de vista; ya empezaba a oscurecer. Me detuve en una pequeña construcción, bajamos y caminamos para encontrarnos con un hombre que no era Nicanor. Más bien se parecía a…

—Buenas noches, me llamo Vicente. ¿Les puedo ayudar en algo?

—Buenas noches, ¿nos puede decir dónde nos encontramos?

—En la tumba del antipoeta y mago Huidobro.

—Yo pensé que era algo así como una escuela rural —dijo Javier.

El anfitrión se molestó con el comentario y dijo:

—No haga enojar a los magos —y levantando la vista al cielo musitó como rezando—: no digas lluvia, haz llover.

Enseguida un aguacero torrencial cayó sobre el lugar. No hubo tiempo de guarecernos. Alcanzamos a notar sorprendidos que Vicente no se mojaba. Al bajar la vista me di cuenta de que me encontraba frente a la tumba de Vicente Huidobro. En su lápida se leía lo siguiente: abrid la tumba, al fondo de esta tumba se ve el mar, y como soy de los que saludan a las carrozas, seguí las instrucciones, me asomé y vi unas escaleras.

Bajamos…

Destemplando las cuerdas de nuestra instruida sensibilidad lírica

Por un momento pensé que descendía a los infiernos. Seguí bajando y llegué hasta una puerta idéntica a la que había visto antes al frente de la casa de Nicanor. Solo escuchaba los clics de las fotos que tomaba Javier atrás de mí, incluso oía cómo, con voz temblorosa, decía versos de Huidobro: Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo seguido de días y noches te he buscado sin encontrar el ritmo donde cantar… Le iba a decir algo pero apareció ante nosotros una puerta negra que tenía la misma leyenda grafiteada. La abrí y me encontré a Parra cómodamente sentado en un sillón reclinable.

—Pasen. Parece que alguien hizo llover sobre ustedes.

Nos ofreció un vaso de leche, argumentándole milagrosas curas para todo.

—Aunque ya sé a qué vienen, Armando. Usted tome asiento y que Javier tome las fotos sin problema. (No sé cómo sabía nuestros nombres.)

—Vengo a entrevistarlo. ¿No será acaso usted un interlocutor de mal carácter?

—¿Si sabes que existe una cuota y es alta?

—Sí, y sé que se originó por una cantante colombiana y el anuncio de leche —le dije mientras le daba un trago a mi vaso para presumirle mis blancos bigotes.

—¿Está a gusto, jovencito?

—Como Parra por su casa.

—Está pasando el tiempo y el tiempo es…

—Es un discurso y hay que pronunciarlo bien…

—Parece que yo lo entrevisto a usted. No sé si me explico. Lo que quiero decir es otra cosa. Mil dólares por segundo…

—Perfecto. Establecida la cuota, pidamos perdón a los futuros lectores de esta entrevista o hagámosles advertencias. ¿Piensa vivir muchos años?

—Ando en la locura heroica de la vida. Claro, tengo mi numerito preparado, aunque después de los 80 o de los 90 o de los 100 se camine entre abismos.

—Los Poemas y antipoemas se publicaron en 1954, igual que las Odas elementales de Neruda.

—Ya he dicho que Neruda siempre fue un problema para mí, un problema bien resuelto, y esto lo digo porque yo me interioricé, me ridiculicé no para dar lástima, sino para hacer reír.

Ya me he quemado bastante las pestañas/ En esta absurda carrera de caballos/ en que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras/ Y van a caer entre los espectadores. (4)

—¿La suerte está echada?

—Por supuesto, pero hablemos mejor de negocios.

—¿Se retracta de todo?

—Por supuesto, pero hablemos mejor de negocios.

—De acuerdo. Además, a eso vine —le contesté mientras sacaba de mi mochila dos ejemplares de sus libros: Canciones rusas, la primera edición de 1967, de la Editorial Universitaria en la colección Letras de América; y Poemas y antipoemas de 1954, editada por Editorial Nacimiento. que había comprado en una librería de viejo en Guadalajara.

