Así como los alimentos tienen sellos de “alto en sodio”, “exceso calorías” o “exceso de grasas saturadas”, sería benéfico y, sobre todo, para generar conciencia, que también incluyeran información de la huella hídrica que dejó la producción y transportación del producto.
Por ejemplo, los alimentos producidos localmente, independientemente que sean frutas y verduras o carnes y lácteos, generalmente tienen una huella de agua y de carbono menor que aquellos que se importan de regiones lejanas o internacionales. Es decir, independientemente de nuestra dieta, el factor más importante para la disminución de nuestra huella hídrica es el origen del producto que consumimos. De igual forma, el valor correspondiente al uso de los recursos naturales que se requieren para su producción no es el mismo a lo que terminamos pagando en el supermercado. La agricultura en el mundo y en México está subsidiada. Si los consumidores pagáramos el precio real de la extracción de agua por ejemplo, pocos podríamos pagar el precio de una hamburguesa, incluso las llamadas “fast food”.
Se dice que la “revolución verde” vino a traer el progresivo deterioro en la calidad del agua, sobre todo del agua subterránea. El uso de nitratos en pesticidas y fertilizantes para la agricultura intensiva y extensiva en todo el mundo es el mayor contaminante de nuestras fuentes más importantes de agua en la actualidad (The Groundwater Project, 2021, John Cherry). Ello requiere un replanteamiento hacia el futuro no solo de la cadena productiva, sino de los hábitos de consumo y de nuestra redefinición de prioridades.
Huella hídrica en los alimentos
Medir la huella hídrica de los productos contribuye a saber y conocer qué productos son más amables con el medio ambiente, qué rastro tuvieron en el consumo de agua o en la utilización de gasolina y esto ayuda al consumidor a tomar una decisión más informada o por lo menos a empezar a crear una conciencia sobre nuestra huella hídrica.
Esto resulta importante, pues la agricultura consume hoy alrededor de 70 por ciento del agua utilizada en el mundo siendo el agua subterránea la que aporta la mayor parte.
Un sello que diga “bajo en pesticidas”, “bajo en nutrientes” o “2 mil 500 litros de agua” para su producción, le aportaría información al comprador de la cantidad y calidad del producto que consume basado en cantidad de agua, contaminación potencial a nuestros cuerpos de agua, y posibles impactos a la salud. Y claro, el origen de la fruta o verdura que compramos para considerar el impacto ambiental al transportarla. Datos recabados por el Centro Leopold para la Agricultura Sostenible, un alimento fresco medio recorre 2 mil 400 km para llegar a nuestra mesa. Es una huella de carbono bastante grande para un pequeño bulbo de ajo, por ejemplo.
El caso de Israel, un ejemplo para estructuras tarifarias
Israel tiene una propuesta interesante, como lo informó la OCDE. A partir de la década de 1990, el precio del agua en el sector agrícola de este país se determinó en primer lugar por el porcentaje de la asignación del agua consumida. Las cuotas de uso de agua para el sector agrícola se basaban en el consumo de agua por acre de cultivo, la cantidad que puede producir la tierra y el tamaño de la comunidad.
Los precios de riego se definieron entonces en tres niveles según las cuotas de consumo de agua: el agua utilizada dentro del 50 por ciento de la cuota se cobraba a un precio bajo, el 30 por ciento siguiente a un precio medio y el 20 por ciento restante a un precio más alto.
En 2014, el sistema de precios del agua dulce para el sector agrícola cambió a una tarifa única fijada en la media de los precios de los tres bloques anteriores. La mayoría de los agricultores pagaban los precios del segundo bloque con el sistema de tres bloques; con el nuevo precio, pagan la media, es decir, más de lo que pagaban antes, pero aún insuficiente para cubrir el costo marginal del agua.
Casi 30 años después, además de los precios del agua, los agricultores israelíes deben pagar cuotas de extracción de agua si reciben el líquido de proveedores privados implantados para limitar la extracción de aguas subterráneas para usos consuntivos.
Estas cuotas cambian en función de la ubicación para reflejar los niveles de escasez de agua, y se definen en función de la calidad, el tipo, la fuente de producción, la tasa de extracción y la cantidad de agua, junto con la finalidad de la producción y la situación hidrológica de la zona. Las cuotas son un proceso único que intenta tomar en cuenta los costos de oportunidad del uso agrícola del agua en lugar de atribuir todo a los usuarios de otros sectores.
Hacia el futuro: los límites
Si bien, el caso de Israel y de otras regiones del mundo no son la panacea, existen diferencias culturales, económicas y políticas sin considerar el tamaño de su población, lo cierto es que las estrategias existen y están probadas. Si bien necesitamos ser más eficientes en el uso de técnicas de irrigación y el uso de fertilizantes amigables con el ambiente, lo cierto es que sin límites en la frontera agrícola de nada nos servirá la eficiencia. Si bien necesitamos cerrar la llave y no regar banquetas, lo cierto es que sin educación formal que integre nuestra corresponsabilidad con la cadena productiva en nuestro uso y demanda de agua y recursos naturales, la inercia de la sobreexplotación continuará y la escasez seguirá siendo nuestra realidad.