En la vida real no hay Batmans contra villanos. Hay villanos enfrentándose entre sí, y cada uno está convencido de ser Batman.
En lugares como Ecatepec, Chalco o áreas de Tlalnepantla han comenzado a surgir líderes locales que se asumen como justicieros. Auténticos Batmans que, en realidad, son villanos. Personajes carismáticos, con amplia base social, que brindan “protección” a comerciantes, transportistas y vecinos, al tiempo en que cometen delitos de toda índole.
Uno de ellos, Alejandro Mendoza, alias El Choko, es líder de una asociación que, dependiendo de a quién se le pregunte, puede ser definida como autodefensa, banda de forajidos u organización criminal.
En el territorio, La Chokiza es un grupo querido que resuelve necesidades tangibles de la gente. Sus acciones van desde gestionar servicios públicos de agua o recolección de basura ante autoridades municipales, hasta proteger a comerciantes frente a la extorsión, representar a transportistas para evitar el cobro de piso, regalar juguetes, organizar fiestas o patrocinar al equipo juvenil de futbol.
Pero La Chokiza también es un generador de violencia que reproduce muchas de las prácticas que dice combatir: invasión de predios, préstamos con intereses usureros, extorsiones y la venta de impunidad a cambio de cuotas.
El Choko fue detenido hace unos días acusado de múltiples delitos. Por años despachó desde varias oficinas en Ecatepec. En la principal se le podía ver vestido de traje con un amplio escritorio de madera oscura decorado con un figurín de Batman y un cuadro a gran escala del Sagrado Corazón de Jesús. Se le conoce también por su cercanía a Sandra Cuevas, ex alcaldesa de la delegación Cuauhtémoc, y a Azucena Cisneros, actual presidenta municipal de Ecatepec.
Es aquí donde la realidad comienza a superar la ficción: en las periferias urbanas, los aliados principales de los justicieros como El Choko no son, como en los cómics, otros justicieros de menor monta. Acá son políticos y políticas con fuertes ambiciones de poder. Batichicas de la vida pública que se unen a los justicieros en relaciones mutuamente parasitarias.
El acuerdo que traban es sencillo pero poderoso. Las agrupaciones creadas por los justicieros proveen de votos y capacidad de movilización a las políticas. A cambio, las políticas ayudan a las agrupaciones a realizar gestiones y miran al otro lado cuando éstas violan la ley. El círculo se cierra sin héroes, solo con villanos. Todo en escala de grises.
La Chokiza es una de docenas de organizaciones similares. Ahí están Unión 300, Los Mayas, Gente Delos, ACME, USON o diversas organizaciones que se autodenominan “sindicatos”. No resulta extraño ver a los dirigentes de estas organizaciones en actos públicos, retratados junto a figuras políticas locales, federales o incluso logrando ellos mismos ser diputados locales o regidores.
Los líderes de estos grupos con frecuencia saben que son identificados como criminales, pero lo consideran un estigma. Una mentira dicha para desprestigiarlos. Para ellos, los verdaderos criminales son los policías que abusan del poder del Estado y otras bandas criminales con las que se confrontan. De ser entrevistado, Batman diría exactamente lo mismo.
Así, en la periferia de la Ciudad de México, todo sucede de cabeza y al mismo tiempo. La falta de gobierno ha creado una demanda desatendida de justicia que perversamente ha sido satisfecha por grupos de justicieros privados que tarde o temprano terminan convertidos en delincuentes, políticos o ambos. Un fenómeno tan sociológicamente fascinante como perverso que, de no ser detenido de tajo, terminará por carcomer a la política entera.
Lo contenido en este texto es publicado por su autora en su carácter exclusivo como profesionista independiente y no refleja las opiniones, políticas o posiciones de otros cargos que desempeña.