El 21 de mayo se cumplen 105 años del asesinato del Varón de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza G., a seis meses de culminar su mandato constitucional; hecho este de una alta relevancia para los coahuilenses en cuanto representa la oportunidad privilegiada de enaltecer la figura y la obra del coahuilense que desconoció el gobierno de Victoriano Huerta, asumido espuriamente tras la renuncia forzada, de Francisco Ignacio Madero González, luego de un golpe de estado; rememorar al coahuilense que encabezó la Revolución Constitucionalista hasta concretar la Constitución, de 1917, que es, la que actualmente rige a los Estados Unidos Mexicanos con miras a ser destruida por el actual gobierno.
A la muerte de Carranza siguieron dos décadas de ostracismo, no sólo respecto de los hombres, sino de los ideales mismos y toda aquella manifestación concreta del movimiento constitucionalista; no sin la valiente resistencia de mujeres y hombres que mantuvieron la presencia histórica de Carranza y difundieron el peso y carácter ideológico de su pensamiento; combatiendo así la tendencia de aniquilar, como si eso fuera posible, su acción revolucionaria.
La incalificable labor comenzó temprano.
El día 24 de mayo de 1920 fue sepultado Venustiano Carranza; no hubo comisión del Congreso que asistiera a los funerales, tampoco hubo manifestación oficial de duelo para los familiares; ni siquiera hubo suspensión de las sesiones parlamentarias.
Esa tarde se reunió el Congreso para designar a De la Huerta presidente provisional, en un evento en el que no se pronunciaron palabras de condolencia, como tampoco se enlutó la tribuna del parlamento.
Venustiano Carranza permanecería 22 años en aquella modesta tumba del panteón de Dolores, hasta que, durante el Gobierno del General Manuel Ávila Camacho, se ordenó que sus restos fueran trasladados al Monumento a la Revolución.
Aún, aquel 5 de febrero de 1942 se intentó ensombrecer el justiciero acto, cuando Javier Rojo Gómez, Jefe del Departamento Central designó a Luis I. Rodríguez, de filiación clerical y conocido desafecto de Carranza, para que fungiera como orador oficial.
Sus palabras fueron acalladas por las manifestaciones de indignación de los viejos y nuevos constitucionalistas que con prestancia condenaron la afrenta de ese día.