Hablamos sobre Inteligencia Artificial cuando también se habla de controles genéricos de videojuegos usados para pilotear naves subacuáticas.
A veces existe humor involuntario en cualquier tragedia, pero ahora esperamos, como en un cine, reír después de que alguien más lo haga, como si la proyección fuera a detenerse para señalarnos.
Suceden demasiados eventos canónicos en el mundo como para tomar un descanso y escuchar el disco de The Smile, pero siempre habrá tiempo. O no.
En algún momento de estos últimos años, la figura del multimillonario, la que en décadas anteriores era referenciada con camisa fajada, tennis aburridos y gafas, ahora busca posicionarse en el terreno de la burla, del arlequín en lugar de la solemnidad del rey.
Una realidad mediática que parece ser guionizada por los autores de la WWE de antes: golpes a viejitas, sexismos, encontronazos entre celebridades y xenofobia.
Como uno de los primeros chistes de la historia, aquel de la Ilíada, del esclavo y su muerte. Siempre queremos reír de la tragedia, por más lejana o cercana que nos parezca.
Con sus límites claros, reímos en lo general y lloramos en lo personal. Justo así es como la comedia, no como negocio, sino como tradición, llegó a asentarse en la humanidad como la misma higiene.
¿Cuántas sonrisas nos ha costado nuestra solemnidad autoimpuesta? Porque reír como señorita virginal, como dice la señora cristiana, es símbolo de respeto y la burla estratosférica ensucia nuestro valor. O así nos conduce nuestro entorno digital actual .
Incluso, sonreír fue el gesto de una película de terror, reciente, por supuesto, cuando el filme no contiene ni una sola línea que nos haga reír, ni lagrimear, aunque diera cierto aire de terror a la acción de la burla.
Llorar y reír: dos emociones que se reflejan cuando se alargan a la distancia como el juego o la película de Tron, juntas pero sin colisiones.
Por qué la parodia viró de la ficción hacia la realidad digital, seguro nuestras manos dejaron de escribir chistes porque los chistes adoptaron alguna forma capitalista y se materializaron y ahora piden nuestros votos, que nos registremos en Facebook o que compremos un auto híbrido en una economía casada con el petróleo.
Habría que legitimar los actos no paródicos o graciosos a primera vista, como el mirar cómo duerme un perro por media hora, eso hasta que la acción se convierta en una anomalía meramente curiosa.
Entonces, volviendo al inicio y de paso el remate, que cinco millonarios hayan pagado por implotar es un acto más de la comedia que busca regresar a la ficción. Si los Simpsons lo anticiparon no es por sus cualidades proféticas sino por su valor como gag. Un chiste, uno mal contado, pero a fin de cuentas uno.
Ahora uno más: un centennial, un ranchero y un millonario entran al bar del Titanic… y nadie dice nada.
roberto.carson@milenio.com