Entre episodios de ansiedad y migrañas, Blanca Mora se aferra a Chicago aún después del asesinato de su novio Silverio Villegas, de 38 años, a manos de un agente de la Agencia de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), cuando el mexicano intentaba escapar de una redada, en septiembre de este año.
“Después de eso yo tenía tanto miedo que solamente salía a la calle para recoger a mi hija en la escuela y no tenía dinero ni para la renta”, cuenta en entrevista con MILENIO desde el espacio al que se mudó tras la muerte de Silverio y que mantiene en anonimato.
“No me echaron porque un matrimonio me donó parte del dinero que habían juntado en su boda”, precisa. “Otra organización, PASO, me dio 500 dólares que usé en los niños de él antes de que se los llevaran”.
Blanca Mora, oriunda de Irimbo, Michoacán, resume así lo que significa para cuatro millones de indocumentados mexicanos reconocer la mano solidaria de su gente en medio de las políticas de Donald Trump que los encierra en sus casas, como en tiempos de la pandemia, cuando el día a día se convirtió en un asunto de supervivencia.
Sin trabajo fijo actualmente, no hay forma de pagar las rentas de mil 500 dólares por un pequeño espacio, el teléfono, el agua y la electricidad que amortigua los crudos inviernos de menos 15 grados y la peor sensación térmica que provocan los vientos del lago de Michigan.
“La pareja que me ayudó a pagar el alquiler en el peor momento sólo me pidió que le echara ganas y… ¡aquí sigo!”, agrega la hoy viuda –porque lo es, aunque sin matrimonio– que emigró a Estados Unidos a los 18 años para buscar a su madre desaparecida y a la que apenas recuerda. La señora se fue cuando Blanca era casi una bebé, con la promesa de volver por sus tres hijos cuando juntara algunos dólares.
“No la he encontrado, pero no pierdo la esperanza… a veces lloro mucho y quisiera regresarme a México”.

Deportados y autodeportados: cifras de escándalo
De acuerdo con las cifras divulgadas el 3 de noviembre por el Departamento de Seguridad Nacional estadunidense, más de dos millones de migrantes irregulares han salido del país; de los cuales, 1.6 millones habrían sido autodeportados.
La cifra es cuestionada por organizaciones defensoras de los derechos de los migrantes. Consideran que es una “exageración”, propaganda de los republicanos, porque saben que la comunidad indocumentada resistirá junto con sus hijos, sobrinos, primos, amigos.
“Somos en total 40 millones de mexicanos en Estados Unidos: la mayoría nacidos aquí y, de los 12 millones que nacieron en México, sólo cuatro millones son indocumentados. Y son a quienes estamos ayudando”, destaca Vicente Ortiz, director de la Asociación de Jaliscienses Unidos en Acción (Ajúa). “Las crisis nos unen más”, sentencia.
Aunque no hay una estadística exacta sobre el número de organizaciones que apoyan a inmigrantes sin papeles, un estudio del Instituto Baker calculó que había en 2019 alrededor de 2 mil 650 asociaciones mexicanas en Estados Unidos, la mayoría autosustentables con recursos de las comunidades hispanas.
“Los migrantes no nos hemos cruzado de brazos”, agrega Ortiz, quien encabeza, además de la organización filantrópica, una cadena de restaurantes que ha sentido el impacto de la falta de clientes y el incremento de los precios”:
“Aunque no se ha declarado formalmente una recesión, se siente igual que en 2008, 2009 y 2010: productos escasos y caros”.
La organización Centro Comunitario y Laboral de la Merced calculó en junio pasado que la fuerza laboral en las zonas de los operativos migratorios decreció un 3.1 por ciento en general; en el caso de las mujeres, es peor: bajó hasta un 8.6 por ciento, o sea, que faltan al trabajo una de cada 12 mujeres por miedo a la deportación.
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Alimentos para quienes se ocultan
Bajo tal panorama, la donación de alimentos se ha tornado clave para la comunidad sin papeles que prefiere recluirse cuando el ente migratorio federal, el ICE, ataca.
