Política

Hablemos de Quetzalcóatl

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La semana pasada tomaron posesión los ministros de la Suprema Corte, los primeros en deberse por completo al nuevo partido de Estado: uno que legitimó una elección amañada donde participó apenas el 13 por ciento del padrón, que envió acordeones para instruirle al escaso pueblo bueno por quién votar y que usó a sus fiscales para tumbar del camino a los opositores. Por algo resbaló sin querer queriendo Hugo Aguilar Ortiz, el ministro que quedó de presidente, cuando dijo que “por primera vez, ministros y ministras fuimos designados… no, no fuimos designados desde arriba, fuimos elegidos en las urnas”.

Aguilar, un perfecto desconocido si lo comparamos con sus pares más infamemente mediáticas, obtuvo más votos que nadie, pero no vayan a pensar que fue en pago por haberle operado en el 2019 al entonces presidente las asambleas donde le vendió a las comunidades indígenas de la península todos los beneficios que les traería ese Tren Maya para el cual no se cortaría ni un sólo árbol.

Detallitos sin importancia: el asunto es que, para su inauguración, nuestra máxima Corte se vistió como de estudiantina, prendió copal, escuchó las caracolas, levantó bastones de mando y, a la porra el estado laico, se hincó para ofrendarle el momento nada menos que a Quetzalcóatl.

Según datos del INEGI de 2020, el 80 por ciento de los mexicanos se declaran católicos, seguidos por protestantes y evangélicos con poco más del 10 por ciento, donde el 10 por ciento restante se declara sin religión; en el último grupo podemos meter al ínfimo porcentaje que le rinde culto a alguna de las deidades prehispánicas, porque incluso la enorme mayoría de nuestros indígenas es católica o protestante.

¿Entonces? ¿De dónde sacaron los ministros la tan repentina devoción por la serpiente emplumada? Porque si de reflejar las afinidades nacionales se tratara los nueve fantásticos hubieran a la vez cantado una misa mientras sostenían imágenes de la Guadalupana, encabezados por un sacerdote con casulla bordada y cirios decorados —eso, o ponerse camisetas de las Chivas mientras se empinaban una cerveza. Pero no lo hicieron así porque en realidad el performance fue para hincársele no a Quetzalcóatl, sino a su verdadera deidad, el tatita de Tabasco y émulo de los espectáculos étnico-nacionales que tanto gustaban a ese viejo PRI del cual él emana. Y digo espectáculo porque eso es: en los hechos, López, el presidente indigenista, le recortó un 40 por ciento del presupuesto al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, y su Reforma en Materia de Derechos y Cultura Indígena quedó punto menos que desdentada, por diseño.

Supongo que es más barato y lucidor que nuestra máxima Corte abone con disfraces autóctonos a las vacuas fantasías folklóricas del expresidente vitalicio —véase la foto generada con AI donde Yasmín Esquivel se pone frente a una literal corte de mujeres indígenas— que pelear en los hechos para que nuestros pueblos originarios salgan de la extrema pobreza, para paliarles la violencia narca o brindarles servicios de salud y de educación. Y es que ese bastón de mando de un lado trae flores y pompones y, del otro, puro palo.


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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