Llama la atención la capacidad de Irene Nemirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942) para escudriñar, pacientemente, cómo se comportan los seres humanos. Construye un caleidoscopio de sensaciones, sentimientos, todo un catálogo de variopintas reacciones, para hacer que los lectores reflexionemos con esta especie de disección a la sociedad.
Su novela más famosa El baile (1930) acaso puede emparentarse con el cuento de Leonora Carrington “La debutante”, en donde una joven no desea figurar en el baile organizado su madre para presentarla en sociedad y se le ocurre que su amiga, la hiena, podría ocupar su lugar mientras ella pasa el tiempo leyendo Los viajes de Gulliver. La hiena toma su sitio, pero antes asesina a la sirvienta para poder usar su rostro y así lograr que no noten que no es un ser humano. Exhibe lo intrincado que puede ser el laberinto que se erige en el inconsciente. La historia guarda cierta similitud con El baile, novela corta de Irene Nemirovsky en donde también queda reflejada la insatisfacción de una joven ante la intempestiva necesidad de la madre de organizar una fiesta lujosa e invisibiliza las necesidades afectivas de su hija; la madre, en ambas autoras, encarna a la mujer que quiere dar salida a una de sus frustraciones de juventud al orquestar una fiesta pensando más en ella que en su hija.
“El punto es que en un cuento de hadas sabríamos que no es una hiena, mientras que en las historias de Carrington las hienas siempre son reales”, puntualiza en Kathryn Davis y añade: “Amable lector, lector devastador, lector con el corazón roto, lector voraz, el mundo que Leonora Carrington rechazó tantos años atrás nunca desaparecerá, con sus crueldades y sus reglas sin sentido. Cosas indecibles te sucederán, pero tendrán lugar en un universo en el que el hedor de una hiena sentada a la mesa lo cambiará todo”. Aunque en la novela de Nemirovsky no aparecen hienas o seres salidos de cuadros surrealistas, la mirada de la joven aterrada por un baile en sociedad, repleto de falsedades y poses, es muy similar a la chica del cuento de la narradora inglesa.

Leer a Nemirovsky es acercarse, con sentido crítico, a escenas naturalistas en donde ha germinado la inquietante semilla de la desolación. De esta manera expone, con buenos resultados, la crítica social a la banalidad, a los desencuentros amorosos y a la idea de una religión que se sigue más por costumbre que por convicción. La prosa que vierte en sus novelas sorprende por su ironía y visión moderna, tanto del mundo como las relaciones familiares en decadencia. Quien se asome a los libros de Nemirovsky encontrará a una autora reveladora. Comenzó a escribir siendo muy joven, impulsada por sus lecturas de Huysmans, Oscar Wilde, Maupassant y el pensamiento de Platón. El método de escritura que suele usar es del de Turgueniev, de quien asimila la técnica de documentación paralela o previa a la escritura de la novela.
Una fecha fatídica llegó para la escritora y su familia, se trata del 13 de julio de 1942. En Borgoña, Francia, fue detenida por “apátrida de descendencia judía”. Sabía que su destino era incierto, o que quizá jamás volvería a ver a sus hijas. La escritora se despidió de sus pequeñas de trece y cinco años, diciéndoles que se iba de viaje. Un mes después, fue asesinada en un campo de concentración. Ese mismo año, las niñas perdieron a su padre, Michel Epstein, quien también fue exterminado en Auschwitz. Las niñas no dejaron de visitar la estación de trenes acompañadas de su niñera, pues confiaban en que su madre regresaría a su lado.
Los años pasaron y ellas atesoraban cada recuerdo de sus padres. De su madre, una maleta con papeles y diarios. La hija mayor, a fines de los años noventa, donó esos papeles al Institut Mémoires de l’édition contemporaine (IMEC), en Caen (Francia). En esa institución se dieron cuenta de que había novelas inéditas de Irene Nemirovsky y que no se trataban de diarios como se había pensado. De tal modo comenzó el fenómeno editorial en torno a Nemirovsky, en 2004. Según parece esa maleta ha seguido dando aportes, pues han continuado con la publicación de otras novelas como es el caso de Ardor en la sangre.
Aquí no está otro personaje femenino, sino que es el relato de Silvio, un hombre maduro que no se casó, y que se relaciona bien con los habitantes de un pueblo francés. La vida costumbrista, en una aparente rutina que anestesia cualquier momento de intriga, se ve reflejada en estas páginas. Mujeres no cuestionan su situación limitante, sino que aceptan lo que la vida quiera entregarles, pues para ellas ya es una ganancia gozar de buena salud, tener una familia y un esposo que las procure. A veces el rol de las mujeres está más cercano al de hermanas mayores que al de una madre, dado que deben tener una actitud dócil frente al marido, como si en realidad se tratara de su padre. Ante esa situación no queda mucho que hacer porque las reglas sociales así lo imponen.
En el poblado francés, al resguardo de un bosque siempre verde, ocurre un crimen. Este asesinato despierta la conciencia de muchos de los pobladores y, de forma inevitable, surge una verdad. El secreto se revela después de años. A la luz de los nuevos acontecimientos, las conciencias se cimbran; acaso más la Silvio.
Hay cierta afinidad con Dostoievski y Las noches blancas (1848), cuento largo o novela corta: el protagonista confiesa su enamoramiento y recibe la negativa como latigazo en carne viva. Con una conclusión desgarradora: “Dios, un momento de felicidad, ¿no es eso suficiente para colmar una vida?”
Irene Nemirovsky es una novelista que sigue convocando lectores. El rescate de sus obras ha sido una proeza literaria que, desde hace más de dos décadas, no ha dejado de interesarnos al mostrar los claroscuros del alma.