La política de demolición de instituciones que han aplicado las dos últimas administraciones federales ha provocado reacciones ciudadanas de rechazo, patentes en las marchas multitudinarias y pluricitadinas del 13 de noviembre de 2022, del 26 de febrero de 2023, y las del 18 de febrero y 20 de mayo del 2024. Cientos de miles de mexicanas y mexicanos salimos a las calles de entre sesenta y cien ciudades del país para exigir el respeto a instituciones democráticas como el INE, el Poder Judicial, los órganos autónomos, así como la competencia electoral en condiciones de equidad.
La mayor parte de los que salimos a protestar a las calles fuimos mayores de 40 años. Los jóvenes participaron de manera marginal, pero significativa. Los denominados milennials y centennials nacieron en un entorno de paz social, con derechos salvaguardados por instituciones fuertes creadas en los últimos 30 años. La democracia electoral fue una realidad desde 1997, y se avanzaba lento, pero seguro, hacia la democracia social. Esta afirmación se soporta en la evolución del índice de desarrollo humano entre 2000 y 2022 (http://t.ly/FvHNf).
Hasta el 2000 las marchas de protesta fueron patrimonio de la izquierda, primero de la izquierda militante y a partir de 1997 de la oficialista, que copió los métodos de acarreo y teatralidad de las manifestaciones multitudinarias de la vieja hegemonía priista. Pero en 2004 se volteó la tortilla: los ciudadanos comunes retomaron la iniciativa callejera cuando el 27 de junio se desplegó la enorme “Marcha Blanca” o “Marcha del Silencio” en la CDMX y otras localidades del país. El clamor social se alzó en contra de la ola de violencia criminal que ya era intolerable desde entonces, con el pasmo de las autoridades federales y locales. El jefe de gobierno López Obrador la calificó como la “marcha de los fifís”.
El sábado 15 de noviembre pasado nuevamente la sociedad civil se lanzó a las calles de cincuenta ciudades del país. Pero ahora algo cambió: los impulsores fueron los chicos etiquetados como la “generación Z”, nacidos entre mediados de los años noventa y la primera década del siglo XXI: jóvenes en edad universitaria o de reciente inserción al mercado de trabajo. Ellos convocaron, pero fueron seguidos por una enorme variedad de componentes sociales y etarios: el movimiento del Sombrero, las madres buscadoras, las feministas, los trabajadores del estado y del poder judicial, la clase media informada, los agraviados por el crimen incontenible, los universitarios, los campesinos sacrificados por el mercado, los defraudados por la demagogia populista, etcétera.
En Guanajuato tuvimos marchas considerables en León, Irapuato y Celaya. En la capital hubo una manifestación de alrededor de 50 chicos estudiantes de la UG, en particular de la carrera de Ciencia Política y de Derecho, que un par de días antes le habían aplicado una zarandeada de época al histriónico senador Fernández Noroña. En toda la república se vivieron jornadas de indignación y protesta, de rechazo a las políticas insanas del partido-movimiento en el poder. Pero tranquilas. Fue en la ciudad de México donde se le tendió una trampa a la movilización; el Zócalo se convirtió en una nasa de pesca: con una sola entrada y pocas salidas. El “bloque negro” se lanzó nuevamente para desvirtuar una manifestación opositora, y poder tacharla de violenta. Los policías y granaderos usados de carnada, y luego precipitados a reprimir con gases, escudos y violencia tumultuaria.
Luego supimos que muchos manifestantes se convirtieron en presos del régimen. Ninguno del bloque negro.