La voz de Elena Poniatowska acompaña y prefigura la conciencia social de los últimos 50 años. Nos ha acercado durante estas décadas a las identidades y protagonistas de una historia popular que merecidamente se presentó gracias a ella como una épica individual y colectiva.
Mientras el antipático vocablo “visibilización” llegaba a los académicos y periodistas, ella generó las condiciones de su esencia: ha contribuido a vertebrar el conocimiento de todo aquello y aquellas que no eran vistas por la historia oficial —la del partido, la cultura convencional y la arrogancia egocéntrica de las élites citadinas.
Hélène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska, una mujer nacida en París en 1932, hija del matrimonio entre la aristócrata mexicana Paula Amor y el príncipe Jean E. Poniatowski, descendiente directo del último rey de Polonia, es una mujer que trabaja como cualquier desheredado responsable y con familia. Lo hace sin cesar. Esa incontenida disposición al esfuerzo que es plataforma de una sensibilidad excepcional.
Su afinidad con la izquierda —con una peculiar izquierda en que no desaparece el individuo para ser subordinado o aplastado por la comunidad—, su pensamiento crítico y su permanente inconformidad ante la injusticia, desigualdad, machismo y estado represor, llevaron a que fuera conocida como la Princesa Roja.
"No podemos permanecer indiferentes y excusarnos ante el sinnúmero de abusos en la administración de la justicia, abusos que se hacen más notorios cuando se trata de los débiles y marginados económica, social o políticamente”, escribió en La noche de Tlatelolco, que leímos miles durante el CCH o la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Poco queda de ese 1968, la ciudadanía actual es más participativa y empática ante los problemas colectivos. De manera organizada y articulada, genera redes de apoyo e interviene en su comunidad en una creciente cultura cívica y de la denuncia alimentadora de movimientos sociales, donde a todos era común el acercamiento de la obra de Poniatowska.
El México de hoy es el del inicio de un cambio de régimen. Por primera vez desde que publica Poniatowska, nuestra realidad nacional revela cambios sustanciales. CdMx es la sede del mayor número de actores impulsores de ese cambio democrático que ha desembocado en un proyecto de izquierdas con algunas alianzas polémicas que no anulan la centralidad de la agenda social.
Las mujeres ahora encuentran mayores espacios de igualdad y equidad, aunque persisten violencias de género que deben ser eliminadas y que eran fustigadas desde Leonora, la obra en la que Poniatowska cuenta la vida de la pintora Carrington: “¡Todo ese endiosamiento de la mujer es puro cuento! Ya vi que los surrealistas las usan como a cualquier esposa. Las llaman sus musas, pero terminan por limpiar el excusado y hacer la cama".
Poniatowska es un símbolo, como bien la definió la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, de la lucha contra la desigualdad y la violencia de género.
La Ciudad que miró y criticó fue como la que describió en Fuerte es el silencio: “Ningún gobernante, con toda su alambicada tramoya de tecnócratas, cifras y promesas, ha encontrado hasta ahora la forma de integrar a estos marginados a eso que se llama Desarrollo con Justicia Social. No tienen seguro social, ni cartilla, ni certificado, ni acta de nacimiento, nadie los reconoce”. Ya no.
La capital nacional de ahora vive una transformada realidad, de la que también es testiga y protagonista admirable la Princesa Roja.
Salvador Guerrero Chiprés@guerrerochipres