Política

De tolerancia, discriminación y corrección política

Soplaban los vientos electorales del 2000, y para la edición nacional de MILENIO se me encargó una entrevista –que jamás vio la luz en su versión original- con el abanderado de la candidatura testimonial del Partido Democracia Social a la presidencia de la República, Gilberto Rincón Gallardo.

En algún punto de la charla, el candidato alertó –al menos de manera retórica- de los riesgos de la nueva ola de corrección política que en cierta ala progresista de la sociedad se empezaba a levantar: en el fondo era una manera sutil de discriminación a la inversa, ya que la tolerancia al mal entrañaba intrínsecamente una intolerancia al bien.

Y aunque pareciera evidente llegaría un tiempo en que no escandalizaría a nadie su dictadura, debido al relativismo moral: ¿Cómo discernir entre uno y otro si todo es relativo?

Lamentablemente, como dije, la entrevista no se desplegó a profundidad debido a la marginalidad de su partido. Igual suerte corrió otra charla que tuve con Marcelo Ebrard, a la sazón candidato del membrete denominado Partido Centro Democrático, a la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal.

En aquellos tiempos era totalmente válido asignar una visibilidad en las páginas de los diarios a los personajes en función directamente proporcional a su representatividad ciudadana. Nada más, pero tampoco nada menos.

Así que nadie se desgarraba las vestiduras por un par de párrafos en la sección de breves, si así el editor lo jerarquizaba. No había normas legales de una pretendida (in)“equidad” ni IFE que lo sancionara (aún).

Hoy todo ha cambiado de manera tal, que un nimio incidente como el del comediante Chumel Torres -cuyo trabajo puede tener o no tufos clasistas- y desencadenar gracias a los progres revolucionarios del tuiter y feisbuq cambios en instituciones como el Conapred y la salida de su titular, Mónica Maccise.

Más aún, el linchamiento fue tal que a Chumel le suspendieron su programa en una cadena estadunidense de televisión de paga.

Esta semana, en Morelia, fue vandalizada la escultura a Fray Antonio de San Miguel, un obispo humanista del siglo XVIII, simplemente porque a algunos, sin el conocimiento y contexto suficiente, creyeron ver racismo y opresión en ella, cuando el clérigo fue, según diversos historiadores serios, un ejemplo viviente de todo lo contrario.

Ciertamente como sociedad aún hay largo trecho por recorrer hacia el ideal de un ejercicio pleno de derechos, pero no puedo dejar de advertir que, si seguimos por ese camino, el único destino posible es el absurdo.

Si en aras de un progresismo mal entendido sigue cundiendo la dictadura de la corrección política llevada al extremo, no queda más que desmantelar la memoria de la civilización y asfixiar cualquiera de sus actuales manifestaciones.

Y no van a parar hasta demoler lo que queda del Coliseo romano.

Periodista de investigación. Ex servidor público de carrera

mario.arteaga@milenio.com

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Mario A. Arteaga
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