Hay situaciones aterradoras e incomprensibles en el contexto del crimen, y sin duda, la muerte de una hija es una de ellas, más cuando la sospechosa es la propia madre.
Éste fue el caso de María Esther Juárez González, una madre de familia de 41 años, quien el 24 de diciembre de 2005 vivió la Nochebuena y Navidad más terribles de toda su vida.
La Policía la detuvo y encarceló en una de la celdas de la Policía de San Pedro, acusada de matar a su hija María Fernanda García Juárez, de 16 años.
María Esther, bañada en lágrimas, pedía a gritos que la dejaran salir, que quería estar cerca del cuerpo de su hija para abrazarla y decirle lo mucho que la amaba.
Mientras todas las familias estaban de fiesta, María Esther, sin dejar de llorar, gritaba que ella amaba a su hija. Que Dios sabía que ella no la había matado.
La afligida madre gritaba su inocencia, pero no podía comprobarlo, por eso estaba presa.
Con el alma destrozada, asaltaron su memoria los motivos que habían desencadenado la tragedia.
A principios de 2004, María Esther era un ama de casa feliz. Junto con su esposo Adrián Antonio García habían procreado cuatro hijos.
Ana Cecilia, de 19 años; María Fernanda, de 16; Adrián Antonio, de siete, y Daniela Salomé, de tres.
A los cuatro les brindaban amor, comprensión y lo necesario para vivir de manera modesta. Tenían su casa en la colonia Lomas del Poniente, en Santa Catarina.
Sin embargo, la relación entre María Esther y su esposo no era buena; tenían muchos conflictos, al grado que se separaron.
María Esther se quedó en la casa con sus hijos. Adrián Antonio cambió de dirección, pero siguió aportando el gasto de siempre.
Obviamente que la falta del padre causó tristeza y confusión entre los hijos.
Sin embargo, María Esther hizo lo posible porque en la casa todo siguiera igual. La hija mayor pareció entender la situación y aceptó la decisión de sus padres.
A los más pequeños los pudo tranquilizar con mentiras piadosas. La que se rebeló fue María Fernanda, la adolescente de 16 años. Su cambio fue repentino y notorio.
Se volvió altanera, grosera, desordenada. Todo le parecía mal. María Esther muchas veces trató de hablar con ella, pero no la escuchaba y se burlaba de ella.
Creía que estaba molesta por la separación con su esposo. La hija mayor la apoyaba y con ella se consolaba.
Pero al paso de los días, el comportamiento de María Fernanda tuvo una alteración alarmante. Llegaba tarde de la escuela, se miraba retraída, huraña y muy irritable.
María Esther le preguntaba si se sentía mal. Le respondía con insultos. Preocupada, comenzó a espiarla en el vecindario y en la escuela.
Con horror descubrió que faltaba mucho a clases. Que se juntaba con un grupo de muchachos viciosos y que con ellos se drogaba.
Alarmada, habló con María Fernanda, pero ella negó que se drogara y, enfurecida, la chica volvió a ofender a su mamá. No pudo controlarla.
Una noche cuando dormía, registró su bolso. Halló un cigarro de mariguana, bolsitas con polvo blanco. María Esther trató de llevarla con un médico, pero la chica se negó.
Sufrió más cuando, por medio de sus vecinas, se enteró que su hija se drogaba con cocaína, que fumaba mariguana, tomaba anfetaminas y tenía malas amistades.
Por no causar más conflictos siguió sola con su pena, pero pensó en decírselo a su ex esposo después de Navidad.
Por desgracia, el 24 de diciembre de 2005, horas antes de la Nochebuena, María Fernanda llegó a su casa drogada. Parecía zombi. Balbuceaba y se balanceaba.
Su aspecto era deprimente. María Esther no pudo contener su enojo. La regañó. María Fernanda le respondió con violencia. Al forcejear, la adolescente cayó al piso.
La sufrida madre trató de reanimar a su hija, para llevarla a su recámara. Con horror se dio cuenta que no respondía. Desesperada, llamó a la ambulancia.
Los paramédicos, al examinarla, se dieron cuenta que no tenía signos de vida. María Esther, bañada en lágrimas, declaró ante el Ministerio Público cómo habían sucedido los hechos.
Cuando acudió al forense a reclamar el cuerpo de su hija, ante el asombro de ella y de varios familiares, entre ellos el esposo, fue detenida por la Policía.
La acusaban de ser la homicida de su propia hija. María Esther lo negó. Dijo que eso era una infamia. Gritó que era inocente.
Según el peritaje de la Policía, la adolescente había sido derribada sobre el piso de manera intencional por su madre, por lo que fue acusada de matar a su propia hija.
Pese al dolor que la familia sufría por la muerte de María Fernanda, no dejaron de apoyar a María Esther. Todos creían en su inocencia.
Los abogados lograron obtener resultado de la autopsia: el dictamen estableció que en el momento de la muerte de la adolescente estaba intoxicada con mariguana y cocaína.
Y que su fallecimiento se debió a una contusión profunda vértebro-medular -cervical en el momento que cayó al piso.
El juez de inmediato revocó el auto de formal prisión por el delito de homicidio preterintencional. María Esther obtuvo su libertad el 5 de febrero de 2006.
Su esposo y sus tres hijos la recibieron con besos y abrazos. La única que faltó fue María Fernanda, quien por desgracia, a sus 16 años sucumbió a causa de las drogas, que algún ser despreciable le ofreció.
La Navidad para María Esther es desde entonces la fecha más triste del año: le falta su amada María Fernanda.
Hoy, a casi 14 años de aquella tragedia, las heridas han cerrado poco a poco, pero el vacío en el corazón de María Esther se quedó para siempre.
En el fondo, sabe que aunque el juez haya determinado su inocencia, sus problemas de pareja detonaron la crisis familiar que arrastró a su hija hasta la muerte.