Repartiendo a domicilio, se han visto en las calles de California a estudiantes hijos de inmigrantes de la organización Raíces con Voz: Latinos en salud Pública; a profesores y alumnos de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA); a voluntarios de todas las etnias para la Local Hearts de Los Ángeles y almas solitarias como la influencer latina, Blanca Soto.
En Chicago, el hidalguense Jesús Vargas, fundador del Movimiento de Integración Juvenil (Mijos), una organización sin fines de lucro, precisa:
“Juntamos despensas, comida, leche, camas de hospital, pañales o sillas de ruedas… Damos orientación para pagar luz o gas, apoyo con trámites para que en caso de deportación el Estado no les quite a sus hijos y conexión con programas del gobierno que siguen operando”.
Blanca Mora ha encontrado con esta ayuda humanitaria el ánimo para aguantar la vida tras despedir a su pareja, Silverio. Se lo llevaron en un ataúd al pueblo donde ambos nacieron en medio de un escándalo mediático por la versión del oficial que lo cosió a balazos, y que aseguró que el mexicano se lo buscó al intentar huir.
“Muchas personas creen que el consulado mexicano me ayudó, pero no es cierto. Me dieron 500 dólares para que pagara el pasaporte y la doble nacionalidad para mis hijos. Dijeron que me estaban dando terapia, pero nunca me llamaron”, destaca Mora.
“Las terapias las recibí gracias a una mujer que se llama Paty García, de una organización de mujeres latinas. No he pagado un centavo y se los agradezco porque ha sido muy difícil asimilar todo lo que pasó”.
Silverio y Blanca hacían un equipo. Antes de conocerlo, trabajaba en una fábrica de manera fija; luego se cambió a hacer trabajos de limpieza hasta febrero de este año, cuando su novio obtuvo la custodia de los niños.
Hicieron, entonces, un equipo. Ella cuidaba a los dos hijos menores de él –los había tenido con su anterior pareja– además de su propia hija, ya en la pubertad; el hombre, a cambio, se las ingeniaba en el fogón de un restaurante para solventar las necesidades económicas.
El asesinato dejó a Blanca con una mano atrás y otra adelante porque había dejado su trabajo en la fábrica. Luego vino la cereza en el pastel de las desgracias:
El gobierno tomó la custodia temporal de los dos hijos pequeños de Silverio porque él no dejó una carta poder para que ella o alguien más de la familia que tuviera documentos pudiera reclamarlos en caso de ausencia, un descuido frecuente entre los migrantes.
Ahora hay una batalla legal, de la que forma parte el Consulado de México en Chicago, para enviarlos con los abuelos a México porque nadie de la familia en Estados Unidos tiene la ciudadanía para reclamarlos.
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Los apoyos surgen en la crisis
Previo al encuentro con su terapeuta, Blanca Mora respira profundo. Camina con intranquilidad, mirando a todos lados y piensa que el suelo que pisa no es el mismo, que ya no puede ir al parque de la esquina o a los juegos acuáticos.
No mira noticias ni nada parecido en las redes sociales para no alarmarse más. Últimamente, no ha visto a tantos agentes de migración en Chicago como hace unas semanas.
Si se asomara a los noticieros encontraría que algunos se fueron hacia el Este y que en las primeras horas de noviembre, la Operación Midway Blitz, en la que murió Silverio, detuvo a más de 140 camioneros indocumentados en Indiana.
Mientras tanto, ella no falta a la cita con la psicóloga. La calma la centra. Agradece a Dios poder tener a alguien que la ayude con su salud mental y así tener el valor de salir a la calle en busca de comida, su hija, y empleo.
“Quiero juntar dinero para mi próxima renta, pero no están contratando”.
Otras como ella ni siquiera han podido vencer el miedo a dejar sus casas y eso ha mermado su economía.

La organización Mijos en Chicago se enfoca en sacar adelante a esos perfiles con la misma estrategia que usaban en la pandemia, cuando surgió la idea de repartir despensas a los más vulnerables.
