Todas las teorías de la democracia y todas las democracias realmente existentes se basan en elecciones, donde las mayorías deciden el acceso a puestos de gobierno. Pero la interpretación de lo que significa esta decisión mayoritaria varía notablemente.
Para algunos, la mayoría de votos expresa el resultado de un análisis sabio, completo, sustentado, sobre la situación del país. Lo consideran como la “voluntad popular”, que sería el juicio más acabado y definitivo sobre esa situación. Quién ve las cosas de manera distinta, está equivocado.
Otra perspectiva, clásica en la teoría de la democracia, ve las cosas muy distintas. Parte de un hecho real: las mayorías no tenemos la capacidad de analizar a fondo la situación del país.
Tenemos opiniones, no conocimientos. A veces opiniones muy superficiales. Y a veces ni eso. Pensemos en un tema actual: la estructura y funciones del Consejo de la Judicatura Federal. En lo personal no tengo ni conocimientos ni opiniones sobre el tema. No sé nada al respecto. ¿Y el resto de los ciudadanos mexicanos?
Pero no nos vayamos tan lejos: ¿qué porcentaje de mexicanos sabe cuántos diputados hay el país? ¿O cuántos hay en su estado?
No podemos ser expertos en todo. Por eso las teorías sobre la democracia más elaboradas consideran que las elecciones ciudadanas no son para decidir, sino para decidir quiénes van a decidir.
Joseph Schumpeter lo planteó desde los años cuarenta del siglo pasado: todo ciudadano, cuando se sale del ámbito de su especialidad, tiene opiniones que él mismo consideraría primitivas. Sartori recupera esa idea y la sustenta en investigaciones empíricas cuando plantea su teoría de la democracia.
Recientemente Jason Brennan recuperó el conocimiento de encuestas realizadas en los últimos sesenta años: los ciudadanos ignoramos los temas específicos de la política. Publicó su libro a principios de 2016. Sólo recibió indiferencia y rechazo. Pero después del triunfo electoral de Trump y del Brexit muchos buscaron la explicación de estos desenlaces en su análisis.
Un resultado electoral no puede verse con un diagnóstico adecuado de la situación de un país. No lo fue el triunfo de Trump en 2016. Ni el de Milei en Argentina. Y los ejemplos pueden multiplicarse. Podemos equivocarnos al votar. De lo contrario los comicios serían unánimes.
Otro problema del término es que plantea en singular lo que necesariamente es plural. No existe tal cosa como “la” voluntad popular en un país. Existen muy diversos puntos de vista, intereses valores. Que no pueden resumirse en uno solo.