Escribo estas líneas en medio de las noticias alarmantes que invaden nuestro presente, y lo hago convencido de que no podemos dejar a un lado los más profundos factores que están modelando nuestra vida diaria y definiendo el porvenir.
El reciente debate sobre los nuevos avances de la inteligencia artificial (IA), así como el llamamiento de un importante número de profesionales de la tecnología de todo el mundo pidiendo una moratoria en el desarrollo de los sistemas de la IA generativa, para reflexionar sobre los límites y los riesgos de este desarrollo tecnológico, incluyendo el popular ChatGPT; nos ofrece la oportunidad de insistir en la urgente necesidad de aplicar mecanismos de planificación y regulación de la IA.
Europa no es ajena a este debate. Italia acaba de prohibir el uso del ChatGPT alegando que no cumple la normativa de protección de datos, y el Parlamento Europeo se apresta a votar y a aprobar, en este mismo mes de abril, una regulación que pone límites a los contenidos generados por la IA.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) está especialmente preocupada por las cuestiones éticas que plantean estas innovaciones y ha venido trabajando sobre este tema desde hace tiempo. En noviembre de 2021, los 193 Estados miembros de la Conferencia General de la Organización adoptaron por unanimidad la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, el primer instrumento normativo mundial de su tipo. En esta iniciativa nuestro país participó activamente; no fue un proceso fácil, pero se alcanzó un notable avance en la materia.
La Recomendación aborda los aspectos éticos que plantean las innovaciones tecnológicas en términos de la fiabilidad de la información, el respeto a la privacidad, a los derechos humanos y al medioambiente. A esto se agrega significativamente la lucha contra la discriminación y la defensa de la igualdad de género.
De esta manera, la Unesco ofrece líneas conductoras para actualizar las legislaciones nacionales en esta nueva frontera de nuestro tiempo. Hasta ahora, poco más de 40 países han comenzado a colaborar con la Organización en el desarrollo de controles y equilibrios utilizando la Recomendación.
La IA se ha convertido en un componente esencial de nuestra cotidianidad. No se trata de impedir su desarrollo, en especial el de la denominada IA generativa, capaz de crear textos, imágenes o música a partir de una serie de instrucciones. Se trata de encauzarla para evitar efectos colaterales indeseables y que este poderoso instrumento esté al servicio de la calidad de vida de los seres humanos.
Es indispensable que la comunidad internacional tome en cuenta este instrumento que ayuda a los países a maximizar los beneficios de la IA y a reducir los riesgos que conlleva.
No podemos dejar el desarrollo tecnológico a la deriva de su poderosa fuerza inercial, como si fuera un caballo desbocado. Por ello es urgente que el derecho internacional, que se mueve siempre lentamente, establezca cauces a la IA y ofrezca mecanismos para la rendición de cuentas en el caso de violaciones a nuestros valores y principios fundamentales.
La Recomendación de la Unesco atiende un fenómeno central y no debe ser soslayada en la actual etapa que vivimos, aunque la comunidad internacional esté concentrada tan sólo en lo inmediato como los conflictos bélicos, los índices de inflación y la inestabilidad política en muchas regiones. Todos estamos pagando onerosamente no haber atendido problemas graves en su etapa de gestación.
En resumen, la regulación de la IA debe estar a la cabeza de las preocupaciones de los liderazgos políticos y para ello se requiere de la presión de la sociedad a fin de movilizar a los gobiernos. Éste ha sido el caso de los limitados progresos alcanzados para atender los daños del cambio climático y la igualdad entre hombres y mujeres, entre otras causas. Todas éstas han sido batallas cuesta arriba, pero no debemos renunciar a influir en la dirección de nuestro porvenir.
Por Juan José Bremer*
*Representante permanente de México ante la Unesco