Hace un año, el 1 de noviembre, para ser exactos, se publicó la biografía de Matthew Perry y millones de personas lo devoramos. Se sentía como lo que resultó ser, un testimonio de un amigo, porque así los sentimos tantos, donde nos contaba los grandes horrores que vienen con la adicción, todo lo que hizo para tratar de sobrevivir y como, a pesar de que siempre estuvo infinitamente agradecido por su etapa en Friends y otros proyectos, la fama nunca le hizo sentir lo que pensaba. Un vacío que solo podía llenar con drogas y alcohol que lo llevó incluso a “morir” en una mesa de quirófano por cinco minutos hace pocos años. Matthew tuvo la oportunidad de quedarse el suficiente tiempo para regalarle al mundo y a sus millones de fans su testimonio. Uno que salvará muchas vidas.
No se me ocurre un solo programa de televisión que haya tenido el impacto de Friends a escala mundial. De leer los millones de mensajes de profundo dolor el sábado, tras saber de la muerte del actor que nos regaló a Chandler Bing, me queda claro que a veces podemos estar de acuerdo en amar a alguien por motivos bellos. Porque nos hace reir. Porque nos identificamos con su torpeza, disfrazada del perfecto sarcasmo. Porque todos somos de alguna algo Chandlerescos. Y Matthew narraba cuanto de él realmente permeó en el personaje. La respuesta: muchísimo.
Estos contrastes entre la risa y los tormentos de quienes nos la provocan no son nuevos en nuestra existencia, pero había algo sobre Matthew Perry que desde el primer momento nos parecía familiar. Yo lo recuerdo antes de Friends en una serie llamada Family Ties y nunca lo olvidé. Siento que perdí a un amigo. Y al leer los mensajes de tantos veo que esto es un sentir colectivo. Uno de agradecimiento por los 54 años que lo tuvimos. Pocos, pero llenos de contrastes y carcajadas. Descansa en paz al fin, amigo de todos.