—Querrás que te los autografié, pero te los compro. Hablamos cinco minutos, entonces: ¿cuántos segundos hay en cinco minutos?

—Usted es el matemático, pero supongo que trescientos.

—Usted es inteligente, jovencito, y me debe 300 mil dólares.

—Deme, don Nica, 350 mil por estos dos bellos ejemplares.

—Dejémoslo en 300 mil y estamos a mano.

—Trato hecho —dijimos al mismo tiempo—… y nos estrechamos las manos.

Salí de su casa sintiendo que había hecho el mejor negocio de mi vida: platicar 300 segundos con Nicanor Parra, con don Nica.

Epitafio

Supongo que Parra retrasó lo más que pudo a la muerte. Murió a los 103 años aunque yo creo que está en su casa tranquilamente tomando leche y leyendo a Shakespeare en compañía de W. H. Auden, su antiguo maestro, y que usa como pasadizo secreto la lápida de la tumba de Huidobro, porque se aburrió de dar entrevistas que valían mil dólares por segundo. No hay que dejar a un lado los momentos que lo llevaron a escribir determinadas obras como su viaje a Rusia, motivo de Canciones rusas o su Discurso de Guadalajara (un homenaje a Rulfo y a la muerte que en México tiene la vara muy alta), que escribió para recibir el prestigiado premio que tuvo por algún tiempo el nombre del autor de Pedro Páramo. Ahí se observa y se confirma que mediante una estrategia, que es un discurso, que es un poema, que es un anti poema, Parra, con maestría (y mucha experiencia), une y remienda situaciones y deconstruye otras tantas, lo que lo llevó a inaugurar una nueva relación con su prójimo, con su interlocutor, con su público. Esa simbiosis se cumplió, y convoco desde aquí a que hagamos gárgaras para combatir el insomnio (y si usted, amable lector, tiene problemas capilares, ya conoce mi recomendación), mientras tanto escribimos 125 planas para nuestro epitafio en homenaje a quien nos ofreció de botepronto la palabra para leerla a botelento entendiendo que hay que tomarnos nuestro tiempo ante lo breve.

Advertencia al lector

Todos los que escribimos deberíamos hacerles advertencias a los lectores, un prólogo ayuda, una reseña a destiempo ayuda poco, pero también ayuda una disculpa pública, un discurso, un amparo, una tesis doctoral, que pueden aportar y permiten apreciar zonas extrañas y desoladas de la experiencia del autor. ¿Es necesario? Opino que sí, porque todo eso veo y encuentro en sus libros y la afirmación está en el sentido común, ese que nunca abandonó a Nicanor Parra. A mí me gusta todo lo que se dice de él (bueno o malo) porque su poesía ha tenido consecuencias profundas en mí como autor y como lector (supongo y espero que en muchos otros autores y lectores también) y porque Nicanor Parra, siendo afín a una particular modernidad, le da su justa importancia a lo que realmente merece la pena ser poetizado: TODO.

Tres antipoemas de AA (homenaje a NP)


Soy un simple predicador en el desierto de concreto armado*

Yo no sospecho la razón de mi felicidad y sé que me espían

Yo escribo en primera persona, soy un pesimista que disfruta la vida

Yo tartamudeo y estoy pensando lo mismo que tú en este momento.


Yo no tengo remedio


Me da sueño leer mis poemas

Y dormido sueño que leo

y leyendo se despiertan mis dudas y dudando escribo poemas.


El autor se retrata con su perro

A) Porque es su mejor amigo.

B) Porque así podrá distinguirse.

C) Porque se niega a escribirle un poema.

D) Porque tiene dudas de quién le hace compañía a quién.

Subraye la respuesta que considere correcta y envíela al veterinario.

*Los títulos de los antipoemas son versos de NP

(1) “La trampa”, fragmento de ‘Poemas y antipoemas’.

(2) “Recuerdos de juventud”, fragmento de ‘Poemas y antipoemas’.

(3) “Atención, de ‘Canciones rusas’.

(4) “Madrigal”, de ‘Canciones rusas’.

AQ

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