Comunidad
  • Los niños de Bacalar no conocen el miedo: una comunidad menonita aislada del crimen

  • Mientras Bacalar se ahoga en la violencia del crimen organizado, una comunidad menonita en la selva del Caribe mexicano preserva la paz, el trabajo y la risa de los niños.
Los niños menonitas no conocen el miedo en Bacalar | Portada

DOMINGA.– Como sólo habla alemán bajo, Abraham Guenter, un niño menonita de 12 años con síndrome de Down, recurre a su cuerpo para comunicarse. Cuando quiere hacerme saber que mi entrevista le aburre, se encorva y enreda sus manitas. Pero cuando pasamos a jugar, él corre, corre y corre por toda la pradera con los brazos al aire; rueda por el pasto, se para de cabeza; persigue al perro o se sube a una de las carretas amarrada a un caballo, simulando ser piloto.

Alrededor están sus 12 hermanos y no sé cuántos primos –tantos que no los logro contar con la mano–, todos juegan o simplemente se tiran al pasto viendo las nubes pasar. A diferencia de otros lugares alrededor, aquí en Salamanca, una comunidad menonita de Bacalar, al sur del Caribe mexicano, ha conseguido que la niñez pueda vivir sin el acoso del crimen organizado.

Mientras Bacalar se ahoga en la violencia del crimen organizado, una comunidad menonita en la selva del Caribe mexicano preserva la paz y el trabajo.
Los niños en Salamanca ven con suspicacia a la gente de afuera. Estos niños se sorprendieron al verme acercarme a su comunidad. (Padres autorizan la publicación de estas fotos) | Ricardo Hernández


Es la comunidad menonita más grande de la península de Yucatán. Vive de la agroindustria, sobre todo de soya, sorgo y maíz que surten a ganaderos y empresas alimentarias de la región. Gracias a su autarquía y a sus políticas para abastecerse con sus propios recursos, no ha permeado la violencia cada vez más presente en este codiciado polo turístico. Y que se manifiesta en ejecuciones tumultuarias y desapariciones forzadas, a causa de una disputa entre el Cártel de Sinaloa y el de Caborca que empezó hace dos años.

El aislamiento pero también su organización comunitaria, especialmente el peculiar reparto de las labores de cuidado, ha mantenido a las infancias a salvo, haciendo posible que todo niño haga lo que se supone que debe hacer: jugar y estudiar, libre de amenazas.

Es un domingo de agosto de 2025, día de descanso que los menonitas dedican para ir a la iglesia y a la convivencia familiar. Veo ir y venir a niños con overoles azules y niñas con coloridos vestidos; todos con las rodillas y los codos sucios por haberse arrastrado por el campo en los juegos. A los más pequeños se les ve jugando con pelotas, con sus perros; corren, gritan, ríen.


Veo al niño Guenter jugar con su mascota, un perro ganadero australiano que se las da de feroz cuando irrumpo en la propiedad pero se tira de panza cuando me acerco.

El aislamiento en el que viven los niños menonitas es tal que no les llega el mínimo runrún de lo que pasa más allá de las cercas que delimitan sus bonitas casas a dos aguas, de lo que ha provocado el choque entre cárteles de la droga, los asesinatos, los desplazamientos y desapariciones en los pueblitos de alrededor.

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Padre e hijo conviven un domingo, que es el día de descanso y dedicado a la Iglesia | Ricardo Hernández

Una comunidad religiosa con elecciones democráticas

Salamanca está a unos siete kilómetros del centro de Bacalar, interconectados por un camino de terracería. Alrededor hay más comunidades ejidales pero muy menores y, por donde se vea, un manto inabarcable de selva. Vivir lejos del centro turístico, en medio de la nada, les ha permitido mantener su aislamiento  y endogamia que mandata su religión, el anabaptismo, una escisión del protestantismo que practica el bautismo hasta la edad adulta.

Al interior hay un sistema de autogobierno: tienen elecciones democráticas y voto directo que sufragan sólo los hombres, aunque no todos porque participan sólo los que han sido bautizados y están casados.

