Para las víctimas de Jeffrey Epstein nada de esto es una farsa. Sus voces se han elevado en el mundo y ahora todos sabemos las monstruosidades a las que fueron sometidas. Eso no es justicia, la esperanza de que esta se logre no está garantizada ni con lo que ha ocurrido en la Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos, donde 427 legisladores votaron por liberar al fin esos archivos sobre el caso (con un solo pobre sonso en contra).
Con los mails de la semana pasada, donde el presidente de EU aparece muchas más veces de lo que le gustaría, ya no tenían nada que ganar manteniendo los archivos bajo llave. Y sí mucho que perder: con cada negativa se volvía más sospechoso. No podemos olvidar que a principios de este año el Departamento de Justicia entregó enormes carpetas a los influencers más leales a MAGA; los vimos salir bien contentotes de la junta. Después nos enteramos —y ellos también— de que no había información nueva.
Una pensaría que Donald Trump se puede salir con la suya en todo, pero esta batalla política en la que se ve involucrado por haber sido amigo de Epstein, la misma que tiene contra las cuerdas al príncipe Andrés, es mucho más que un arma en la guerra partidista o un escándalo para perseguir a algunas de las personas más poderosas del mundo. Lo que se busca —o debería— es acabar con la impunidad y, en la medida de lo posible, darle esa justicia negada a las mujeres que fueron abusadas por Epstein, Maxwell y quien quiera que quede comprobado. Caiga quien caiga.
Si la motivación es partidista o política, o peor aún solo combustible para este circo mediático que poco se ocupa de ellas —las únicas que importan—, para el caso que sigan informando a través de influencers políticos. Epstein escapó de encararse con ellas, pero en esos archivos aún hay muchos responsables de los daños que deben hacerlo. Sean quien sean.