“Nos preservaron para la humillación, para las tareas serviles. Nos apartaron como la cizaña del grano. Buenos para arder, buenos para ser pisoteados, así fuimos hechos hermanitos míos”, se lee a un indígena referirse a su suerte en Balún Canán, una de las novelas de Rosario Castellanos, gran escritora de la literatura mexicana y conocedora a profundidad de la realidad de los indígenas en Chiapas.
Este mes se conmemoraron cuarenta y siete años de la muerte de Rosario Castellanos, quien entre su vasta obra escribió Balún Canán, que significa nueve estrellas, nombre maya del sitio donde hoy se encuentra el municipio de Comitán, Chiapas, donde vivió la autora.
Con un magnífico estilo y gran nivel de detalle, Castellanos narra la vida de los indígenas en Chiapas, el intento del general Lázaro Cárdenas por darles derechos, la implementación infructuosa del salario mínimo a los trabajadores de las haciendas, la educación para sus hijos, la afición por el aguardiente, la superstición, sus miedos, las deudas, la miseria, los abusos por parte de los blancos, la discriminación por los hablantes del castellano, la explotación y las luchas con sus patrones.
Las calamidades para los indígenas por desgracia parecen no haber cambiado mucho desde los tiempos en que Rosario Castellanos escribió su novela. La miseria entre los indígenas en México es rampante, las transferencias económicas del gobierno han sido insuficientes y mal dirigidas, la política social prácticamente inexistente y cambiar su situación no esta presente en la agenda institucional del actual gobierno. Según el más reciente informe sobre la pobreza 2020 del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval), el 76.8 por ciento de las y los hablantes de lengua indígena están en condición de pobreza, un punto porcentual por encima de las cifras del 2018.
“Ahí están las indias a tu disposición”, dice César Argüello a su sobrino bastardo Ernesto en otra parte de la novela. “Los señores tienen derecho a plantar su raza donde quisieran”. Se habla de entonces de abusos, indios e indias que se regalan junto a haciendas heredadas. Según el mismo Coneval, ochenta y tres mujeres de cada cien hablantes de lengua indígena que viven en zonas rurales están en condiciones de pobreza. La pobreza extrema de las hablantes de lengua indígena en las zonas rurales alcanza cifras alarmantes del 43.4 por ciento, es decir, casi la mitad no tienen los ingresos suficientes ni siquiera para evitar pasar hambre, lo que las pone en una situación de vulnerabilidad.
En la novela, Doña Amantina, una curandera de Ocosingo, se encarga de curar a los indígenas. Hoy en día, según el Coneval, empeoró la falta de acceso a los servicios de salud, principalmente por la destrucción del Seguro Popular.
Otro gran problema es la gran cantidad de trabajo infantil indígena, que es visible cuando cualquiera visita San Cristóbal de las Casas, San Juan Chamula o cualquier ciudad en Chiapas, solo por hablar del escenario de las novelas de Castellanos. El trabajo infantil indígena va de la mano en muchas ocasiones de deserción escolar. “Indio naciste, indio te quedas”, sentencia un improvisado profesor a los niños indígenas en Balún Canán, tan incapaz de enseñarles nada en una lengua que no entiende, que prefiere emborracharse en clase. Hasta ahora, sigue habiendo una gran falta de educación intercultural y muchos niños hablantes de lengua indígena desertan por no entender las clases en español.
Muchas de las recomendaciones del Coneval sobre la política social en México desde hace años han hecho hincapié en focalizar los esfuerzos hacia los grupos poblacionales más desfavorecidos, particularmente las mujeres indígenas que viven en zonas rurales. Sin embargo, la evidencia generada por las evaluaciones de este instituto parece caer en oídos sordos y a cada observación sobre cómo mejorar las políticas se responde con el sonsonete de “yo tengo otros datos”.
Necesitamos hacer un mejor uso del gasto público y dirigirlo a aquellas personas más desfavorecidas en nuestro país, escuchar sus necesidades más apremiantes, reconocer su capacidad de agencia y no imponerles obras faraónicas como el tren maya, del cual no se tiene claridad del tipo de derrama económica y la calidad de los empleos creados para los más pobres de entre los pobres, que difícilmente podrán insertarse en trabajos del sector servicios, pues muchas veces ni siquiera hablan español, ni tienen acceso a una educación que les permita leer y escribir.
“Todos los indios tienen la misma cara”, señala la niña protagonista de la novela al final de la historia al confundir a su nana en la calle. Sí, tienen la misma cara, la cara de la pobreza. Y al menos en este gobierno parece que eso no cambiará.
Doctor Jesús Rubio Campos
Investigador del Departamento de Estudios en Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte AC y miembro del Sistema Nacional de Investigadores Conacyt