Cada 24 de marzo se conmemora el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Esto fue iniciado gracias a la iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidad, en diciembre de 2010.
Este derecho no solo busca honrar la memoria de quienes han sido víctimas de crímenes de Estado, sino también garantizar que la verdad sobre los hechos de violencia institucional no sea borrada ni manipulada por quienes ostentan el poder. Es un derecho que protege la memoria colectiva y permite a las sociedades exigir justicia, reparación y garantías de no repetición.
El derecho a la verdad es crucial porque permite a las víctimas nombrar lo ocurrido, comprender su impacto y construir procesos de reparación que no dependan de las narrativas impuestas por quienes buscan ocultar o minimizar las violencias. Además, es fundamental para las víctimas y sus familias quienes enfrentan, además de sucesos que les vulneran, procesos de duelo, resistencia y lucha en medio de la impunidad y el difícil acceso a la justicia. Para muchas personas, acceder a la verdad no solo significa conocer los hechos, sino también encontrar reconocimiento y dignidad en sus historias.
En una sociedad como la nuestra, la verdad muchas veces es desvalorada. Se nos enseña a desconfiar de quienes la buscan y a minimizar su importancia, reduciéndola a un asunto de percepción o a una disputa de versiones. Esta desvalorización impide que muchas personas comprendan la trascendencia del derecho a la verdad y la necesidad de defenderlo. No se trata solo de conocer hechos pasados, sino de garantizar que no se repitan las violencias, de generar conciencia colectiva y de construir sociedades basadas en la justicia y la dignidad. Entender la verdad como un derecho implica reconocer que su negación perpetúa la desigualdad y la impunidad.