Una librería del centro de San Petersburgo, Rusia, antaño una diminuta reliquia soviética, se convirtió en tan solo unos años en uno de los emblemas culturales de la ciudad. Multiplicó 12 veces su tamaño anterior, y añadió dos cafeterías, un departamento de souvenirs y un programa editorial.
La tienda, Podpisniye Izdaniya, también desarrolló una identidad y prestigio distintivos como refugio de ideas en una Rusia cada vez más férreamente controlada. Sus bolsas de tela con ingeniosos eslóganes permitían a sus seguidores reconocerse en todo el mundo. La tienda apareció incluso en el libro de 2023 150 Bookstores You Need to Visit Before You Die (150 librerías que debes visitar antes de morir).
“Toda la ciudad es admiradora de este lugar —aseguró Rinat Umyarov, de 36 años, empresario local—. Es una prueba tangible de que mi generación no solo vivió en esta ciudad, sino que también creó algo”.
Pero ese mismo éxito se ha convertido en un problema desde la invasión de Ucrania en 2022; en mayo, las fuerzas del orden detuvieron a tres empleados de Popcorn Books e Individuum, dos editoriales progresistas, y los acusaron de “extremismo” por libros sobre el “movimiento LGBTQ+”.
En julio, un tribunal multó a Falanster, una popular librería de Moscú, y los investigadores han rebuscado en las estanterías de otras tiendas de libros de todo el país.
Podpisniye Izdaniya fue multada en mayo por poner a la venta tres libros: Contra la interpretación y De las mujeres, de Susan Sontag, y Todos los cuerpos, de Olivia Laing. Aunque los títulos no estaban prohibidos, contenían “indicios de propaganda de relaciones sexuales no tradicionales”, dijeron los investigadores rusos.
La literatura siempre ha desempeñado un papel destacado, a menudo incómodo, en la vida pública rusa, a veces aclamada y a veces reprimida por quienes han ostentado el poder.
El zar Nicolás I rehabilitó a Aleksandr Pushkin, el poeta preeminente de Rusia, del exilio interno, pero le dijo que él mismo sería el “censor personal” del escritor. Iósif Stalin telefoneó a Boris Pasternak —quien más tarde tuvo problemas con las autoridades soviéticas— para pedirle su opinión sobre otro poeta, Osip Mandelstam.
A diferencia del sólido y centralizado aparato de censura de las épocas imperial y soviética, los editores y vendedores de la Rusia moderna se enfrentan a un conjunto de normas en evolución, opacas y de aplicación inconsistente.
El gobierno ha impuesto una serie de nuevas prohibiciones sobre diversos materiales, que van desde los temas LGBTQ+ a las drogas, pasando por un “movimiento satanista” vagamente definido.
Autocensura
Las editoriales se han enfrentado a un complicado dilema: dejar de ofrecer los libros que no gustan al Kremlin, recortar clandestinamente las partes arriesgadas o suprimirlas abiertamente para mostrar a los lectores que se ha censurado algo.
Muchas han elegido esta última opción, y han cubierto los pasajes potencialmente problemáticos con gruesa tinta negra o gris. Sus colegas del extranjero criticaron ese enfoque, pero en Rusia se consideró una forma de protesta.
“Fue una manifestación política —explicó Pyotr, editor de un sello ruso. Pidió que no se revelara su apellido porque su empleador no le autorizaba a hablar públicamente—. Evita que la gente olvide que existe un problema”.
Hasta hace poco, Podpisniye Izdaniya (el nombre significa “publicaciones por suscripción”) también hablaba abiertamente de la censura. Los libros de autores etiquetados como “agentes extranjeros” por el Estado ruso se vendían envueltos en plástico, con una nota de disculpa en la portada. Ahora la tienda ha tenido que retirar esos libros de sus estanterías.
Mikhail S. Ivanov, de 38 años, cuya abuela en su momento dirigió la tienda, se hizo cargo de Podpisniye Izdaniya hace más de una década y dirigió su transformación. En 2023, Ivanov, quien declinó ser entrevistado para este artículo, dijo a un popular YouTuber ruso:
“La gente lee para entender lo que pasa y para olvidarse de lo que pasa”.
Al entrar en las librerías independientes, está claro lo que piensan los clientes. Libros que abordan historias difíciles, como Historia de un alemán: Memorias 1914-1933, de Sebastian Haffner, y An Inconvenient Past: The Memory of State Crimes in Russia and Other Countries, de Nikolai Epple, ocupan un lugar destacado y han encabezado las listas de los libros más vendidos en los últimos años.
