Ciencia y Salud
  • “Despertó y traía los dientes en la boca”: enfermedades y trastornos mentales, la otra cara de la desaparición

Enfermedades, la otra huella de las desapariciones en México | Cuartoscuro

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas. Su cuerpo se convierte en territorio en disputa.

La desaparición va dejando huellas. En los montes que quedan pelones de tanto buscar, en el suelo donde se clavan varilla y palas, en los caminos recorridos aún pese a la lluvia, el tiempo y la violencia. En los cuerpos de quienes viven siguiendo esas huellas.

Desde 1952 hasta hoy— entre la Guerra Sucia y la guerra contra el narcotráfico— el país suma más de 130 mil personas desaparecidas, según los datos de la Comisión Nacional de Búsqueda. La cifra sigue aumentando cada tanto: en sólo un año, de septiembre de 2024 a septiembre de 2025, Sinaloa superó las 2 mil desapariciones, como señala la Consejo Estatal de Seguridad Pública (CESP).


Quienes buscan van perdido más que sus trabajos, sus casas o sus relaciones. Encarnan la ausencia de quienes aman: se les caen los dientes repentinamente, se les desprende la retina de tanto llorar, les arden las rodillas tras caminar kilómetros a cuestas, y a pesar de cargar con un cansancio que pesa más que el cuerpo, pasan horas sin poder conciliar el sueño.

Un informe reciente encabezado por Amnistía Internacional confirma que, además de las amenazas de muerte y la violación a sus derechos humanos, las afectaciones a la salud —tanto físicas como mentales— son una de las consecuencias más comunes que enfrentan los familiares de personas desaparecidas: de las 521 mujeres encuestadas para la investigación, 79% confirmaron que enfrentaban algún tipo de padecimiento derivado de la desaparición.

Ajusco
Miles de familias buscan a sus seres queridos, en el proceso lo pierden todo, incluyendo la salud | Cuartoscuro

El terreno que aflora

Mover la tierra cien, mil veces: se pierde la cuenta después de casi ocho años. Pamela Gallardo Volante desapareció el 4 de noviembre de 2017, en el kilómetro 13.5 de El Ajusco, Ciudad de México. Fue a un concierto de música electrónica con cuatro amigos y su novio, después de eso, no se supo más de ella.

La esperaban en su casa la tarde del 5 de noviembre, pero, a diferencia de sus acompañantes, ella no llegó.

Desde entonces, en la familia Gallardo Volante todo disminuyó: se mudaron a un departamento más pequeño, sus ingresos dejaron de ser los mismos y su salud mermó. La señora Carmen, madre de Pame, pesaba 60 kilos, era una mujer muy sana, sin enfermedades. Ahora, tras más de 2 mil días sin conocer el paradero de su hija, es evidente que el terreno en el que busca impuso sus reglas.

“Lo que se ha jodido son las rodillas, por estar caminando en el campo, por bajar piedras, porque te caes, porque no te alimentas”. Su columna también ha resentido su largo andar, como comparte en una entrevista breve realizada durante una de las jornadas de búsqueda de marzo de 2025

En el Ajusco, conformado por más de 163 mil hectáreas, las pendientes accidentan el paisaje, los encinos y los arbustos se aferran, como las piedras al musgo, al suelo inclinado, elevado hasta 3 mil 930 metros del nivel del mar. Hace frío, pero después de bajar metros y más metros, pelando el cerro con pico, pala o varilla en mano, ya no se siente.

Hay que ir con cuidado, primero para no tropezar con la naturaleza muerta, segundo, para no pasar por alto cualquier indicio y tercero para evitar pisar a las víboras de cascabel y los hongos capaces de ocasionar una congestión severa.

Los hermanos de Pamela acompañan a su madre cada que pueden, se dividen porque tienen que ir a trabajar y ahorrar para la siguiente vez que toque salir a rastrear pistas. Es 28 de marzo de 2025, el último día de una semana de búsqueda, y Esteban, hijo mayor de la señora Carmen, va peinado la pendiente de un área delimitada por las autoridades de la Ciudad de México.

