Un norteamericano compró a una empresa japonesa, dos millones de pesos en chocolates KitKat. Su objetivo era venderlos en su país y obtener más del doble de ganancia. Las 55 mil piezas eran ediciones especiales de sabores exóticos como melón y matcha latte. No era un negocio descabellado, pues muchos “occidentales” (yo incluida), ven en las coloridas envolturas un ansiado deseo por sabores exóticos y en algunos casos, hasta piezas de colección.
Los chocolates llegaron a California y fueron almacenados para luego ser trasladados a Nueva Jersey, a más de 4 mil kilómetros de distancia. El empresario debía contratar a una empresa de transporte terrestre, a la que pagaría 250 mil pesos al recibir la mercancía en su destino final.
Subió su requerimiento a un sitio de anuncios clasificados y fue contactado por una empresa de transporte, que como detalle a observar, contestó desde una dirección de Gmail. Lo mantuvieron informado de la carga en un inicio, incluyendo que ya se encontraba en tránsito. Y se sentó a esperar… y a esperar y esperar.
Al ver que no llegaba, empezó a pensar que por algún incidente, los chocolates estaban derretidos a medio camino y contactó por correo electrónico al transportista. Le contestaron que los camiones se habían descompuesto, pero que los chocolates estaban intactos y frescos; sin embargo, advirtieron que si las fallas no se solucionaban, la carga tendría que regresar al punto de partida.Significaba que regresarían 3 mil 800 kilómetros, cuando faltaban solo 640 más para llegar.
El propietario de los chocolates acudió a la sede de la empresa transportista en su ciudad, donde le dijeron que no tenían ningún servicio en curso de transporte de chocolates. Contactó nuevamente a la dirección de Gmail y los delincuentes lo admitieron: eran estafadores y la empresa, cuyo nombre habían utilizado, no tenía nada que ver con el fraude.
Esta es una historia documentada por el medio de comunicación estadounidense New York Times, en la que se detalla todo el rastreo que el propietario tuvo que hacer de su carga, que nunca encontró.
El uso de cuentas de correo falsas, empresas de transporte fantasmas, fraudes en las cadenas de suministro e intermediarios para cometer fraudes, son algunas de las experiencias que sufrió este vendedor en un “robo estratégico”, que de acuerdo a las autoridades de Estados Unidos, representan una pérdida de 30 mil millones de dólares anuales en su nación.
En México, las acciones preventivas de este tipo de delitos son aisladas, sin política pública que permita evitar este tipo de fraudes. Mientras, las empresas deben cuidarse solas, contratar al mejor talento posible y verse la cara con las autoridades hasta que presentan una denuncia.