En teoría debería ser un día triste, el día en que muere ese joven sabio de 33 años que predicó un mensaje tan potente que a la fecha sigue transmitiéndose prácticamente en todos los rincones de la tierra. Ese personaje que vivió hace más de dos mil años, que no conocimos ni sabemos si es cierto todo lo que se cuenta de él en las escrituras, pero que aun así su legado ha logrado ser más fuerte que el tiempo y el espacio, y sigue aquí con nosotros, y lo más probable es que nosotros nos vayamos, y la historia del Hijo de Dios que se hizo hombre y murió por nosotros vaya a seguir vigente.
Jesús en la cruz es un recordatorio de la maldad que existe en los hombres y, no obstante, Dios se compadece de nosotros y nos sigue viendo con ojos de amor, generosidad y esperanza, a pesar que a veces sea lo último que nos merezcamos como raza humana, porque a veces pareciera que no hemos aprendido nada y que lejos de evolucionar espiritualmente cada día estamos más dormidos.
En lo personal a veces ya espero más de los robots que de las personas, aunque tengo que aceptar que siempre llega algún humano que me devuelve la fe en que sigue habiendo gente buena, a pesar de que la mayoría está automatizada y programada en su individualismo y su egocentrismo.
Así que, si lo vemos fríamente, el Viernes Santo es un recordatorio de que efectivamente hay algo o alguien más grande que nosotros capaz de seguir teniendo esperanza en que los seres humanos valemos la pena, tanto, como para haber muerto de esa manera por desconocidos que seguimos viéndonos beneficiados por sus enseñanzas miles de años después.
Porque es verdad que de sus enseñanzas nace una fe inexplicable, la esperanza de que hay algo más, el cobijo de no sentirnos solos e incluso algo sobrenatural en toda la narrativa. Cada quien decide en qué creer, cada quien sabe qué lo hace mejor persona, qué lo hace más feliz, qué le hace más llevadera la vida. Cada uno elige qué imagen llevar en su cartera o con suerte cargar en su corazón, cada quien sabe qué o quién lo inspira a querer ser mejor persona.
A mí, la imagen de la crucifixión me produce dolor, prefiero la de Jesús resucitado lleno de rayos de luz y su semblante de alegría, prefiero pensar que sí existe ese estado del alma que llamamos cielo y creer que en realidad efectivamente todo tiene un sentido pues me parece que la vida resulta más bella y llevadera desde esa perspectiva.
Es cierto que el Viernes Santo para los creyentes es de dolor, pero también representa el principio de una nueva oportunidad que es la que a la fecha se nos sigue dando todos los días para intentar ser mejores seres humanos, poder ser esa persona que les recuerda a los demás que aún valemos la pena como especie y que no todo está perdido.