Gráfico 4

“Aquí vienen a tirar gente”, dice.

Sus brazos entierran con fuerza la piqueta. Busca huesos entre las raíces. De la tierra brotan animalitos, palos, piedras, pero nada más. Lleva así varios minutos, minutos de horas, de días haciendo lo mismo. Harto de usar la herramienta, la deja a un lado y comienza a mover todo con sus manos, aprieta los labios, sus músculos se tensan y el esfuerzo le escurre por la frente, pero no lo ha notado.

El jadeo lo saca del trance. “Toma agua, no te vayas a deshidratar”, le dice una compañera de búsqueda y le extiende una botella pero no lo detiene, sabe que el cansancio es mejor que la ansiedad que deja no ver el suelo pelón a su partida. Del dolor —al cierre de una jornada sin hallazgos— no hablan.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
La familia de Pamela lleva más de 2 mil días de búsqueda | Cuartoscuro

Un día antes el papá de Pamela tuvo un problema en campo: se empezó a sentir mal y vomitó. La señora Carmen pidió al paramédico asignado por la Comisión de Búsqueda de Personas capitalina que le revisara la presión luego de que su esposo le dijera que se sentía de la chingada.

“Él no quiere buscar a su hija en la tierra. A él le cuesta mucho trabajo decir que Pamela puede estar en un lugar de estos. Nos rompemos, pero nos tenemos que volver a levantar”, dice. 

Como les ocurre a muchos otros padres, el estómago es el órgano que más protesta ante la ausencia. El vacío de información y la falta de respuestas institucionales abren huecos en él, como le pasó a la señora Carmen.

“Mi problema estomacal ya vino después del año de Pamela, pero es por tantos sentimientos encontrados, por autoridades indolentes de un Estado fallido con las madres buscadoras”, añade.

Ese penúltimo día de la jornada la mamá de Pamela preguntó si no había algún remedio para su esposo, pero el señor no recibió ningún medicamento, de hecho, ni la glucosa le tomaron. A pesar del episodio, no fueron al médico.

“Siempre lo dejamos, primero el gasto de la búsqueda, primero el rastreo, primero salir con las autoridades, después la salud. No nos alcanza, pero yo al Estado nunca le he pedido nada, todo lo pagamos como familia”. 

Exponer el cuerpo a donde nadie llega

“Es muy común ver enfermedades gastrointestinales, pero también en vías urinarias. Por no dejar de buscar, las familias se aguantan a ir al baño, pasan lapsos largos de no comer. Entonces, gastritis, colitis, enfermedades renales, son muy comunes en campo”, comparte una antropóloga física y profesora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) para esta investigación. 

Tras nueve años participando en caravanas de búsqueda ha notado las huellas. Las familias le han confirmado que, conforme más pasa el tiempo, el cuerpo pesa más.

“Dicen que cuatro, cinco días de búsqueda ya implica un mes de recuperación, por que la verdad cambia mucho la dinámica a la hora de comer —si es que quieres o no hacerlo— porque a veces nos toca estar en un ambiente insalubre, las manos siempre están sucias, la comida se asolea, está casi tronada por las altas temperaturas” 

En general, todas las jornadas son arduas, pero cada ecosistema implica riesgos distintos para los que el cuerpo no está habituado. En mayo de 2023, el colectivo Corazones Unidos en Busca de Nuestros Tesoros acudió a Puerto Vallarta —tierra de sol, iguanas y el Cártel Jalisco Nueva Generación— tras recibir una alerta.

En la zona de búsqueda localizaron una casa abandonada en donde notaron un olor ácido: la humedad y el calor habían convertido a las paredes grises en una olla de gases. Creyeron que el aroma era un indicio y empezaron a escarbar. A un metro de tierra removida se detuvieron: usar doble cubrebocas resultó útil para contener el aroma que les calaba hasta el pecho.

Gráfico 1

Después de ese día, siete de las integrantes tuvieron que ser hospitalizadas.

