Primero fue Balenciaga, y hoy es el turno de los gigantes del comercio en línea Shein y Temu.
Y si bien estas plataformas han estado en el foco de polémicas por aquellos que critican un modelo de negocio considerado como nocivo para el mercado –el concepto de trash fashion, que permite vender a precios muy por debajo del promedio– y aquellos que lo defienden a ultranza como la opción para personas con ingresos bajos que desean vestir a la moda, en esta ocasión no están implicadas en un debate económico, sino moral y legal.
El conflicto se suscitó específicamente en Francia, tras la denuncia de venta de muñecas sexuales que, según las autoridades europeas, se asemejan a menores de edad. Estos objetos son ofrecidos por terceros en marketplaces de ambas compañías.
Los productos fueron descritos por la Dirección General de Competencia, Consumo y Represión de Fraudes como "objetos que reproducen de forma hiperrealista cuerpos infantiles con finalidad sexual".
Posterior a ello y con la apertura en ciernes de la tienda física de Shein en Francia, las muñecas sexuales fueron retiradas de las plataformas Shein y Temu, aplicando cada una diferentes criterios.
Si bien el debate en el país galo se dirigió sobre el control y responsabilidad de las marcas hacia sus portales digitales, alerta que no es la primera vez que se considera que hipersexualizar infancias esté tan normalizado como para usarlo de estrategia comercial.
Basta con recordar el caso de la firma de alta costura española Balenciaga, que tuvo que retirar una campaña en redes sociales en la que aparecían niñas y niños publicitando accesorios de moda para adultos, tras ser acusada de “sexualizar“ a estos modelos de unos cinco años mostrándolos junto a osos de peluche con vestimenta sadomasoquista.
Y si bien en una sociedad que se jacta de su corrección política se puede señalar a las marcas y compañías por la responsabilidad que deben tener sobre sus campañas, lo cierto es que la pornografía y la trata sexual infantil constituyen delitos crecientes facilitados por la inmediatez de las comunicaciones y tendencia a “adultizar” a menores de edad como influencers, entre otros factores.
En el caso del mercado de niños influencers no son las marcas, sino sus mismos padres quienes los han hecho vulnerables ante depredadores sexuales. De acuerdo con una investigación del New York Times, publicada en diciembre del año pasado, se reveló cómo pedófilos se acercaban a los menores de edad a través de sus padres con la promesas de hacerlos estrellas de las redes. En casos más extremos ellos mismos han subastado o vendido a seguidores fotos exclusivas o ropa utilizada por sus hijos para posteriormente ser usada como fetiche por parte de estos violentadores sexuales.
La explotación sexual de las infancias no es culpa de una sola empresa o de los medios de comunicación o internet en sí. Responsabilizarlos en exclusiva es abaratar el costo de estos delitos, cuya sola existencia nos denigra como humanidad.