Los locos de años atrás vivían una existencia errante; las ciudades los expulsaban y se les dejaba recorrer los campos apartados. En siglos pasados los locos eran entregados a los marineros para que a través del mar los desaparecieran o cambiaran de tierras.
Era común que los barcos fueran habitados por locos sin destino alguno. Confiar el loco a los marineros era evitar que el insensato caminara por la ciudad; a la vez el agua del mar que lo rodea tiene un significado de pureza y de limpieza; expulsar lo impuro, esa era la meta.
El agua y la locura están íntimamente ligados desde siempre; la locura como suciedad e impureza para los habitantes de una ciudad; con un tono contagioso que debería ser limpiado, alejado y eliminado de los ojos de “los normales”.
Los barcos fueron un mecanismo para deshacerse de los esquizofrénicos de antaño. De ahí nace esa asociación del destino indeterminado, el agua y un viaje de locura.
Un autor El Bosco creó una obra conocida como La Nave de los Locos; donde representa un paraíso renovado; ahí no existe el sufrimiento, el dolor ni la necesidad.
En ese barco se recrea una falsa felicidad con un toque diabólico; que obliga a ver la felicidad total como una locura demoniaca. Una visión de altamar donde la razón es extirpada de tierra firme.
La prudencia permanece en tierra, mientras la locura navega en un extraño barco ebrio que navega por los ríos tranquilos. En la obra La Nave de los Locos también está representado el médico, que está más loco que el enfermo a quien pretende curar.
Toda su falsa ciencia no ha hecho otra cosa más que acumular un montón de manías sobre él mismo.
Hoy por hoy las cosas se han trasformado, pero no han cambiado mucho; ahora los esquizofrénicos deambulan por calles asfaltadas, por largas carreteras a las afuera de la ciudad; eso ha cambiado; pero perdura una cosa: Nadie sabe su destino.