"La tierra donde estuvimos en Puerto Vallarta estaba contaminada de algunos hongos, son tierras muy húmedas y esto hace más fácil que haya este tipo de hongos", explicaron posteriormente en sus redes sociales.

El diagnóstico para tres de ellas fue histoplasmosis, enfermedad que las llevó a permanecer dos meses internadas. Aún después de haber recibido el alta se sentían débiles, sufrían de taquicardia y dificultades para respirar y caminar.

“No puedo hacer mis actividades laborales, ni realizar búsquedas, ni mis actividades en el colectivo”, dijo la líder en aquel entonces.

La antropóloga recuerda haber vivido algo parecido en una de las brigadas. Su grupo localizó un cuerpo dentro de una construcción. Estaba cubierto por kilos de cal. A pesar de que llevaba un KN95, el polvo blanco logró traspasar el cubrebocas.

Gráfico 2

“Estuve como dos meses con tos y una sensación de algo pegado en la tráquea, en los pulmones. Es muy importante tener en cuenta este tipo de cosas: hay veces que, a pesar de traer protección, no es suficiente [...] Estamos muy propensos”. 

Las familias se adentran a donde nadie más lo hace con lo que tienen a la mano: se exponen a los vidrios y tijeras desechadas en los basureros, a tropezar con los objetos abandonados en los canales de aguas negras, a pisar mal mientras bajan por las barrancas.


Aún en terrenos menos complejos su cuerpo sigue vulnerable: con el tiempo, hasta el más inocente tropiezo se termina resintiendo en las articulaciones, caminar deja un dolor casi crónico en los pies y las largas horas bajo el sol desbaratan la piel.

“Conozco a dos mamás de Coahuila que tienen cáncer en la piel y es por las búsquedas. Las zonas donde iban a buscar son casi desérticas, allá por Patrocinio, por Estación Claudio (...) Es estar de sol a sol ahí” 

En 2019 la antropóloga acompañó a una caravana en Michoacán, tierra sembrada de fosas. Como la jornada duraba varios días, una iglesia de la zona permitió que las madres y el equipo de búsqueda instalarán un domo para descansar en las inmediaciones.

La primera noche fue la peor, la especialista iba enferma y el clima solo empeoró la tos. Los músculos del pecho y de su abdomen se contraían con fuerza, pero hacía lo que podía para controlar los espasmos.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
Las familias se adentran en terrenos complicados con el objetivo de hallar una pista | Cuartoscuro


“Yo tose y tose, y las mamás a cada ratito yendo a preguntarme si estaba bien. Le dije a una mamá ‘Duérmase, no se preocupe’ y me dijo ‘No, no puedo dormir”, le contó que, desde que desapareció su hijo ya no puede descansar. 

El insomnio

“¿Cómo voy a comer si no sé si mi hijo ha comido? ¿Cómo me voy a dormir si no sé si mi hijo duerme? ¿Cómo me voy a tapar cuando tengo frío si no sé si mi hija está temblando y muriéndose de frío? ”, Adela Alvarado  habla a la cámara, la mitad de la frase le sale en un hilo. 

Es payasa de profesión y madre de Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, una joven estudiante de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala que se preparaba para convertirse en psicóloga. Desapareció el 14 de diciembre de 2004: ese día salió de su casa, ubicada en Ecatepec para entregar un trabajo final, era uno de los últimos pendientes para dar por cerrado su semestre.

Se despidió de su papá y tomó el camino habitual. Como planeaba regresar temprano, no sería necesario que pasaran a recogerla. A las 6:00 de la tarde de ese día las compañeras de Mónica llamaron a la casa para preguntar por ella. No había llegado a la universidad.


Han pasado casi 21 años y las pistas sobre el paradero de la joven se suman a cuentagotas. A partir de la desaparición, el esposo de Adela enfermó de diabetes, ella de hipertensión, dos de las principales causas de muerte en el mundo. Además, ambos perdieron el sueño.

