La mayoría de las pérdidas conllevan un duelo. Aunque, ante la sociedad, no todas son “suficientemente importantes” como para tener su propio espacio de dolor, aceptación y reconocimiento; más aún si éstas no implican la muerte de una persona.
Esta postura se contrapone a la propia naturaleza del ser humano, pues las pérdidas forman parte de nuestra vida desde el nacimiento: “Desde que llegamos a este mundo, ya perdemos el calor del vientre de nuestra madre. Y al entrar al mundo real, en cada etapa que vivimos vamos perdiendo algo”, explicó la tanatóloga, Marian Helú, en entrevista con MILENIO.
¿Qué son los duelos no reconocidos?
Despedirnos del colega que acaba de renunciar, darse cuenta de lo rápido que crecen los hijos o no quedar seleccionado en la universidad son duelos que pueden ser igual de importantes que la muerte del abuelo que educó como “un segundo padre” o de la abuela que congregaba a la familia en Navidad.
Pero son las creencias, las ideologías y la cultura las que terminan de definir en cuáles circunstancias la persona sí “merece” atravesar su luto, y cuáles “no son para tanto”. Es ahí cuando se habla de los duelos no reconocidos— también referidos como duelo invisibles, desautorizados o silenciosos—.
“Son aquellos que, a pesar de conllevar una pérdida, no reciben la compresión adecuada socialmente (...) No se reconocen porque hay un prejuicio alrededor de ello: a lo mejor no va con las creencias o los valores de la sociedad. Se minimizan”, detalló Helú.
No todas las pérdidas implican un duelo. Contrario a lo que se piensa— que el duelo es sólo ante la muerte de familiares o amigos muy cercanos—, el dolor y la tristeza se define por la importancia a esa persona, suceso, circunstancia u objeto.
“Toda pérdida merece vivir un duelo, pero también hay pérdidas que no se viven en forma de duelo”, señaló Helú. “Lo que hace que vivamos un duelo, de cierta forma, es qué significan las cosas para nosotros”.
Uno de los más comunes es cuando fallece alguien con quien no tuvimos una relación de sangre, por ejemplo, un colega del trabajo o la vecina a la que saludábamos todas las mañanas. Mismo caso con las muertes de las mascotas, especialmente con las generaciones actuales que han resignificado los vínculos con sus perros, gatos, aves u otro animal.
“Los hacemos parte de nuestro día a día. Los contamos como familia, pero para muchas personas sólo es un animal. Y para nosotros, puede ser hasta un animal de apoyo”.
Los duelos perinatales también entran en la categoría de los duelos no reconocidos, pues, a pesar de tratarse de la pérdida de un bebé durante la gestación, las parejas o las madres reciben frases o actos de insensibilidad (a veces hechos inconscientemente).
“No se habla porque ‘no hubo un nacimiento de un bebé’. Entonces, a veces simplemente no se dice nunca que hubo una pérdida o, en ocasiones, también se le dice a los papás ‘Ay, puedes volver a intentar’ (...) cuando no saben realmente lo que significó ese embarazo”, acotó la tanatóloga.
Por su parte, el luto de las muertes por suicidios, sobredosis, consumo de sustancias o enfermedades venéreas suele enfrentarse en silencio, con culpa y vergüenza de por medio. ¿La razón? Nuevamente, los tabús.
“No se le acerca a la persona a dar el pésame o no se le pregunta cómo está, porque existe un estigma social alrededor de ella”, explicó Marian, agregando a la lista a las personas con familiares o amigos en la cárcel. “Por ‘no estar dentro de nuestra sociedad’, no se da el espacio a la persona que perdió a alguien importante que estaba privada de la libertad”.
Lo “intangible” también se pierde
Recibir el diagnóstico de una enfermedad impacta emocionalmente tanto al paciente, como a la propia familia; especialmente si el padecimiento es incapacitante o terminal, el cual pueda implicar no sólo la pérdida de la salud, también del rol que ejercen y las propias expectativas de vida.
Asimismo, quienes deciden mudarse de país o ciudad atraviesan un proceso de duelo no reconocido y “usualmente acompañado de (frases) como ‘tú lo decidiste’ o ‘era lo mejor’”. Esto sin tomar en cuenta que ese camino, por más deseado que haya sido, implica perder— entre varias cosas más— la rutina, la normalidad, la cultura, la familia y las amistades.
“Como si por ser un cambio positivo o de mejoría, no se valiera sentir una emoción triste”.
¿Qué pasa si no tratamos los duelos no reconocidos?
No reconocer un duelo— sea o no invisible— impide que la persona pueda enfrentarse al dolor e integrar la pérdida a su vida diaria.
“La única forma de afrontar adecuadamente, va a ser sintiendo las cosas, sintiendo ese dolor y aceptar que es una pérdida importante”, destacó la también psicoterapeuta. “Muchas veces, puede convertirse en un duelo patológico, reprimido e inclusive algo que marca una herida”.
Un paso crucial para sanar la muerte de un familiar, de una mascota o cualquier otra pérdida es “mover el dolor”. En palabras de Helú, “acercarnos a eso que nos duele” o que nos recuerda a lo perdido. Y al ser un proceso socialmente demeritado o no aceptado, recomienda tener y fortalecer las redes de apoyo.
“De pronto creemos que esa pérdida no es suficiente para ser escuchada o para que las personas puedan acompañarte. Y algo importante es que los duelos merecen ser acompañados y necesitan ser escuchados y expresados”.
ASG