Para los que estén convencidos de que esto es nuevo y de nuestros tiempos, les tengo otras noticias: la falta de veracidad en la información que recibimos no es nueva. Nuevo, el termino en inglés. Nueva, la velocidad en la que estas “noticias” corren como pólvora por las redes sociales. Pero, como siempre, hay que recordar que la falta de veracidad en la información se ha usado históricamente para ganar guerras, marginar grupos de personas o, simplemente, para la conveniencia personal de los que tengan el poder para hacerlo. Hoy, casi cualquiera con una conexión a internet tiene ese poder.
Tras un repaso de la guerra de los horribles tabloides ingleses de antaño podemos quedarnos con el conocimiento de que la gente consumirá la información que le satisfaga o que le entretenga. Cuando es presentada como periodística, y no lo es, se convierte en un arma masiva de desinformación y de potencial
manipulación.
Hoy eso tiene un giro en sus consecuencias: cuando a alguien, digamos Donald Trump, no le gusta lo que se reporta de él, no tiene que demostrar lo contrario para que la gente no lo crea. Con que diga fake news, tiene muchos. Millones. En todos lados.
Pasar un hecho por otro es grave. Hoy en día, hay que lidiar también con matices y sutilezas. Cuando estamos hablando ya sea de la Estatua de la Libertad o del horario de verano, por ejemplo, no quiere decir que no son temas puestos de forma real en la agenda por la presidencia. No es falso que se dijo. Tan vez lo fake en todo esto tiene más que ver en lo que nos ocupa y lo que está dejando de tratarse por la distracción, tan buena para generar reacciones. Para pensarse.
Susana MoscatelTwitter: @susana.moscatel