“Creo que todas las personas que tenemos un desaparecido, definitivamente todas, padecemos insomnio. Es algo inherente. Por diferentes causas ya no duermes: a veces estás pensando en tu hija, en si está viva cómo está y si está muerta en dónde está”

La madrugada encuentra a los buscadores despiertos. Dormitan, pero no alcanzan a culminar el sueño hasta las tres, cuatro o cinco de la mañana. Algunas personas dicen que así lo aprendió su cuerpo en los primeros meses de la desaparición, cuando esperaban atentamente una señal de regreso: el sonido del pestillo de la puerta, una llamada, un mensaje.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
Las condiciones de búsqueda tienen repercusiones en el cuerpo, tanto a largo como corto plazo | Cuartoscuro


En otros casos, son las amenazas o los recuerdos lo que mantiene los ojos abiertos: 

“Hay mujeres que van recuperando cada parte de su hijo para completarlo. Es una locura. Imagínate, ¿tú crees que una mujer de esas duerme?” .

Estrés, el precio de vivir alerta

Todos los días, a cada momento, sienten estrés. “Nosotros fuimos amenazados de muerte”, comparte Adela. 

El 18 de diciembre de 2004, la familia Ramírez recibió un mensaje de rescate desde el teléfono de Mónica, desaparecida en un contexto de creciente violencia y secuestros en México. La Agencia Federal de Investigación (AFI), entonces dirigida por Genaro García Luna, tomó el caso, pero lejos de brindar apoyo, sometió a la familia a un confinamiento sin respuestas.

Cuando acudieron personalmente a las oficinas de la AFI, fueron tratados con indiferencia. Les insinuaron que Mónica se había ido por voluntad propia y, tras varias insistencias, les negaron incluso la existencia de la carpeta de investigación. La familia decidió buscar por su cuenta y, con ayuda de un investigador privado, lograron rastrear llamadas y mensajes que los llevaron hasta Jesús Martín Contreras Hernández y su novia, ambos implicados en la desaparición.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
Madres, padres, hermanos recorren todo el país en jornadas y caravanas | Cuartoscuro

Durante las investigaciones apareció otro nombre: Marlon Gaona, hijo de un exagente judicial preso por homicidio y líder de una banda de secuestradores desde prisión. Al presentar las pruebas públicamente, la familia fue amenazada de muerte. Su lucha, marcada por el dolor, la impunidad y la corrupción institucional tuvo y sigue teniendo un costo en su salud.

Viven huyendo desde hace 19 años. Sin un lugar, mal mirados y nómadas por la fuerza, continuaron como pudieron, mudándose constantemente por todo el país. El desplazamiento y miedo no solo  les impidió establecerse sino que además, les ha arrebatado a posibilidad de tener seguro social

“A Marlon lo metieron a la cárcel por la situación de Mónica y salió, pagaron a los jueces y lo sacaron (...) El tío de Marlon es abogado, son gente que puede investigarlo a uno y averiguar en dónde está. Entonces, eso nos hace no poder tener un seguro médico, nos tratamos con médicos particulares”.
Gráfico 5

En medio de la conversación la señora Adela recuerda haber escuchado como la angustia se queda marcada sobre el nervio vago , uno de los más largos, complejos y susceptibles del cuerpo.

Los estudios respaldan sus palabras: el estrés perpetuo atraviesa esta pila de fibras entretejidas que brota del tronco cerebral y conecta con el corazón, los pulmones, el estómago, los intestinos, el páncreas, el hígado, los riñones, el bazo y la vesícula.


Los efectos del estrés crónico terminan por afectar la región y debilitar el sistema inmunológico lo que aumenta la probabilidad de sufrir afecciones crónicas o empeorar las existentes, como ocurre en muchos de los casos.

“Como estamos todo el tiempo en constante estrés, todo nuestro organismo está completamente disfuncional. Hay a quien le da cáncer, a quien le da diabetes, a quien le dan las dos cosas”, dice. 


Lo que queda en el cerebro

“Una vez una madre me contó que ella ya tenía diabetes. [Un día] despertó y traía los dientes en la boca. Se le cayeron. Definitivamente fue todo el estrés y ansiedad”, cuenta la licenciada en criminología Margarita Márquez Plata

La también maestra decidió sumarse a las brigadas de búsqueda después de ver los hallazgos en el Rancho Izaguirre. El horror expuesto en los videos del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco la llevaron a buscar la forma de apoyar en la Ciudad de México.

