Política

Comercialización de nuestros sentimientos de culpa

¿Habrá algún contenido, en las redes, que no sea alguna obligación? Parecen meras sugerencias, disfrazadas así como están de llamados al bienestar, pero en realidad constituyen un arsenal de exigencias que, en los hechos, muy rara vez somos capaces de cumplir.

A estas alturas del calendario, los ejemplares y edificantes propósitos de principios de año se han diluido en la cotidianidad de siempre, una realidad hecha de imposibilidades prácticas, directamente derivadas de nuestra muy poco potente fuerza de voluntad.

El primero de estos logros inalcanzable sería el de perder los kilos de sobrepeso que llevamos encima. La gordura, como se decía sin mayores ambages antes de que nos avasallara la dictadura de la corrección política, es una de las más visibles condenas de la modernidad.

Según consignan ciertas teorías, nuestros antepasados acometieron la muy extraña empresa de cruzar el estrecho de Bering para poblar estos territorios pero en esa travesía no llevaban nada de lo que ahora consumimos tan alegremente —o sea, ni hamburguesas ni pizzas ni papas fritas— sino que, ante las dificultades para agenciarse comida (así fuere que el descenso del nivel de los océanos hubiere creado una suerte de puente terrestre y de que ejercieran las portentosas habilidades debidas a su condición de cazadores-recolectores), podían pasar días enteros sin probar bocado.

Con el tiempo, lo de que las calorías fueran tan difíciles de conseguir llevó a que esos primeros pobladores del continente se adaptaran genéticamente para ahorrar energía. Pues bien, algunos especialistas proclaman que los pueblos americanos sobrellevamos precisamente esa maldición, la de aprovechar al máximo los alimentos y no gastar casi nada de lo que hemos engullido.

Más allá de lo comprobables que sean estas hipótesis, el tema es que los complacientes habitantes de la modernidad practicamos, todos, un muy pernicioso sedentarismo: en lugar de recorrer comarcas en busca de bisontes o de arrojar lanzas para vencer al mamut o de cargar los baldes de agua desde la fuente de la aldea, permanecemos horas enteras apoltronados delante de la pantalla del ordenador, utilizamos el coche para ir a la tiendita de la esquina y nos entretenemos, sin mover un dedo, contemplando imágenes de personajes que, ahí sí, exhiben destrezas absolutamente sobrenaturales en las series y películas de acción que protagonizan.

El mercado, desde luego, ha detectado este estado de cosas y ha intervenido de inmediato para sacar provecho de tan nocivos hábitos. Precisamente por ello es que nos acosa con toda suerte de remedios e instigaciones: incontables entrenamientos, rutinas, dietas, suplementos alimenticios, consumos de vegetales milagrosos, sesiones de meditación, disciplinas orientales, aparatos para medir la dejadez, artilugios para muscularnos, en fin, un infinito montón de opciones para mejorar nuestras vidas.

La culpa ha sido muy rentable desde siempre… 


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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