Cultura

Sparring con Ricardo Garibay

Hay un marcado interés de Ricardo Garibay por exponer una serie de reflexiones en torno a la escritura. Decidió ir incorporando ideas a la manera de consejos de un maestro para sus alumnos sobre el acto de escribir, la mayoría de ellos los incluyó en sus “Paraderos literarios”, una suerte de ensayos breves que rastrean distintas facetas de su acercamiento a la literatura como lector y creador.

Me vienen a la mente libros de escritores que, en un acto de generosidad, quisieron compartir esta suerte de lecciones. El arte de escribir de Stevenson, El arte de la ficción de Henry James, El arte de la novela de Kundera, Historia secreta de una novela de Vargas Llosa, Curso de literatura europea de Nabokov, Escribir ficción de Edith Wharton, El escritor y sus fantasmas de Ernesto Sábato, Un lector de George Steiner, Seis paseos por los bosques narrativos de Umberto Eco, Sobre la creación literaria. Correspondencia escogida de Gustave Flaubert, Viaje al centro de la fábula de Augusto Monterroso, Verdades y mentiras de la literatura de Stephen Vizinczey, Leer y escribir de V.S. Naipul y Zen en el arte de escribir de Ray Bradbury, por mencionar algunos títulos.

Es como si mostraran la ruta de un camino recorrido, qué hacer y qué no, cómo asimilar la presencia de los clásicos, cómo enfrentarse a la hoja en blanco. También pienso en Juan de Mairena, de Antonio Machado, tomando en cuenta la visión de Garibay al estar atento a los clásicos, y a escritores no sólo de México sino de otras latitudes.

Ricardo Garibay era diestro en la disciplina de teclear y dar jabs, uper cots o tal vez un portentoso gancho al hígado de tal magnitud que, muy probablemente, la bilis de su oponente se derramara y entonces esa circunstancia lo impulsara a soltar una estruendosa carcajada. La risa en él es ironía, ese resquicio entre la inteligencia y la acidez.

Siguiendo con la lección de pugilismo, Garibay apostó por el boxeo bien escrito, zigzagueante, entrañable y furioso, que salpica sudor y sangre. Retó al boxeo de sombra, aquel que practican los autores al enfrentarse a la página en blanco y —literalmente— libran una batalla; el famoso cross a la mandíbula del que habla Roberto Arlt, golpe literario con el que se busca derribar con efectividad al lector.

Decía Cortázar que la novela debe vencer por decisión y el cuento por nocaut. Garibay no se resistía a una mezcla: literatura y boxeo —que no sólo ejecutó en Las glorias del gran Púas. Con esta fórmula armó así un paisaje plural en donde subió al cuadrilátero la ficción y la reflexión, la metáfora y la indagación periodística. Mohamed Alí llevaba a la práctica su filosofía del boxeo: “Flota como una mariposa y pica como una abeja”.

Escribe Garibay en Las glorias del gran Púas (1978): “El boxeo como gloria romántica, como escandaloso quehacer de un hombre dotado con prodigio para la rijosidad, la cárcel y el manicomio, como pasión inconfesada del hombre de las pantuflas y ejemplo a no ser seguido jamás, como imagen de la brutal fealdad y el ronroneo que deja el odio de oficio en la cara y en el alma, como eso, el boxeo llegó hasta los cuarentas, y desde entonces no es más que una modesta tecnología al alcance de cualquier adolescente haragán y más o menos hambreado y riñonudo; fabriquita de campeonatos tan fugaces como los timbrazos de la caja registradora; claunería gansteril”.

Cuando Garibay hace periodismo, se sube a ese ring, lo realiza con la misma calidad narrativa que Norman Mailer, un gran exponente del nuevo periodismo de quien también, este año, celebramos cien años de su nacimiento.

Por otra parte, cuando Ricardo Venegas entrevista a Garibay, resulta ser una conversación amena, una sesión de literatura que el maestro le dicta, con entusiasmo, a su alumno. Le enseña a leer en voz alta, a revisitar a los clásicos y, de alguna manera, hace que transcriba ideas vertidas en sus Paraderos literarios.

