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Insoportables en la derrota… y todavía mucho más odiosos en el triunfo

Hay una diferencia abismal entre ese Luka Modric que se acerca a consolar a los jugadores de la selección de Brasil después de su derrota y los futbolistas argentinos que se burlan de los neerlandeses tras haberles ganado. Futbol “canchero” le llaman, según parece, a lo que no es otra cosa que simple ruindad.

El balompié es picaresca, ya lo sabemos. Se juega primero en las barriadas y luego termina por escenificarse en los magníficos estadios de un Mundial. Pero unos futbolistas son más tramposos que otros, los hay dignos y elegantes (pienso en Franz Beckenbauer) y existen también los que son del pelaje de un Maradona, un tipo zafio donde los hubiere, más allá del lugar que ocupa en el olimpo de los genios futbolísticos.

Fueron “provocados”, desde luego, esos argentinos que no se saben comportar y que van de víctimas de conspiraciones del planeta entero cuando no ganan los partidos o cuando sus milicos emprenden una guerra, tan ridícula como estúpida, y terminan siendo ignominiosamente vapuleados.

Una ministra de algo, en la Argentina, masculló que el combate a la galopante inflación que sobrelleva la nación suramericana podía esperar buenamente un mes porque lo que le importa a la gente de allá, en estos momentos, es que su equipo gane el campeonato del mundo. Ya luego, acontecida la competición, será asunto de resolver tan morrocotudo problema nacional.

Así las cosas, comenzaría uno a entender la situación de un país que lo ha tenido todo para colocarse como un gran protagonista en el escenario económico pero que sigue enfrascado en el nefario populismo peronista que se le atraviesa en el camino.

Sus vecinos de la muy apacible República Oriental del Uruguay se han comportado todavía peor tras su pronta eliminación, saliendo a empellones de la cancha y soltando patadas. Es extraño, porque estamos hablando de un país ordenado y de una ejemplar civilidad. El asunto es que cuando el futbol se trasmuta en un asunto de Estado entonces las cosas dejan de ser lo que son y se pierden las formas más elementales.

Mi hijo, afincado en el Reino de Bélgica, me cuenta de las algaradas y alborotos callejeros de los marroquíes luego de sus logros en Qatar. Vencieron al equipo del país en el que han encontrado, como emigrantes, los empleos y el bienestar que nunca hubieran tenido en casa. ¿Necesitaban exhibir tan descarado triunfalismo?

Es la revancha de los que siempre se han sentido pequeños, supongo, y que tienen de pronto la oportunidad de sacar pecho ante sus presuntos agraviadores así sean quienes les hayan abierto las puertas para vivir una vida mejor. Lo mismo ocurrió más al sur, en el otro reino, el de España, hogar de miles y miles de norafricanos tan dispuestos, como aquellos que residen en la muy tolerante Bélgica, a celebrar sus victorias con parecida descompostura.

La desbordante felicidad de la victoria no tendría por qué parecerse a la insolente soberbia del nuevo rico. Pero, bueno, hay pueblos que no están todavía acostumbrados a saborear las mieles del éxito. Les costaba mucho trabajo aceptar la derrota… pero les resulta todavía más difícil digerir el triunfo.

Román Revueltas Retes


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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