La mañana del 19 de septiembre de 1985 la tierra se sacudió con intensidad. Dos minutos fueron suficientes para dejar un halo de devastación que sigue taladrando las conciencias: 400 edificios se vinieron abajo, 30 mil viviendas destruidas, un número de muertos que, según la Secretaría de Protección Civil, va de 3 mil a más de 10 mil, y miles de damnificados que de la noche a la mañana se quedaron sin casa.
Aquel dies horribilis —día horrible— no sólo estremeció la tierra de la capital del país. Algo también se agrietó en las entrañas del régimen gobernante que en los años subsecuentes precipitó su derrumbe en la capital… y luego en el país.

El día que la ciudad cayó
El sismo también modificó nuestra vida social y política. Ante un gobierno, el de Miguel de la Madrid, paralizado ante la tragedia, la propia gente puso manos a la obra para ayudar al prójimo.
Hombres comunes, en su mayoría jóvenes, removiendo escombros con sus manos y arriesgando su vida por gente desconocida. Doctores y enfermeras brindando apoyo médico, señoras repartiendo ropa y comida para los damnificados.

Las huellas del desastre
En cuestión de minutos un poderoso terremoto de magnitud 8.1 grados, con epicentro en las costas de Michoacán, cambió la fisonomía y la vida de la capital. Cuatro décadas han pasado y la ciudad devastada por la naturaleza es otra.

La heroicidad de levantarse
Los inmuebles reducidos a escombros se reconstruyeron o cedieron su espacio a parques y sitios para memoriales; hay reglamentos y normas de construcción más estrictas para que las edificaciones resistan futuros sismos de gran magnitud, y en 1991 se creó el Sistema de Alerta Sísmica, que nos da un margen de 50 segundos para actuar y replegarnos antes de que las ondas sísmicas de un temblor con epicentro en el Pacífico impacten la capital —alarma que incluso ya llega a nuestros celulares—.


El nacimiento de la sociedad civil
El terremoto de 1985 detonó una reacción ciudadana inédita para enfrentar la emergencia que rompió los mecanismos de control oficiales. En los días que siguieron al desastre, las voluntades se centraron en atender lo urgente, rescatar a los sobrevivientes y organizar los albergues.
La solidaridad inicial luego se convirtió en organización social para exigir la creación de viviendas y participar en los trabajos de reconstrucción. El movimiento urbano popular que surgió de los escombros de la tragedia, derivó en una sociedad civil más politizada y fue fundamental para el proceso democratizador de la capital.

La política bajo los escombros
En las horas que siguieron a la tragedia, el gobierno de Miguel de la Madrid quedó paralizado. La policía y el Ejército tardaron en hacerse presentes. Incluso el Presidente se mostró insensible al negarse de inicio a recibir la ayuda internacional.
Mucha gente se sintió defraudada con la actuación del gobierno, ausente primero, lento e ineficiente después. El sismo terminó detonando el repudio hacia el PRI, partido que había gobernado ininterrumpidamente al país desde 1929 —cuando era Partido Nacional Revolucionario—.


Reconstrucción: entre promesas y realidades
La Coordinadora Única de Damnificados (CUD), formada el 24 de octubre de 1985 por 40 organizaciones vecinales, participó activamente en los programas gubernamentales de reconstrucción, aunque la medida dejó fuera a mucha gente afectada.
La parte de la población que no fue favorecida, sumada a otros grupos que de tiempo atrás buscaban tener una vivienda digna o estaban bajo la amenaza constante de desalojo, decidieron agruparse en una nueva organización que gestionara sus demandas. Fue así que el 4 de abril de 1987 nació la Asamblea de Barrios, conformada por 50 mil familias de más de 650 barrios.
Un minuto de silencio (moi)
Guardar un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas es un gesto de duelo, de reconocimiento a quienes arriesgaron la vida propia para salvar a otros, y un testimonio de que la tragedia puede convertirse en fuerza colectiva y solidaridad.
Al menos cada año se organizan simulacros que nos recuerdan la importancia de estar siempre preparados y saber cómo actuar ante un nuevo desastre; se creó la Coordinación Nacional de Protección Civil (CNPC) y el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), y existe una mayor conciencia sobre la prevención.

El 19S en la memoria colectiva
El 19 de septiembre ha dejado huella en la memoria colectiva de los mexicanos, no sólo de los que vivieron el terremoto de 1985, sino también de las nuevas generaciones que en 2017 sintieron en carne propia la furia de la naturaleza que hasta entonces, sólo conocían por las anécdotas sus padres y abuelos. Un mismo día, diferentes años.
Desde 2001, esta fecha se conmemora como el Día Nacional de Protección Civil para recordarnos la importancia de estar preparados ante situaciones de emergencia. Ese año también se estableció el primer macro simulacro a nivel nacional que desde entonces se convirtió como una medida de prevención anual ante futuros desastres.
El legado a 40 años
Antes de 1985, el gobierno mexicano no había considerado necesario establecer acciones en materia de protección civil. El terremoto provocó el nacimiento de un entramado legal para hacer frente a futuras calamidades, no nada más las telúricas.
El 6 de mayo de 1986 se publicó un decreto que estableció las bases del Sistema Nacional de Protección Civil, el cual permitió contar por primera vez en la historia del país con un marco jurídico para afrontar de forma integral los desastres naturales y que se ha ido actualizando con el paso de los años con un conjunto de preceptos constitucionales, leyes reglamentarias y protocolos que salvan vidas.

MD