En dos días, conmemorará el pueblo mexicano el Día de Muertos, tradición que tuvo nuevas expresiones por influjo de la conversión de los pueblos indígenas a la religión católica, pero que tiene antecedentes, por ejemplo en la cultura nahua, en las elaboradas concepciones filosóficas del Tamoanchin y Tlalocan muy superiores a las católicas. Cierto que en estas tierras norteñas habitadas por los chichimecas, no contamos con descripciones del pensamiento indígena ante la muerte y solo algunos rituales interpretados que se desprenden de hallazgos en cuevas mortuorias.
Del sincretismo resultado de las prácticas prehispánicas y la evangelización traído al norte encontramos un antecedente del año de 1669 cuando el obispo de Guadalajara Francisco Verdín de Molina, interviene ante el cura doctrinero fray Antonio de Ulibarrí a petición del Cabildo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala.
Lo acusaron “de ofenderlos en el día de los finados, mandándoles apagar las luces de sobre las sepulturas y quitar las ofrendas; y estar descontentos, por decir que las ofrendas de pan y luces y vino no valen y se contentan con poner sobre las sepulturas de sus difuntos, no dejándolos encender luces, siendo que muchas personas llevan sus ofrendas de cera y pan, y están descontentas en ver quitar sus ofrendas sobre las sepulturas de sus padres y parientes…”.
El día dos veremos escenas semejantes, especialmente con los que tienen la suerte de contar con sepulturas en los panteones municipales existentes como resultado de la aplicación del Artículo 115 Constitucional, panteones que desde hace años están saturados, obligando a los ciudadanos de escasos recursos a contratar servicios y panteones privados que cuestan un ojo de la cara y los cuales no pocas veces tienen que vender sus propiedades para lograr cubrir los altos costos.
Por eso, bajo esta forma velada de privatizar los servicios funerarios, ante el incumplimiento del municipio del Artículo 115, urge que el Municipio recupere su obligación y dote a la ciudadanía de panteones municipales, o quizá ya en un plano de modernidad mausoleos con alta capacidad de colocar las cenizas de los difuntos, para lo cual se requiere un servicio de crematorios de bajo costo para apoyar a la población desvalida económicamente, un simple acto de justicia social.