Los comicios se celebran cada seis años para elegir al gobernador, el que supervisa la adecuada convivencia. El gobernador, sin embargo, no es la autoridad máxima en esta comunidad religiosa. Esa le corresponde al ‘eltesta’: el obispo –también elegido democráticamente–, cuyo cargo es vitalicio y sin remuneración económica.

En Salamanca hay otros espacios de representación. Está el presidente del comisariado ejidal, con su secretario y el tesorero. También existe un consejo de vigilancia por cada una de las 16 áreas en las que se divide la comunidad, cuya labor es proteger a los habitantes ante cualquier desastre o emergencia; que sirve como árbitro en diferencias vecinales y también funge como una suerte de funcionario de casilla que fomenta la participación electoral.

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Los silos para granos son construcciones diseñadas para almacenar granos y otros materiales a granel de manera segura | Ricardo Hernández

Esta comunidad agrícola con autogobierno, endogámica, pacífica, protestante y patriarcal, la fundaron hace 25 años. Fue en 2001 cuando un grupo de expedicionarios menonitas provenientes de Little Belice, Belice, llegó a Quintana Roo en busca de nuevas tierras por ocupar.

Las encontraron en Bacalar. Decidieron primero rentar 5 mil hectáreas al ejido y, una vez efectuado, empezó la migración de varias familias. Luego, en 2002, tramitaron ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales el cambio de uso de suelo de 960 hectáreas forestales, con el fin de crear un nuevo asentamiento e iniciar sus actividades agrícolas.

Para 2005 consiguieron su incorporación como ejidatarios, lo cual les permitió tener el derecho de posesión sobre las tierras que nunca dejaron de trabajar. Aunque el proyecto original estaba ideado para albergar 50 familias y sembrar en menos de 500 hectáreas, pronto quedó rebasado. Ahora aquí viven más de mil 200 personas y hay una ocupación, entre casas y cosechas, de casi la totalidad de la superficie.


Aquí se produjeron en lo que va del año 2 mil 500 toneladas de maíz y mil 500 de soya, más otras tantas de papaya, calabaza, sandía, plátano y otros productos, según declaró en entrevista Johan Elías Wall, líder político de esta comunidad menonita. La producción es tan grande que cuenta con siete silos gigantescos en los que almacenan los granos que luego venden a empresas de la región.

Es tan grande que la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural los considera como los principales productores de soya y sorgo del país. Han crecido tanto que ahora también son acusados de ser los mayores deforestadores del Caribe mexicano: donde antes había selva maya, con su flora y fauna diversa, ahora hay 5 mil hectáreas arrasadas con maquinaria y ocupadas por monocultivos.

La peculiar organización de los menonitas de Bacalar

La vida aquí es tan peculiar que nos enseña que otras formas de organizarse son posibles, afirma Valeria Contreras Hernández, quien ganó el premio INAH Fray Bernardino de Sahagún en la categoría de Mejor Tesis de Licenciatura en Antropología Social, con una investigación sobre Salamanca, comunidad en la que vivió durante casi un año para conocer mejor a su población.

Y no lo dice tanto por la organización administrativa, sino por el reparto del trabajo y el cuidado, sobre todo, en beneficio de las infancias. Sus padres –los hombres de Salamanca– trabajan desde temprano en atender el ganado, siembran y cosechan, se ocupan en los talleres de carpintería o herrería, en las tiendas en las que se comercializan agroquímicos o herramientas.

Mientras Bacalar se ahoga en la violencia del crimen organizado, una comunidad menonita en la selva del Caribe mexicano preserva la paz y el trabajo.
Algunos tractores los compran y otros los hacen con sus propias manos | Ricardo Hernández

Y sus madres y abuelas –las mujeres de la comunidad– trabajan en los cuidados, sin lo cual sería imposible lo otro: se ocupan de los alimentos, de confeccionar y costurar los overoles y vestidos que usan, lavar la ropa, criar al manojo de hijos que tienen; básicamente, de sostener la vida. Como los menonitas no usan métodos anticonceptivos, suelen tener 10 hijos o más. Y hasta los seis años, los niños no hacen otra cosa más que jugar y quedarse bajo vigilancia de madres y vecinas.