Desde que comenzó sus labores en campo carga con su kit de primeros auxilios, ha ido aprendiendo a fuerza de error. Cada jornada suma algo nuevo: un objeto, una historia.

Una de las primeras cosas que notó en las familias fue la irritabilidad, la ira y lo difícil que les resultaba concentrarse. Algunas buscadoras le compartieron que, a partir de la desaparición, comenzaron a tener problemas de memoria, algunas incluso desarrollaron comportamientos compulsivos.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
Los recursos no son suficientes, muchas veces los cuerpos de las y los buscadores quedan expuestos | Cuartoscuro

Al escuchar a las madres se hace evidente que la sombra de la desaparición lo envuelve todo. Se queda en el eco de las habitaciones vacías, en la memoria de los objetos ya no usados. 

Sin duelo, se graba en el cerebro una pérdida ambigua. Queda atrapado en un estado perpetuo, un guión sin punto final.

Es ahí donde nace la depresión, ansiedad, pensamientos suicidas, recuerdos intrusivos, el sentimiento de culpa, la irritabilidad y en ocasiones, las adicciones, como compartieron las familias consultadas por Amnistía Internacional.

Los trastornos del estado de ánimo, junto con el estrés crónico terminan remodelando más que experiencia cotidiana ya que restructuran al cerebro mismo: de acuerdo con diversos estudios, algunas zonas, como el hipocampo o la corteza prefrontal se reducen. La masa moldeable responde a lo vivido y aunque no se pierden neuronas, las células de apoyo y los puentes que las conectan disminuyen, afectando a la memoria o la capacidad para tomar decisiones.

“Todo esto lo que más perjudica es el desempeño laboral, académico”, lamenta la criminóloga.

No importa cuanto tiempo, la desaparición duele

Yudhisthira Piña Villarruel, Nimai para sus conocidos, desapareció el 30 de septiembre de 2024 en la alcaldía Gustavo A. Madero, lo último que se supo de él es que se reuniría con unos amigos. Fue hallado sin vida 15 días después en el Estado de México. Su caso da cuenta, por un lado, de la crisis forense y por el otro, de cómo, independientemente del tiempo, una desaparición deja una marca profunda en el cuerpo.

“Hay un dolor general físico que no se quita”, dice Gabriela Alonso, hermana de Yudhisthira.

Desde el inicio, la familia recibió instrucciones confusas por parte de las autoridades. Sin avances, seis días después de haberse expedido la ficha de búsqueda decidieron realizar una protesta y tomar de manera simbólica la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México. Justo ese día encontraron a Nimai.

Gaby fue quien recibió la noticia ‘Hay un cuerpo en la SEMEFO [Servicio Médico Forense] del Estado de México que tiene las características de tu hermano’, le dijeron. Primero los llevaron a Barrientos, Tlalnepantla donde les enseñaron fotos. Creyeron que después de confirmar la identidad les entregarían al joven, pero no, resultó que no estaba ahí sino en otras instalaciones en donde los refrigeradores estaban descompuestos. Tuvieron que ver a Yudhisthira en un estado de descomposición muy avanzado.

Aunque la familia Nimai pudo sepultarlo, no recuperó la paz, se les ha ido tratando de conseguir justicia en un país en el que el 99% de los delitos de desaparición forzada y desaparición cometida por particulares permanece en la impunidad mientras más de 72 mil restos humanos desbordan las morgues esperando ser identificados.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
La crisis forense dificulta la localización e identificación atrasando el progreso en las investigaciones | Cuartoscuro

Desde octubre a la fecha, Gabi padece de una tos que no la deja. Sus alergias han empeorado y todo su cuerpo es una masa doliente. Recuerda que en febrero de este año pidió permiso para faltar al trabajo por dos días debido al dolor.