Vladimir Kharitonov, que trabaja en Freedom Letters, una editorial que opera sobre todo desde fuera de Rusia, dijo de esos libros:
“Aunque en ellos se escriba Alemania, describen la situación fuera de los muros de esa librería”.
En San Petersburgo, ciudad natal de Fiódor Dostoyevski y Vladimir Nabokov, las librerías han servido durante mucho tiempo como centros comunitarios.
“La gente acudía a las librerías como si fueran anclas de su vida familiar, lugares que ofrecían una incuestionable sensación de seguridad”, dijo Maksim Mamlyga, crítico literario que dirige un blog sobre librerías independientes.
Yevgeniya Kudryashova, diseñadora gráfica de 33 años, dijo que para ella Podpisniye Izdaniya era “una excelente ilustración de que debes soñar a lo grande, tener fe en ti misma, en tus ideas y en tu poder”. Añadió que iba allí a comprar libros para su hija, y que visitarla “se ha convertido en parte de nuestras tradiciones familiares”.
En la ciudad hay librerías para todos los gustos: una tiene fama de ser refugio de activistas, otra está dedicada a libros de Asia y una más es popular entre los cinéfilos. Se concentran en torno al barrio céntrico de Liteiniy, donde han vivido muchos escritores y hay calles que llevan sus nombres.
“Vivimos en una ciudad especial —afirmó Lyubov Belyatskaya, fundadora de Everyone Is Free, una de las primeras librerías independientes de la ciudad—. Y trabajamos muy duro para desarrollar esa cultura”.
Belyatskaya introdujo y promovió la idea de un “barrio literario” para San Petersburgo. Ha compilado un mapa de más de 180 librerías independientes de materiales en lengua rusa en todo el país y fuera de él.
Dos días antes de la invasión rusa a Ucrania, ella y dos colegas recortaron y pegaron “Paz para el mundo” —un antiguo eslogan soviético— en el escaparate de la tienda. Durante aproximadamente un año, lo tuvieron colgado allí, ofreciendo un raro consuelo a los antibelicistas. Dijo que algunos transeúntes le agradecieron el gesto.
Pero también enfureció a los nacionalistas partidarios de la guerra: alguien disparó contra la ventana. La policía animó a Belyatskaya a retirar el lema.
En la Unión Soviética, solo se podían obtener legalmente libros aprobados explícitamente por el Estado; poseer cualquier otro volumen era peligroso. Los libros prohibidos circulaban de mano en mano entre amigos, a veces para leerlos en una sola noche.
Hoy, los lectores decididos de Rusia pueden conseguir los libros que quieran.
La literatura quiere ganar
En las cafeterías, la gente lee abiertamente Un verano en el campamento, una novela lírica sobre dos adolescentes varones que descubren su sexualidad en un campamento de verano.
El libro se convirtió en una sensación, y vendió más de 250 mil ejemplares antes de que el gobierno lo prohibiera y declarara a las autoras “agentes extranjeras”. Pero la gente sigue encontrando formas de comprarlo en internet.
Algunos editores y libreros dijeron que el sistema soviético sería más sencillo.
“La censura previa significaría que las reglas del juego son claras —confirmó Mamlyga—. Ahora mismo todos jugamos al Buscaminas, cuando no entiendes lo que está prohibido y lo que no”.
Técnicamente, la legislación rusa no prohíbe la venta de libros obra de “agentes extranjeros”. Pero desde septiembre, muchas tiendas han dejado de venderlos porque ahora la ley prohíbe que esas personas se dediquen a “actividades educativas”, que pueden incluir la publicación.
“Esta es la diferencia fundamental, porque tenemos toda la gama de literatura sin censura, que ahora se está regulando de forma retroactiva”, dijo Yelena Neshcheret, directora de la librería Vo Ves Golos y autora de Tales of a Bookseller, sobre la profesión en la Rusia moderna.
Eksmo-AST, la mayor editorial rusa, ahora gasta millones de dólares al año y utiliza la Inteligencia Artificial (IA) para evitar imprimir material prohibido.
Recientemente, censuró más de 15 por ciento de los ensayos de Roberto Carnero sobre el cineasta y escritor italiano gay Pier Paolo Pasolini, haciendo que algunas páginas parecieran documentos altamente clasificados.
En notas a pie de página, la editorial dijo que el texto se había censurado para cumplir la ley rusa que prohíbe la “propaganda de relaciones sexuales no tradicionales”.
Y en un comunicado, explicó que su decisión era “la opción más honesta en lugar de simplemente recortar párrafos como si nunca hubieran existido”.
“El libro se convierte en un artefacto de la época”, dijo la editorial.
MD