Vivimos un mundo globalizado y pequeñísimo porque la tecnología ha hecho pedazos las distancias. Podría decirse que todos habitamos en el mismo espacio, pero no que vivimos en el mismo tiempo.
Como en tantos otros ámbitos, en materia de derechos humanos el mundo está separado por siglos. Mientras en algunas regiones se habla ya de derechos frente a la tecnología, en otras se lucha por derechos básicos que empezaron a ser reconocidos en el siglo XVIII.
Sintetizo ahora la reveladora coincidencia en el mismo día de dos notas recientes:
Una reporta el riesgo de que la inteligencia artificial pueda constituirse en una limitante de la libertad humana, en una forma de control o en un proceso de deshumanización; la otra cuenta que la Guardia Costera de Libia captura migrantes en el mar y los mete en una red de cárceles secretas por tiempo indefinido. De acuerdo con El País, “en una de ellas, conocida como El Edificio, los reporteros averiguaron que hay mil 500 personas sometidas a palizas, abusos, detención ilegal, chantaje, malnutrición y, en ocasiones, a trabajo esclavo”.
La llamada primera generación de derechos humanos reconoció los esenciales, como el derecho a la vida y a la libertad, entre otros, y exaltó la universalidad de los derechos: para todos y sin distinción de raza, color, idioma, posición social o económica.
La quinta generación, por su parte, va detrás de la ciencia y la tecnología en busca de protegernos de lo que creamos: derecho a la seguridad digital y a la protección de datos, por ejemplo, y probablemente muy pronto la sexta generación querrá ponernos a salvo de nuestras propias máquinas, inteligencia artificial que al rebasarnos quizá tenga la tentación de someternos.
Como Humanidad estuvimos de acuerdo en reconocer el carácter universal de los derechos humanos, pero nos quedamos en la declaración: de 7 mil 800 millones de personas que hay en el mundo, más de 800 millones padecen hambre; de los casi dos mil millones de niños, más de 300 millones no tienen acceso a la educación, y casi la mitad de la población mundial carece de los servicios básicos de salud. Más aún, 800 millones no tienen servicio de energía eléctrica y 2 mil 200 millones de personas carecen de agua potable.
A pesar de los avances logrados y aceptando la pertinencia de también ocuparnos en cómo proteger derechos humanos de alta sofisticación, por ejemplo, los relacionados con las ciencias biológicas y las telecomunicaciones, es momento de proponernos revertir el vergonzoso rezago que tenemos en derechos básicos, carencia que tiene su particular expresión en cada país, porque prácticamente todas las naciones, unas más y otras menos, acusan y resienten las consecuencias de la desigualdad.
Mauricio Farah
@mfarahg
Secretario general de Servicios Administrativos del Senado y especialista en derechos humanos.