“El escritor de verdad debe ser un poco pícaro. Francois Villon, el supremo ejemplo del pícaro entre los grandes escritores que ha dado el mundo”, le responde Garibay a Ricardo Venegas. Y añade: “Todo escritor debe ser un poco pícaro. La ortodoxia está bien para la academia, tenemos ejemplos en México de escritores muy prudentes, cuidadosos, sabios que obedecen una disciplina estricta. Y no creo que ningún escritor que de veras lo haya sido sea así. El propio Borges, para mencionar otra vez al necesario argentino, no es un hombre de disciplinas académicas, además, él las vomita”.

Ricardo Garibay reconoce en Lugones su virtuosismo narrativo, su peculiar e innovadora manera de frecuentar el cuento. Borges leía a Papini y a Lugones; Garibay hace lo mismo con los tres. Se vuelven una triada que atesora y sigue de cerca.

Seguramente hablar con Garibay, varias veces, no debió de haber sido una tarea sencilla. (Ya eso nos lo contará Ricardo Venegas más tarde) Leo a Ricardo Venegas en una suerte de clase de sparring frente a un entrenador avezado, lúcido y muchas veces difícil de complacer. Si Garibay tenía fama de que no era tolerante con sus entrevistadores, habrá que imaginar que la tarea que se impuso Venegas no fue precisamente una plática siempre afable. Es probable que él haya tenido que repasar las preguntas con las que iba a lanzarse arriba del cuadrilátero, porque con ese antagonista, con ese gran escritor que decidió tener enfrente, en cualquier momento una chispa podría encender, de manera contundente, la cólera, la intolerancia propia de Garibay.

Josefina Estrada en el prólogo a Cómo se gana la vida (Debolsillo. México, 2022), refiere algunos de los trabajos que tuvo Garibay: “Repetidor de trabalenguas en un concurso de la XEW; empadronador; actor de radio de la XEB; modelo en la Academia de San Carlos; sparring del boxeador Trini Ruiz”. Por esa razón no resulta gratuito conjeturar a Garibay dando una lección de sparring, en lo mejor de su prosa oral y escrita.

En otro de sus “Paraderos literarios”, Garibay distingue tres tareas en el oficio de escribir. La primera se refiere a tratar de encontrar el alma de los personajes, “una persona cuando entra en la literatura se convierte en personaje y trata de dar su alma, y esto se da a través de los diálogos”. La segunda se basa en la estética, es “la cacería de la belleza de las palabras”. Y la última es la veracidad que “sólo se da respetando el lenguaje original de las regiones por donde anda el escritor”. Respecto a este último punto, se trata de una de las cualidades que más se le atribuyen.

Sendas de Garibay. Ricardo Venegas. Ediciones Eternos Malabares.
Sendas de Garibay. Ricardo Venegas. Ediciones Eternos Malabares.

Garibay le comenta a Ricardo Venegas: “Oyendo hablar a los personajes uno va descubriendo cómo es la vida que uno ha escogido para hacerla novela; el habla es la vida, la lengua es la vida; si uno ve la lengua, la conoce y la domina, uno sabe cómo es la vida de esos personajes”. Y más adelante, refiere: “Yo hubiera querido ser un padrote insigne como mi personaje Eleazar de La casa que arde de noche, sí, me hubiera gustado mucho, hubiera querido ser un pistolero letal, como uno de mis dos personajes de Par de reyes, sí, evidentemente; uno querría ser todo un señor del mundo como Eleazar de Triste domingo; uno quería alguna vez haber vivido un amor como el de Fabián por Alejandra en Triste domingo, sí, pero uno acaba siendo un pobre escribano que escribe casi el dictado, ha buscado los personajes, y los personajes han surgido ellos solos, no sé de dónde”.

Gracias a una respuesta que Garibay le da a Venegas, entendemos la principal razón del estilo garibayesco y suelta un nombre esencial: Miguel de Unamuno. Argumenta el escritor hidalguense: “Una muno es el que propone: hay que escribir como se habla, hay que hablar como se escribe. Algunos podemos hacerlo”.