“Mis hijos colaboraban con una iglesia afroamericana y todo lo que sobraba de sus donaciones nos lo entregaban. Con eso armamos despensas especiales y las llevábamos directamente a las casas de las personas enfermas de covid-19, para que no tuvieran que salir; ahora lo hacemos para los que tienen miedo a ICE”, recuerda Jesús Vargas.
Para apoyos al pago de luz o gas, Mijos los canaliza a otra organización, que ha logrado bajar recursos federales para esos fines, en tanto la ciudad hace los suyo con condonaciones de hasta el 50 por ciento a deudas por agua.
Mijos no se centra solo en la vivienda, sino en capacitaciones para que los migrantes sepan organizar sus documentos importantes: títulos de carro, hipotecas de la casa, cuentas bancarias, actas de nacimiento.
“Les recomendamos hacer una carpeta y nombrar un tutor a alguien de confianza que sepa dónde está todo por si los detienen”.
Blanca Mora estaba consciente de la importancia de la documentación hasta que mataron a Silverio y las redadas ensombrecieron la ciudad.
Ahora ella y su hija de 13 años tienen pasaporte y la niña, la doble nacionalidad. Su madre se lo está pensando seriamente en regresar a México, aunque la niña no quiere, ¿se la llevará a la fuerza?, ¿la dejará con su tío?
Los indocumentados tienen dos caminos actualmente: orar para que la buena suerte impida que no los alcance la migra o autodeportarse. En ambos casos, necesitan evitar que el gobierno u otras personas les quiten todo, casa, ahorros, hijos…
“De cualquier manera, el ideal es prever que en caso de ser detenidos o deportados alguien de confianza –un familiar o amigo– se haga cargo de sus cosas y de los niños, si son padres”, alerta Marilú Vargas, notaria y secretaria de Mijos, quien se encarga de apoyar a las familias a hacer sus cartas de custodia temporal.
Cuando las personas no quieren salir de casa por miedo a las redadas, Mijos pide que envíen la información por texto: fotos de identificaciones, actas de nacimiento, dirección y teléfonos. Marilú Vargas revisa que sean realmente los padres quienes otorgarán la custodia y hace el papeleo para que se presenten en un solo día a firmar y notariar.
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La carta les permite a esos responsables hacer trámites esenciales importantes y recoger a los niños en la escuela, autorizar atención médica y resolver emergencias.
Pero lo más valioso es que evita que el Estado tome custodia de los niños, que es lo que ocurre cuando los padres son detenidos y nadie los recoge. Si eso pasa, los niños entran al sistema de ‘foster care’ o casas de crianza. Recuperarlos después es muy difícil.
Hasta ahora Mijos ha hecho aproximadamente 55 cartas de custodia temporal, es su granito de arena en un reto colosal: en Estados Unidos, hay alrededor de seis millones de menores de 18 años que comparten hogar con uno de sus padres en situación irregular.
El caso de Silverio, es el mejor ejemplo para explicar las consecuencias de no contar con una carta de custodia temporal, explica Marilú Vargas.
“Él tenía la custodia legal de sus hijos; la madre tenía una orden de alejamiento y como él no había designado a nadie, el Estado tomó a los niños por ser ciudadanos estadounidenses y aunque el Consulado intenta que los abuelos en México obtengan la custodia, estos necesitan abogado, estudio socioeconómico, historial criminal limpio, y solvencia”.
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Cuando Silverio murió, alguien de su familia abrió una página de GoFundMe para recaudar dinero para los gastos del funeral y la manutención de los niños. Se juntaron más de 70 mil dólares, pero nadie sabe dónde está ese dinero.
“Si ese fondo estuviera disponible, los abuelos podrían demostrar solvencia económica ante un juez. Pero el dinero desapareció, y ahora todo está trabado”, lamenta Marilú.
Blanca Mora tiembla al pensar una suerte así para su hija, separada de ella. Aunque la niña tiene la doble nacionalidad, reclamar desde México la reunificación familiar es complicado. Por tanto, el reclamo de apoyo tomó otro rumbo: ¡que alguien me diga donde hay trabajo!
Hace unos días su prima la metió a un trabajo de limpieza de medio tiempo, pero es poco aún. México aparece en su mente como la siguiente opción mientras espera encontrar algo más.
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