Recuerdan cuando el peor demonio de la comunidad internacional era el terrorismo islámico? Ah, vaya tiempos aquellos, cuando pensábamos que hacer cola y quitarnos el cinto y los zapatos en el aeropuerto era el peor de los inconvenientes.
Nadie adivinó entonces que en los albores de la primavera de 2020 una de las plagas más contagiosas de la historia habría de correr como tala del Mayab por nuestros órganos, obligándonos a evitar todo contacto humano más allá de nuestro círculo más íntimo. Salir a la calle y ver a los demás miembros de la especie como ponzoñas radioactivas nos llevó a una reclusión que esperábamos duraría un par de semanas que terminaron siendo un par de años. Gracias a las vacunas y a otras medidas de contención, y a falta de una improbable variante apocalíptica, estamos finalmente viendo la luz al final del túnel pandémico, pero las mascarillas en lugares concurridos han llegado para quedarse, al menos por un buen rato, y nos acostumbraremos o nos resignaremos a ellas tanto como lo hicimos con las máquinas de rayos x en los aeropuertos.
En esas andábamos, exhaustos, pero osando pensar de vuelta en el futuro, cuando Putin decidió que primavera era el mejor tiempo para desestabilizar el de por sí frágil orden mundial. El ataque sin provocación a una república medianamente democrática, además del asesinato indiscriminado de mujeres y de niños, la destrucción de hospitales y de escuelas y el uso de bombas de racimo prohibidas por la Convención de Ginebra le otorgan al déspota un boleto de ida a La Haya para ser juzgado como criminal de guerra. La casi sobrehumana resistencia de los ucranianos y el magistral manejo de la crisis por parte de su presidente, además de un ejército ruso desmotivado y con el armamento en ruinas gracias a la corrupción endémica del régimen, han hecho que Kiev, ciudad que Moscú calculaba llevarse en un par de días, siga en pie después de dos semanas. Las duras sanciones de un mundo casi unánime en su repudio a la agresión han arruinado la economía rusa y aislado al país, exacerbando la represión interna casi a niveles soviéticos.
Por todo eso Putin, quien desde antes de su malhadada decisión enfrentaba la rebeldía de un pueblo energizado por protestas no vistas en esas tierras desde la caída del muro, no va a dar marcha atrás. El tirano sabe que aunque logre ocupar por completo el país de los girasoles —lo cual cada vez se antoja menos seguro— ya perdió esa guerra, que está políticamente acabado, que no va a ser capaz de pagar el costo de su delirio imperial y que tanto seguir en Ucrania como retirarse de allí será para él una sentencia de muerte. Hitler tuvo la decencia de reventarse los sesos en su búnker. Deseo lo contrario, pero presiento que Vlad el carnicero no va a ser tan generoso, y que va a llevarse con él al averno a cuantos congéneres pueda mientras los líderes de Occidente, medrosos, dicen que no quieren detonar la Tercera Guerra Mundial, como si no estuviéramos ya en ella.
Y si salimos de esta todavía falta ver si el fascismo americano se queda o no con la Casa Blanca en 2024.
@robertayque