Durante su estancia en Salamanca, Valeria Contreras notó que son las propias familias quienes se organizan para construir las escuelas, una por cada área existente, así las infancias pueden asistir a la escuela sin alejarse tanto de casa. “Esta organización facilita la vigilancia y comodidad para que los niños y niñas puedan asistir a la escuela y, a la hora del almuerzo, vayan a sus hogares para ingerir sus alimentos junto con su familia”, dice la antropóloga.

Las escuelas no siguen el calendario de la Secretaría de Educación Pública. Los niños aquí estudian tres meses, luego descansan tres, retoman otros tres y de nuevo pausan el resto del año. En los periodos de descanso aprenden actividades según su rol a desempeñar en la comunidad: para ellos los trabajos de campo y para ellas, las tareas de cuidado.

Tampoco se sigue el plan de trabajo de la educación pública. A los niños de entre seis y ocho años se les enseña a leer y a escribir; de los nueve a los 11 aprenden matemáticas básicas y entre los 12 y 14, operaciones más complejas y leen a conciencia la Biblia. Después de eso, los hombres pueden incorporarse al campo y las mujeres al trabajo del hogar.


Hay otros datos curiosos: los domingos cada familia entrega un diezmo que va a la bolsa común, a la que puede acceder cualquier persona con necesidad; hay un encargado de velar por el bienestar de cualquier niño que pudiera quedar huérfano y cada familia posee un patio inmenso donde las infancias, como el niño con síndrome Down, sean libres.

Mientras Bacalar se ahoga en la violencia del crimen organizado, una comunidad menonita en la selva del Caribe mexicano preserva la paz y el trabajo.
La comunidad ha logrado mantenerse aislada y conserva su estilo de vida tradicional | Ricardo Hernández


Todo esto le ha permitido a David Guenther saber que su hijo Abraham estará a salvo, cuidado y vigilado por la comunidad, siempre. “Me quedo tranquilo, no me da miedo que se quede aquí solo. Está su mamá, sus hermanos ven por él. Los vecinos ya lo conocen y siempre lo cuidan”, dice David en un español atropellado.

Le pregunto si cree que pasaría lo mismo afuera de Salamanca, en la ciudad de Bacalar o Cancún o el resto del Caribe mexicano.

“Nooo, pura matazón se escucha de allá”, dice.

Un Bacalar tragado por el crimen organizado


Bacalar es bonito. Tiene selva, cenotes y manglar; ruinas prehispánicas y hasta una isla llena de pájaros, pero es más conocido por el kilométrico río subterráneo de azules imposibles que quedó expuesto por allá del Pleistoceno, debido al reacomodo de una falla sobre la que se encuentra: un atractivo natural que es aprovechado intensamente en los últimos años.

La explosión turística empezó en 2006, cuando Bacalar se declaró Pueblo Mágico. Para 2011 se separó de Othón P. Blanco y se decretó municipio autónomo. Desde entonces la promoción turística ha ido a tope. Si entonces se contaban 300 cuartos de hotel, ahora hay casi mil 400, ocupados por unos 100 mil bañistas que dejan una millonaria derrama económica anual.

Pero más allá de la cabecera municipal existen otras comunidades ejidales, alejadas de todo beneficio turístico, ahora acosadas por el crimen organizado, que ha perpetrado asesinatos multitudinarios, desplazamientos y desapariciones forzadas sin precedentes en esta región.

Lo que pasa, dice una fuente que trabajó en seguridad nacional, académico estudioso de la criminalidad y exfuncionario federal que solicita el anonimato, es que hay una disputa entre el Cártel de Sinaloa y el de Caborca.

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Bacalar está rodeado por la selva maya y su principal atractivo es la Laguna | Adriana Pérez/Milenio

“Desde hace casi dos años está habiendo una sustitución violenta del grupo dominante del crimen organizado. El que controlaba el territorio, las pistas de aterrizaje donde descargan armas y droga; también la extracción de carbón, era el grupo de Los Coronel (en referencia a la familia criminal de Ignacio, Marina, Roberto y Lázaro Coronel), del Cártel de Sinaloa. Pero ahora irrumpió el grupo Caborca, que dirige José Gil Caro Quintero, sobrino de Rafael Caro Quintero”, explica la fuente.

