Política

¡Rateros, el tren cruza toda Centroamérica!

Y sí, la corrupción ha sido una de las grandes plagas de México. Y, lo peor, no es un vicio que acostumbren nada más las élites sino que cualquier inspector de vía pública te hincará el diente inventando que te falta un misterioso certificado para operar tu negocio. Encima, antes de lograr que tu establecimiento comenzara a funcionar, debiste ya untarle la mano a no sé cuantos otorgadores de permisos, dedicados ellos a estorbar deliberadamente las gestiones para que tú, en la desesperación de quien ha invertido ingentes recursos sin obtener todavía retorno alguno, termines por apoquinar la cuota exigida y destrabar así el atorón.

Los agentes policiacos que extorsionan a los emigrantes que cruzan nuestro territorio de camino a la tierra prometida no son especímenes de la subespecie de PRIAN, señoras y señores, sino mexicanos de cepa pura provistos, eso sí, de un uniforme con el que se sienten facultados para despojar a los más desamparados de este mundo, a los que no sólo tuvieron que huir de sus países sino que se encuentran, aquí, con otro infierno.

Este sistema de flagrantes desvalijamientos, propiciado por la cultura nacional de ilegalidad, es el que nos ha condenado como nación: el emprendedor honesto —el mexicano es un comerciante nato y, esto, desde los tiempos del capitalismo mexica— no puede abrirse paso por cuenta propia sino que necesita siempre de complicidades y acuerdos, así de forzosos como puedan ser, con los atracadores anidados en el aparato público.

La gran materia prima de que se sirve el régimen de la 4T para arremeter contra el antiguo orden establecido es, justamente, el espantajo de la corrupción. Pero los pregoneros del oficialismo no denuncian jamás la inmoralidad del pueblo bueno sino que se empeñan, machaconamente, en señalar a los “ricos y poderosos” como únicos y exclusivos depositarios de la podredumbre y merecedores, en esa condición, de todos los escarnios posibles.

Justamente, en lo que toca a la repartición de injurias, acabamos de ver la embestida de la diputada Dionicia Vázquez García en la Cámara: “Son unos corruptos, unos desgraciados, unos malvados y unos malditos, eso es lo que son: rateros, asesinos, corruptos”, vomitó, en la tribuna, para calificar el rechazo de las fuerzas opositoras a la apropiación de los fideicomisos del Poder Judicial de la Federación que aprobaron al unísono sus correligionarios.

No abrió la boca, sin embargo, para evidenciar la extorsión de los cuerpos policiacos contra los emigrantes indefensos, ni habló del fraude ocurrido en Segalmex (entre 9 mil y 11 mil millones de pesos esfumados), ni de las adjudicaciones directas que otorga a manos llenas el gobierno. Cosas, todas, que testimonian de una desaforada y galopante corrupción. No de antes. De ahora.

Lo de que el mentado Tren Maya va a cruzar cuatro (o cinco, según el trayecto) naciones centroamericanas para llegar a Panamá viene siendo un mero detalle en la enfurecida alocución de la diputada. Aunque, pensándolo bien, ¿tener a gente tan ignorante en el Congreso, no es también una forma de corrupción?


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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