Dado el avasallamiento del oficialismo en las instituciones públicas, dudo que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación exija al presidente de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz, dejar de excluir a 67 etnias indígenas mexicanas que, como la mixteca, tienen cultura y lenguaje propios.
Celebrado como el segundo autóctono que encabeza el máximo tribunal después de Benito Juárez, el representante del Poder Judicial de la Federación debiera considerar que su remoto predecesor zapoteco, en sus actividades públicas, habló invariablemente en español, pues bien sabía que la mayoría de sus contemporáneos mexicanos del siglo XIX hablaba en castellano.
El ministro mixteco empleó también su lengua original cuando asumió el cargo y en el arranque, el pasado jueves, de la primera sesión del pleno.
Algo semejante debiera quizá hacer la Conapred para que cesen los rituales chamánicos en el más importante tribunal y lo mismo la superchería de las “limpias” como la que se les practicó a los ministros antes de iniciar su atropellada asamblea inaugural, que fue políticamente usada para agradecer el tramposo y minoritario “voto popular” que obtuvieron.
Su sesión se caracterizó por errores, confusiones, tropiezos y correcciones.
Iván Evair Saldaña, en su crónica para La Jornada, escribió:
“En su debut, la llamada nueva Suprema Corte de Justicia sesionó este jueves durante cuatro horas en un ambiente de estrenos, emociones y desaseo de procedimientos. De los 15 asuntos previstos para el día, apenas resolvieron tres, entre ellos uno en el que suavizaron el criterio que obligaba a invalidar leyes por falta de consulta previa a personas con discapacidad. Pero al mismo tiempo, rompieron sus propias reglas: ignoraron el reglamento de sesiones aprobado la semana anterior al discutir acciones de inconstitucionalidad en vez de temas administrativos y laborales, y rebasaron una y otra vez el tiempo límite que, por primera vez, habían fijado para cada intervención…”.
Se habían fijado para cada intervención 10 minutos (siete para la primera ronda, cinco para la respuesta, cinco para la segunda ronda y tres para la réplica), pero Aguilar no marcó el límite ni cortó las alocuciones, y hasta “preguntaba si alguien más deseaba hablar mientras un cronómetro encendido en la pared se volvía mero adorno”.
Antes de dar el martillazo de apertura, el ministro hizo “un primer pronunciamiento en mixteco, su lengua natal, sin declarar el quórum…”.
La sesión se caracterizó por el aburrido lenguaje técnico-jurídico de los recién llegados, incumpliendo su promesa de imprimir un “tono ciudadano” a las deliberaciones. Esto hizo que la audiencia, integrada por estudiantes de Actopan, Hidalgo, se aburriera, dormitara y, en cuanto Aguilar ordenara un breve receso, prácticamente huyera del recinto.
Se dirá que los tomboleados están sorteando la “curva de aprendizaje” vaticinada por Lenia Batres, pero lo cierto es que los ministros del acordeón delataron su patética y peligrosa bisoñez...