La educación cívica no le gusta a los gobiernos de talante autoritario: imponen la instrucción cívica. La educación cívica es un desafío al status quo, pues tiene por principio el pensamiento crítico. A algunos gobernantes no les gusta el pensamiento crítico de sus ciudadanos pues cuestiona las verdades oficiales.
Particularmente a aquellos gobernantes o representantes que no tienen preferencia normativa por la democracia les disgusta un pueblo cívicamente educado pues éste exige el respeto a sus derechos por encima de cualquier interés partidista, así sea mayoritario.
Una ciudadanía educada en democracia no sirve al interés de quienes conciben a la ciudadanía como un vehículo para ganar elecciones, para quienes restringen la participación ciudadana a la mera acción de votar.
Desde un enfoque maximalista, propio de la educación cívica, una persona ciudadana es mucho más que un elector: es un agente democrático. Éste incide en el ejercicio del gobierno exige el cumplimento de la palabra pública empeñada; conoce sus derechos y no permite que se abuse del poder del Estado, especialmente cuando vulnera derechos fundamentales; interpela en la búsqueda de la verdad y de justicia; no se conforma con las opiniones o discursos oficiales, al contrario, evalúa y exige la transparencia y rendición de cuentas de sus gobiernos y representantes.
La estrategia nacional de cultura cívica diseñada en el INE promueve la apropiación ciudadana del espacio público, el hogar de todas y todos que no puede ser usurpado por la clase política. Para los gobernantes y representantes sin aprecio por la democracia, conciben espacio público como área para su privilegio en donde la ciudadanía únicamente debe inmiscuirse para ratificar su mandato.
Siempre han existido voces que se pronuncian para que el INE se abstenga de realizar labores de educación cívica. Resalta que esa pretensión también ha sido promovida por voceros de pensamientos totalitarios tanto de la izquierda como de la derecha. Estos imaginarios asumen que la instrucción cívica es actividad exclusiva del partido único o del Estado, imponiendo silencio a quienes piensan distinto a las mayorías legislativas, pues la función de la instrucción cívica es la difusión del discurso del poder, destinado a ser creído y obedecido, como señalaba Bourdieu: solo gustan del eco de sus propias palabras.
El consenso traslapado que dio origen a nuestra transición y sustento de nuestro régimen democrático asumió la urgencia de promover la educación cívica y la formación ciudadana para la democracia, tal como hicieron diversos países europeos después de la Segunda Guerra Mundial para erradicar la instrucción impuesta durante los regímenes fascistas. Por ello, defender la educación cívica es una responsabilidad de la mayor relevancia.
La educación cívica es la llama encendida de la democracia vibrante, es el enfoque ciudadano de lo que un gobierno debe ser y debe hacer; es la voz del interés público que defiende la civilización moderna, aquella donde tienen cabida los derechos fundamentales de todas las personas. Donde impera el Estado de derecho y no la ley del más fuerte. En resumen, por una sociedad decente donde la autoridad no humilla a las personas y éstas no se humillan entre sí, tal como la concibió Margalit.
En conclusión, a algunos gobernantes no les gusta la educación cívica porque no les gusta la democracia.
Roberto Heycher Cardiel
DIRECTOR EJECUTIVO DE CAPACITACION ELECTORAL Y EDUCACIÓN CÍVICA DEL INE