No es normal que a Claudia Sheinbaum se le juzgue de manera tan distinta que a otros políticos hombres.
A Claudia, en los medios, rara vez se le llama por su título o experiencia previa. No se le llama doctora o ex jefa de Gobierno. Se le llama la favorita, la mimada, la subordinada, la florecita, la clon preferida de Andrés Manuel o su mala copia.
A Claudia se le infantiliza, se le trata como a la hija o la hermana menor. Se dice que “se la van a comer viva”, “la van a hacer pedazos”. Que la pequeña Claudia no puede hacer nada más que estar a la sombra de Obrador.
Como evidencia de su supuesta sumisión se argumenta que Claudia no confronta al Presidente. Como si en su tiempo el candidato Meade hubiera confrontado al presidente Peña Nieto. Como si Ebrard, Augusto o Noroña lo hicieran.
Las corcholatas hombre no dejan de demostrar su obediencia y deseo desbordado de que López Obrador los reconozca, les llame hermano, carnal o compañero. Una y otra vez reiteran que continuarán el legado del Presidente. Por hacerlo, se les llama estrategas, perspicaces y sagaces. No se les llama dóciles, manejables o sumisos como a Claudia.
Esto es extraño porque si de retar a López Obrador se trata, Claudia lo ha hecho más que las otras corcholatas. Fue ella quien contradijo la retrógrada política de López Obrador en la pandemia, quien se negó a eliminar todos los fideicomisos como pidió el Presidente y quien diseñó un plan de energía fifí (i.e. solar) para la Central de Abastos. Fue ella quien se pasó por el arco del triunfo el “abrazos, no balazos” y la militarización. De hecho, la Ciudad de México es una de las pocas entidades con una policía de mando civil que, según muestran datos del Observatorio Nacional Ciudadano, ha logrado reducir la tasa de victimización del delito en 28 por ciento y el homicidio en 56 por ciento durante el periodo de Claudia.
Las otras corcholatas han sido mucho menos atrevidas. Como canciller, Ebrard se convirtió en el leal implementador y negociador del Presidente en el extranjero. No importó que ello implicara una política migratoria antiderechos. Como secretario, Augusto se consagró como la voz del Presidente y su brazo derecho. No lo cuestionó.
El que a las mujeres se les juzgue distinto que a los hombres en posiciones de poder es un fenómeno ampliamente documentado. Las mujeres son penalizadas cuando se les percibe como dominantes (Williamns & Tiedens 2016), son evaluadas con más dureza (Joshi et al 2015), satanizadas con más rapidez (Fisher-Quann 2022) y percibidas como menos competentes (Ellemers 2018).
Lo que sucede en los medios con Claudia es solo un ejemplo de ello. De como el poder todavía se concibe como masculino.
Lo peor es que, ante estos argumentos, algunos hombres se sienten agredidos. Tienen tres respuestas.
Primero, la negación. Dicen que el problema no es que Claudia sea mujer, sino que en verdad ella es incompetente. Esto es fantasioso. Como he demostrado con ejemplos concretos, lo que en Claudia se lee como sumiso, fastidioso y agresivo, en las corcholatas hombres se lee como leal, tenaz y asertivo. Hay un doble estándar.
Segundo, la normalización. Dicen que muchas mujeres comparten su punto de vista y por ello no puede ser machismo. Esto es falso. El machismo no tiene género.
Finalmente, la mamacita y las hermanas. Dicen ser respetuosos y amantes de las mujeres porque tienen muchas en casa. Esto es ridículo. Amar a tus familiares no te excluye de conductas discriminatorias ante otras mujeres.
Lo que le está pasando a Claudia es algo que nos ha pasado a muchas mujeres. El problema es que en México ser mujer es duro, pero ser mujer y llevarle la contra a los hombres es atroz.