“Como estadunidense estoy profundamente avergonzado de este presidente que tenemos” -aplausos de la audiencia- “y no quiero que esto sea una línea para aplausos, porque es un reto para todos nosotros. Como lo decía antes, su presidenta es muy sorprendente, cómo puede tratar con este tipo, así que yo la aplaudo a ella”. Estas fueron las palabras de Richard Gere, el 4 de diciembre, en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.
“La señora Sheinbaum es excepcional”, dijo en una entrevista el primer ministro de Canadá, Mark Carney. “Ella comienza su día a las 5:30 de la mañana cada día, tiene la primera reunión a las 6am, en persona, sobre la seguridad interior en México. Después da una conferencia de prensa, cada día, durante una hora y media. Yo no tengo material ni para una conferencia de prensa”, bromeó al final.
El New York Times consideró a Claudia Sheinbaum entre las personas con más estilo, y la revista Forbes la pone en el número 5 de su lista de 100 mujeres más poderosas del mundo.
La han alabado actrices como Jamie Lee Curtis, quien reconoció con orgullo y levantando el puño izquierdo que México, “un país hermoso”, estuviera gobernado por una mujer. Billie Eilish, Viola Davis, Shirley Manson también le han mostrado públicamente agradecimiento y admiración.
Todos estos gestos podrían considerarse banales, si no fuera porque son reflejo de un sentimiento auténtico que se extiende entre muchas personas políticamente conscientes y demócratas, especialmente quienes están a merced de gobiernos ultraderechistas y autoritarios.
Hace unos días me llamó por teléfono una persona querida que vive en el estado de Washington. Luchadora por los derechos civiles de toda la vida, liberal, desolada con el clima político actual de su país: “Quiero sólo comunicarte lo orgullosa que me hace tu Presidenta. La sigo en redes, hasta estoy aprendiendo español. Cada cosa que hace es admirable. Ojalá tuviéramos nosotras una presidenta así”. Una colega, originaria de Kansas, residente por muchos años en California, que vive hace 13 años en México, viaja de vez en cuando a Estados Unidos para ver a su familia o a reunirse con colegas. Estando allá, hace algunos comentarios críticos sobre su gobierno. Pero remata diciendo: “Lo bueno es que ya voy de regreso a México, donde nuestra presidenta es todo lo contrario de lo que hay acá”. Quienes pueden comparar la vida en los dos lugares pueden notar más claramente los avances en derechos de este lado de la frontera y los retrocesos en el otro.
Dicen que la envidia de la buena no existe, porque la envidia, un pecado capital para los cristianos, no es sólo el deseo de poseer algo que tiene otra persona, sino también el interés, incluso a veces el empeño, de que el otro no lo pueda disfrutar. Nada bueno puede haber en ese sentimiento. Sin embargo, creo que cuando la gente habla de “envidia de la buena” se refiere a desear algo que tienen otros sin querer al mismo tiempo que los otros lo dejen de tener. Y sospecho que ese es el sentimiento que despierta en otras partes del mundo una presidenta como la que tiene México.
Lo sospecho porque ese era exactamente el sentimiento que nos inundaba a los izquierdistas en los inicios del siglo, cuando veíamos las corrientes progresistas fortalecerse por toda América Latina de la mano de líderes como Luis Inácio Lula da Silva, Néstor y Cristina Kirchner, Tabaré Vázquez, Manuel Zelaya, Evo Morales, Michelle Bachelet y Rafael Correa, mientras que en México teníamos que soportar amargamente el gobierno fallido y sangriento de Felipe Calderón. Desde luego, no queríamos que nuestros vecinos dejaran de tener los gobiernos que con años de lucha habían ganado. Simplemente, habríamos querido ser parte de esa marea.
Finalmente tenemos un gobierno de izquierda que va a contracorriente de las actuales tendencias, no sólo de la región, sino de buena parte del mundo. A principios de este mes se celebraron los 7 años de su arribo al poder. Una reflexión útil en retrospectiva es preguntarnos: ¿cómo llegamos a tener el gobierno que en otros países reconocen y anhelan? ¿Cómo logramos este país en el que actualmente hay más personas en clase media (39.6%) que personas en pobreza (21.7%)? Ciertamente no fue por la gracia de la transición, ni por una concesión de la democracia liberal. Por el contrario, se logró gracias al tesón de un pueblo organizado que escogió bien a sus líderes, que los acompañó en las urnas, en las calles y luego otra vez en las urnas, y que los ha respaldado en sus decisiones y en sus más grandes retos. Esa base social es la que pone a los presidentes. Quizá lo que he llamado “envidia de la buena” en realidad es la admiración por un pueblo empeñoso, defensor de las libertades, que a pesar de los reveses no se ha dejado derrotar.