La Barredora de Tabasco, el grupo criminal ligado al senador Adán Augusto López, es la señal del futuro distópico en México. Una mirada a una nueva especie de crimen organizado.
En el siglo pasado, un cártel se formaba más o menos así: un delincuente de poca monta comenzaba a crecer en un mercado ilícito —casi siempre el tráfico de drogas— hasta que se volvía un importante criminal. Su desarrollo en las sombras era de tal tamaño que cooptaba una gran base social y los servidores públicos terminaban por acercarse a él para solicitar una asociación. El capo mandaba en un organigrama que tenía en los niveles más altos a sus familiares o cofundadores y un poco más abajo estaban los políticos que le operaban.
El ejemplo más claro es el viejo Cártel de Sinaloa: un supuesto campesino de Badiraguato llamado Joaquín Guzmán Loera se agrandó en el comercio de marihuana y cocaína hasta que se volvió un rico capo, convirtió a su estado natal en su bastión y recibió peticiones de alcaldes y gobernadores para unirse a su organización con el fin de volverse ricos. “El Chapo” dirigió la empresa criminal junto al “Mayo” y un peldaño más abajo había políticos como Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública federal, quien colaboraba con ambos a cambio de jugosos sobornos.
Pero La Barredora vive en el mundo al revés, como una nueva criatura. Una terrible evolución.
Con ese grupo criminal de Tabasco, la historia empieza más o menos así: un político de carrera incipiente fija su interés en un mercado ilícito —esta vez, el robo de combustible o huachicol— mientras crece en el servicio público. Su expansión en la luz pública es de tal tamaño que aglutina una base social y otros funcionarios opacos se pegan a él interesados en un futuro millonario. El político lidera un organigrama que tiene en los niveles más altos a otros políticos y un poco más abajo están los criminales que va reclutando.
Vayamos al 2025: un abogado egresado de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco llamado Adán Augusto López progresa de burócrata priista a gobernador morenista de su entidad; en ese crecimiento se le junta un funcionario público y presunto criminal con placa llamado Hernán Bermúdez Requena, alias “El H”, quien pone la mirada en el opulento negocio del huachicol.
Bermúdez Requena terminaría arropado por su jefe y convertido en líder de una estructura delictiva que tiene en los niveles más altos a políticos cercanos al oficialismo y un poco más abajo tiene a jefes disidentes del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Es un cambio sutil, pero poderoso. Esta vez, la sociedad no ubica a un delincuente en lo alto de La Barredora, como sí sucede con “El Mencho” en la cima del Cártel Jalisco Nueva Generación o Iván Archivaldo en el cúspide de Los Chapitos.
La Barredora de Tabasco ha tenido líderes, pero siempre fugaces y poco relevantes: alguna vez fue “El Kalimba”; luego,“El Pantera”, “El Cadillac” y “El Tomasín”. Incluso, un tiempo el jefe fue “El Peje”, el alias de un mediano criminal llamado Norberto Jiménez. Ninguno de esos alias es más importante que el nombre de Hernán Bermúdez Requena y de Adán Augusto López, presuntamente sentados en el cenit del grupo que ha incendiado Tabasco.
Y un segundo cambio es que sus ingresos no provienen de drogas sintéticas como el fentanilo o las metanfetaminas. Ni de marihuana o cocaína. Tampoco de la venta de armas, que es el segundo mercado ilícito más redituable del mundo.
En cambio, La Barredora obtiene millonarias ganancias de recursos naturales, como el petróleo, y de seres humanos, traficando migrantes indocumentados por el Golfo de México. Lo natural, lo vivo, los hace salivar.
Políticos y crudo. Funcionarios y migrantes. La combinación es espeluznante y muestra que el crimen organizado mutó frente a nuestros ojos.