“Constantemente hay una revictimización cuando tú asistes con las autoridades. Es una herida que está abierta y que constantemente está siendo lastimada. Eso exactamente es lo que no le permite cerrarla. No te permite terminar de tener este luto y pasar por todo ese proceso porque no hay justicia” 

Jani, la prima de Yudhisthira, tuvo muchos problemas para terminar el semestre. Las instituciones no están preparadas para tratar estos temas. “No tienen protocolos para ayudar a personas que se encuentran en un estado mental muy frágil y muy vulnerable”

La vida sigue y las familias son orilladas a avanzar con ella. Gabi tiene un hijo adolescente cuyos días fueron trastocados por la desaparición y la falta de respuestas institucionales.

“Es bien bien difícil porque si él se queda sin pila en un momento, no llega o no sé con él la verdad es que le ha tocado lidiar con mi paranoia, con mi preocupación”, confiesa Gabi. 


Lo que se hereda

La desaparición es un problema que se ramifica hacia el futuro. Los sobrinos de Mónica, por ejemplo, viven atravesados por ella.

“Mis nietos ven que no somos una familia normal, que no nos comportamos como todo el mundo. Uno de mis nietos dice que ya está fastidiado, que no aguanta esta vida. Él nació siendo víctima. [Les decimos] no salgas aquí, no salgas allá, porque estamos todo el tiempo, no sólo con el temor de la desaparición de Mónica sino también con lo de las amenazas”

Esta vieja arma de guerra sigue vigente, se convirtió en un padecimiento estructural que, como virus, se expandió por toda América Latina. En está región del mundo las desapariciones forzadas, marcadas principalmente por dictaduras, se utilizaron como parte de una estrategia para controlar, detener y eliminar sistemáticamente.

Las familias encarnan la ausencia: pierden los dientes, se les desprende la retina o desarrollan enfermedades crónico degenerativas.
Una de las madres compartió a amnistía Internacional que sufrió desprendimiento de retina por el llanto constante | Cuartoscuro

Aunque por años el delito fue cometido por actores del Estado,  a partir de la guerra contra el narcotráfico y la reconfiguración de la economía global, algo cambió en México. Las fuerzas de seguridad, civiles armados, delincuencia común, pandillas, empresas y el crimen organizado ahora convierten al cuerpo en territorio en disputa.

Así, y como señala un estudio de la ONU, las familias permanecen en un estado de conmoción persistente, “de crisis latente y prolongada, en el que la angustia y el dolor causado por la ausencia de la persona amada continúa indefinidamente". Tan indefinidamente que se transmite de generación en generación.

Los nietos de la señora Adela viven cansados, las dos décadas sin respuesta se suman a sus propios años. Parte de su herencia se fue en estafas, brigadas de búsqueda e información que pudiera ayudar en localizar a su tía Mónica, la otra la llevan con ellos: son las realidades que nacen de su ausencia.

“Somos unos palos, somos tiesos. Es muy difícil, necesitamos mucho esfuerzo para hacer algo de convivir o de bailar o de cantar”
“Ya es algo de nosotros, es algo que se nos queda. Ya es parte de nuestra vida, de nuestras células, de lo que somos”, dice Adela.

De 2011 a julio de 2025, al menos 30 familiares de personas desaparecidas han sido asesinadas, 16 eran mujeres. No hay número que establezca cuántas más han fallecido en accidentes o por enfermedad, lo que tienen claro los colectivos es que muchas mueren de tristeza. Por qué sí, la tristeza las desarma: una madre sufrió desprendimiento de retina de tanto llorar.

Miles de familias habitan un cuerpo que parece no pertenecerles, rehúyen de los exámenes médicos para no enfrentar un posible diagnóstico, pero hacen lo que pueden para apropiarse de él encarnizadamente porque su mayor temor es morir antes de poder encontrar.

​LHM


Google news logo
Síguenos en
Lizeth Hernández
  • Lizeth Hernández
  • Más que contar, me gusta escuchar historias. Egresada de la FCPyS, UNAM, escribo para interpretar a una ciudad que se devora a sí misma. Actualmente cubro temas de ciencia, salud y en ocasiones, relatos del pasado.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.