Varias veces Garibay reconoció que dedicarse a escribir no le provocaba dolor o sufrimiento como a otros autores, sino placer. Descubrir la frase deseada “era una forma de orgasmo”, llegó a decir. Hablar de literatura, dar conferencias, aparecer en televisión, dar clases, ser un guía para las nuevas generaciones que deciden incursionar por el camino de la narrativa, entre otras actividades literarias. Así lo demuestran sus intervenciones en medios electrónicos, es la voz enfática que revela y analiza quiénes son los autores que le entusiasma leer. La lista comienza con la Biblia, la Ilíada y la Odisea; y luego desfilan San Juan de la Cruz, Proust, Joyce, Faulkner, Wassermann, Melville, Vasconcelos, Alfonso Reyes, Gabriel Miró, García Lorca, Papini, hasta Hemingway y una pléyade de autores franceses, ingleses, alemanes, estadunidenses y mexicanos del siglo XX. Y a esa lista habría que añadir, después de leer Sendas de Garibay, a Miguel de Unamuno.

En ese tono de recomendación, quizá de confidencia, Garibay le revela a Venegas cuál es la tarea del escritor: “Escribir con toda el alma lo mejor posible”, sentencia. “Entregar sin reservas todo lo que se es y contar aquello que se siente necesario contar. Si hay recetas ésta es una de las pocas: escritor, a escribir lo mejor que puedas y aquello que más te lastime, eso, nada más”.

La frase final recuerda cuándo Garibay decidió escribir sobre los últimos días de la vida de su padre. Para sorpresa de Garibay, pese a que se entregó más años a la escritura de Par de reyes, se habló más de Beber un cáliz (1965), un ensayo autobiográfico sobre la muerte de su padre, prosa que encuentra resonancias en el libro a caballo entre la memoria y la crónica que es Fiera infancia y otros años (1982).Explica lo mucho que le costó escribir sobre su padre y que alguna vez pasó por su mente la posibilidad de añadir una visión más crítica de su progenitor, como lo hace en Fiera infancia. Sin embargo, el escritor refiere que no hubiera sido buena idea expresar todo ese odio que, con el tiempo, con años de psicoanálisis, se diluyó. Cuando el escritor mira hacia el pasado con madurez, lejos de fanatismos religiosos, su visión se construye de otra manera, sin rencor. ¿Acaso llega un momento en que Garibay se asume como su propio padre y, al hacerlo, nadie puede herirlo? Nadie, ni siquiera sus colegas escritores con quienes tuvo ciertas desavenencias.

El pasado es como agua de un charco, estancada, putrefacta. Los seres humanos no somos los mismos, cambiamos, fluimos. Al narrador le toca romper esos moldes con los que fue criado, ardua tarea.

La segunda parte del libro Sendas de Garibay es una breve biografía sobre Ricardo Garibay que, a diferencia de otras, cuenta con la columna vertebral de las entrevistas que sostuvo con Ricardo Venegas, otros entrevistadores y escritores que fueron sus coetáneos. Aquí es donde conocemos a un Garibay con una sólida poética, una visión muy clara de lo que quiere escribir y qué rumbo va a tomar. Es un viaje por ese “realismo iracundo” que denominó Martha Robles.

Así vemos, como analiza Venegas, que Garibay entendió con Juan de Mairena que la literatura es lo que pasa en la calle. En ese sentido, habría que recordar también la aportación literaria de Pérez Galdós con sus Episodios nacionales, quien dominó un tipo de ficción histórica basado en una escrupulosa investigación: usaba informes, artículos de periódicos y retratos de testigos. Al parecer nada escapaba de su mirada crítica, pues se proponía ser preciso, directo, una especie de sociólogo y conocedor de la conciencia humana. Sus historias quedaron impregnadas de realismo, salpicadas de datos exactos y acontecimientos históricos. Atento observador de las mujeres (solteras, casadas y viudas), supo retratar los estados de ánimo de los madrileños; además mostró que tenía conocimiento de los estados psicológicos de las personas y cierta empatía ante situaciones que les provocaba desasosiego.

Este libro es una útil herramienta para quienes todavía queremos seguir indagando en las letras de Ricardo Garibay, uno de los escritores más notables de México en el siglo XX. Porque como bien lo sabía el narrador; escribir, desnuda; leer, cobija. Y todavía tenemos la buenaventura de seguir cobijados por los libros de Ricardo Garibay.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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