
No había vuelto a visitar Fort Worth desde hacía 30 años cuando era estudiante. En ese entonces solo existía el Museo de Arte Kimbell de Louis Kahn (1972), situado en una pradera del distrito cultural, al cual se entraba a través de una densa arboleda de olmos que han crecido notablemente. Frente a él se ha construido un pabellón en 2013, encargado al arquitecto Renzo Piano, y se han plantado hileras de robles entre ambos. La planta del nuevo edificio es una reinterpretación de su precedente inmediato, pero sin el espectacular manejo de la luz conseguido previamente por Kahn.
Pero lo que más me ha impresionado es el edificio contiguo, el Museo de Arte Moderno, proyecto de Tadao Ando, inaugurado en 2002. La secuencia de espacios comunes, espejos de agua, galerías y espacios a doble altura de este museo, simplemente superan cualquier otro que haya conocido anteriormente. Las fotografías que había visto no me motivaban a visitarlo, ya que retratan la estructura de pilares en forma de “Y”, la cual no es para nada la esencia del proyecto. Me ha parecido que la espacialidad del museo, sus proporciones, sus grandes alturas y el contraste entre espacios iluminados naturalmente, con vistas o sin ellas, son verdaderamente lo que le da una fuerte personalidad.
Aquí es donde cabe el argumento de Bolívar Echeverría sobre la cualidad dinámica de la experiencia arquitectónica, mediante la cual se puede visitar la misma obra una y otra vez sin que se repita dos veces la sensación que nos provoca.