Los Coronel, prosigue, controlaban la zona desde hace tres décadas y operaban desde una comunidad llamada El Gallito, a 90 kilómetros del centro de Bacalar. Hasta allí fueron integrantes de los Caborca para perseguir y asesinar a sus contrarios. “Pero no sólo mataron a todos los que identificaban como integrantes del Cártel de Sinaloa y a todos los que llevaban sus apellidos, a los familiares, sino que también asesinaron, por ejemplo, al mecánico que trabajaba para ellos.

“O sea, hubo una persecución de todos los que pudieran colaborar con ellos. Luego recorrieron las zonas aledañas. En la comunidad de Miguel Alemán 28 familias se tuvieron que desplazar en el momento de máxima violencia, 28 de, no sé, 50 familias que hay”, dice.

Ahora los Caborca operan desde la comunidad de Reforma, a una hora de El Gallito y a media del centro de Bacalar, donde tienen pistas de aterrizaje clandestinas para recibir hasta 10 avionetas a la semana, cargadas de drogas y armas.

Además, han instalado puestos de control y desplegado vigilancia a la redonda de las localidades conquistadas. Para magnificar el control, el entrevistado me da un ejemplo: un campesino vendió una parcela y con ese dinero se compró una camioneta que le serviría para sus actividades agrícolas. Integrantes de los Caborca notaron que había un carro nuevo, lo persiguieron, lo interrogaron y lo torturaron.

“Le preguntaban para quién trabajaba, que de dónde había sacado dinero para la camioneta. Y no lo mataron porque jugaron con él: lo ‘tablearon’ y le dijeron que si adivinaba la madera con la que lo estaban golpeando, lo dejaban vivir… y sí adivinó. Pero lo siguieron acosando y mejor huyó”, dice.

En Bacalar se registran 29 fichas activas de búsqueda desde 2020

Esta disputa ha tenido como consecuencia un aumento en las desapariciones forzadas. Muchas de las madres de las víctimas están desesperadas por no poder buscar a sus hijos desaparecidos por estar amenazadas por los criminales.

Con esa impotencia, una de ellas redactó un escrito de 50 páginas, lo poco que le han dejado hacer en su búsqueda de justicia; un documento de investigación, de lo que ella vive, lo que ha visto, lo que sabe y que desea nunca haber escrito. Para “llevar a la mente cómo un lugar de exuberantes paisajes se ha colocado como la cuna de las desapariciones”, se lee en las primeras líneas del escrito, que ha compartido con otras buscadoras y en el que todas pueden reconocerse.

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La comunidad también reside en otros estados como Chihuahua, Campeche y Durango | Ricardo Hernández

La madre asegura que las comunidades en Bacalar secuestradas por el crimen son Miguel Alemán, Melchor Ocampo, Río Verde, El Gallito, Zamora, Otilio Montaño, Nuevo Canaan, Nuevo Tabasco, General Francisco Villa, Jesús Martínez Ross, 18 de Marzo y Francisco J. Mújica. Viven con toque de queda, les ordenan no salir de casa por la noche o atenerse a las consecuencias. Asegura que los campesinos viven extorsionados, pagan una cuota por dejarlos salir a vender sus productos.

También hace un recuento de los enfrentamientos y hechos violentos sucedidos en los últimos años; habla de hallazgos de cuerpos quemados o descuartizados en sascaberas, en la selva y en caminos rurales; de asesinatos de personajes públicos como Román Guzmán González, político local, o de Francisco Gandiola, conocido ganadero.

