Un médico endocrinólogo estadounidense, Robert H. Lustig, presenta una (demoledora) teoría que permitiría explicar y comprender la compleja realidad en nuestro país. Se basa en dos conceptos, que para él son opuestos: placer y felicidad. El placer es momentáneo y de corta duración, es una sensación que se puede percibir, es recibir, es la soledad; además, genera adicción y produce dopamina en nuestro cerebro. La felicidad tiene mayor duración, es intangible, se encuentra al dar a los demás, así como en la conexión que se logra con otras personas. No produce adicción, además de que genera serotonina en nuestro cerebro.
Desde este enfoque, el exceso de comida, el consumo de drogas, el alcohol y el dinero fácil, son ejemplos de placer, que en muchas de las ocasiones ocurren en solitario, desconectando a las personas de su entorno y realidad, volviéndolas egoístas. Estos “satisfactores” generan dopamina, un mensajero químico entre las neuronas. En el caso del consumo de sustancias, al volverse frecuente e intenso, en un inicial acto de defensa de nuestro cerebro por no salir afectado, hace que las personas se vuelvan tolerantes e incrementen las cantidades para lograr el efecto deseado. Ante la adicción al placer, las neuronas comienzan a morir.
En contraste, la serotonina que produce un estado de felicidad y que también es un neurotransmisor, regula las emociones y permite alcanzar una mejor salud física y mental. A más serotonina, mayor sensación de bienestar, relajación y autoestima.
Irónicamente, señala el doctor Lustig, el riesgo para la serotonina es la dopamina. ¿Qué quiere decir? Que entre más placer se obtenga, se es menos feliz, hablando químicamente. Menos serotonina provoca depresión, lo que en algunos casos, lleva a las personas al suicidio, por ejemplo.
Esa búsqueda del placer explicaría por qué México es el quinto lugar de obesidad mundial (y en aumento), por qué el aumento de consumo de drogas, el consumismo determinante de la cultura actual, la defensa de los apoyos económicos sobre las oportunidades de desarrollo, la aspiración a pertenecer a un grupo delictivo, la satisfacción de siempre tener la razón, la popularidad, el poder, la adrenalina que produce cometer el homicidio de “un contrario” o de la autoridad.
México está abandonando la felicidad por el placer, y nos está saliendo caro. En la búsqueda del satisfactor inmediato, comprometemos la felicidad de las generaciones presentes y futuras porque no hemos podido comprender y enseñar a comprender nuestras propias emociones.
Sophia Huett