Desde hace algunas semanas, mi terapista con quien he hecho un buen trabajo en equipo me había insinuado la posibilidad de someterme a una desintoxicación alimentaria para beneficio de algunos padecimientos de mi cuerpo, así como al trabajo emocional, energético y espiritual que estamos realizando, propuesta que, de primera invitación, denegué.
Recordé que a inicios de este 2022, en enero, realicé un ayuno intermitente de 21 días, acompañado de la enseñanza bíblica de Daniel y su sólida fe en sus creencias y en su Dios, para poder combatir cualquier ataque del enemigo, lo cual me ayudó a tener un arranque de año motivado y saludable, además de poner las bases de lo que sería para mí el inicio de meses de un trabajo personal interior muy profundo, mismo que continuará seguramente durante todo 2022 y 2023 como parte de mi propio momento de vida.
Este antecedente contextual para comentar que soy un convencido de que la mente y el cuerpo trabajan coordinados para el crecimiento personal de los seres humanos.
Este fin de semana, después de comentar mi recaída en la fibromialgia y varios detonantes emocionales que han brotado a través de expresiones psicosomáticas, por segunda vez me conminaron a realizar esta detox de la manzana de cinco días, tomando en esta ocasión la sugerencia con más apertura y poniéndome a investigar, como es usual en mí, todo lo relacionado a este proceso, para prepararme y darlo por iniciado este lunes, hasta el viernes próximo.
Ya les platicaré la próxima semana mi experiencia al detalle, aunque al estar leyendo artículos relacionados con la parte metabólica y orgánica de este detox, me vino a la cabeza que, más allá del asunto material y fisiológico, lo más relevante en este y en cualquier procedimiento similar debería ser una desintoxicación mental, energética y espiritual que nos brinden verdaderos beneficios y no sea sólo una “dieta” o una forma superficial de estar “in” en el mundo del wellness actual.
Esto me remontó a mi propio testimonio personal que inicié hace casi 25 años cuando decidí superar mi adicción al alcohol y ponerla en manos de Dios, igual que hoy tengo el privilegio de acompañar a otros adictos y a sus familias a derrotar la enfermedad.
Fue entonces cuando conocí la fe y emprendí un largo camino espiritual, no religioso, en busca de mi relación íntima con Dios como yo creo en Él y respetando la diversidad de credos e ideologías de los demás.
A lo largo de este tiempo he tenido la fortuna de conocer diversas herramientas emocionales, espirituales, cuánticas y energéticas que no solo han sido de gran ayuda personal y familiar, sino que he tenido la oportunidad de expandirlas y compartirlas con otros.
De esta forma, como parte de mis procesos de crecimiento y la búsqueda de equilibrio mente, cuerpo y espíritu, procuro siempre estar en un detox de información, emociones, influencias y compañías que puedan alterar mi paz y mi armonía, lo cual resulta complejo muchas veces en un mundo contaminado de infodemia, lleno de noticias negativas y de entidades que pretenden dividir y separarnos, cuando en esencia somos unidad.
Así que más allá de la detox de la manzana o de cualquiera que tenga algún principio alimentario probado, además de la supervisión clínica de un especialista en nutrición, invito al lector a que vivamos una desintoxicación permanente de vibras, ideas, información o influencias que perturben nuestra mente y nuestra alma.
Lo he escrito en otras ocasiones en este mismo espacio. Cambiemos el chip. Démosle otro enfoque a nuestras vidas desde el poder interior que todos tenemos que se llama gratitud, paz, respeto, amor, empatía y solidaridad.
No se trata de ignorar la realidad, ni de ser un demagogo motivador, sino de evitar ser parte de un mundo de información, ideas, polarización ideológica, discursos y guerras destructivas, para pasar a ser parte de las soluciones y no de los problemas.
En pocas palabras, alejarnos de todo aquello que nos pone mal y promover todo lo que nos de paz y bienestar, en un mundo que es como es, punto.
Omar Cervantes Rodríguez