El último capítulo del documento lo dedica a enlistar las fichas de búsqueda activas en Bacalar, que suman 39 desde el año 2020. Por cierto, no hay ningún menonita desaparecido en dichas fichas activas. Y así cierra el documento:

“Este es un análisis muy básico desde los ojos de la desesperación, de la frustración de alguien que no tuvo preparación profesional y es el grito de auxilio de una comunidad que enfrenta uno de los periodos de derramamiento de sangre y toma de propiedades, cultura modos de vida y vidas de familias enteras, refugiadas en la selva, y otros que vieron partir a su hijos e hijas a manos de de gatilleros y que no saben si volverán a verlos.
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Las actividades comerciales de los menonitas podrían tener un impacto ambiental | Elizabeth Ruiz/Cuartoscuro

“Nada comparado con la conquista española que sufrieron los mayas en el periodo de la colonización española y la presencia de piratas en Bacalar. Bajo el sol dorado y los bellos colores de la laguna, bajo el murmullo de la fauna, ante los ojos de los niños testigos corre un clamor. Sí, un clamor: ¡Basta ya!”.

La carta cierra con una leyenda: “Si lo reproduces o compartes, cita este autor que busca incansablemente a su familiar”.

Abraham y los niños menonitas


El día que visité la comunidad menonita de Salamanca era un domingo, día de descanso dedicado para la convivencia familiar y para ir a la iglesia. La casa donde vive Abraham y su padre David es bonita: como todas aquí es amplia, de madera, con techo a dos aguas, pintadas de colores pastel.

David me cuenta que es originario de Little Belize y que llegó a Salamanca de muy niño. Aquí se casó y tuvo a sus 13 hijos. A Abraham lo llevaron desde bebé a la sede del Teletón en Chetumal, capital de Quintana Roo, para que recibiera estimulación temprana debido al síndrome de Down.

“Lo llevamos varios años, pero luego ya no. Como vimos que ya no iba a mejorar, pues lo dejamos de llevar”, dice David, de 55 años, poseedor de 48 hectáreas donde siembra soya y maíz.

Le pregunto sobre la paternidad, si juega con Abraham y sus otros hijos, si les da consejos, de su parte favorita y la que más odia de ser padre.

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Siempre hay personas vigilando a los niños, ya sea de la propia familia o vecinos | Ricardo Hernández

Pero David reacciona extrañado: “No sé qué decirte. No sé cuál es la parte favorita de ser papá. Yo nada más trabajo para que puedan tener todo”, dice, evidenciando el arraigo cultural en el que el cuidado recae exclusivamente en las mujeres.

Mientras hablamos, Abraham va de aquí para allá correteando al perro, toreando al caballo, jugando con su hermana, la más pequeña, de dos años. Y alrededor están Peter, Willhelm, Jacob y Margherita, esparcidos por el amplio patio. Para entender cómo es que estos menonitas han conseguido organizarse de tal manera que los niños estén tan despreocupados del peligro, le pregunto a Valeria Contreras sobre los factores que lo hacen posible.

“Hay que considerar que a los miembros de la comunidad menonita en Salamanca los unen elementos culturales como la religión, el idioma, la indumentaria, la ideología política, la axiología y las actividades productivas”, dice.

Reconoce que, a la luz de una mirada actual, podría criticarse su organización por patriarcal, pero también advierte que sería un análisis injusto por occidentalizado y porque se correría el riesgo de negar la libre determinación de comunidades con culturas diferentes a las nuestras, en un país multicultural.

Su forma de organizarse, con todos los problemas que pueden llegar a tener, les ha posibilitado vivir en paz”, dice.

Los menonitas no se enteran de la violencia que los rodea porque aquí no tienen televisores, ni conexión a internet y son contados los celulares. Hay, es cierto, un periódico menonita que circula cada tanto pero con anuncios de ocasión, de ganado, semillas o tractores a la venta. La pregunta es cuánto más este oasis quedará a salvo del crimen organizado.

*Los padres de los niños retratados en esta historia autorizaron la publicación del trabajo fotográfico.

GSC


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Ricardo Hernández Ruiz
  • Ricardo Hernández Ruiz
  • Reportero con residencia en Quintana Roo. Le interesa contar historias sobre infancias en "situaciones límite". Ha publicado en NYT, Gatopardo, El País, Pie de Página. Ganador del Premio Nacional de Periodsimo, del Breach/Valdez, entre otros
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