Como ocurre con la globalización y con muchos otros movimientos socioeconómicos contemporáneos, la gentrificación genera ganadores y perdedores. Las recientes protestas en la Roma y la Condesa, dos de las colonias más emblemáticas de Ciudad de México, reflejan el malestar de muchos vecinos que sienten que su forma de vida está siendo trastornada por invasores.
Pese a que la situación es compleja, el balance de la gentrificación me parece claramente positivo. Y, sobre todo, inevitable. Frenarla no solo es indeseable, es prácticamente imposible. Los intentos por contenerla suelen ser contraproducentes. Lo sensato es no pelear contra ella, sino mitigar sus efectos negativos, en particular, la escasez de vivienda accesible en zonas urbanas.
Los beneficios de la gentrificación son fáciles de apreciar: detona inversión, genera empleos, mejora infraestructura, impulsa el comercio local y, en general, revitaliza zonas enteras. En la Roma y la Condesa se han construido hermosos edificios, abierto restaurantes de primer nivel, rehabilitado parques y fachadas y renovado espacios que llevaban años abandonados. Para los dueños de inmuebles, el alza en el valor de sus propiedades representa un crecimiento en su patrimonio.
Pero lo que es una buena noticia para unos, puede ser un golpe para otros. A medida que llegan nuevos habitantes con mayor poder adquisitivo, suben las rentas y se encarecen los servicios. Vivir en la zona se vuelve inalcanzable para muchos y algunos terminan desplazados.
Plataformas como Airbnb amplifican el fenómeno. Departamentos que antes se rentaban a largo plazo ahora se convierten en alojamientos temporales para turistas. Inversionistas compran propiedades no para vivirlas, sino para especular.
Las protestas de la semana pasada son una expresión legítima de frustración. Lo preocupante es cuando desembocan en violencia y xenofobia. Letreros con mensajes como “Fuera gringos” y “No se van a ir, los vamos a sacar”, no ayudan en nada. La culpa no es de los turistas. Al contrario, generan valiosos empleos e ingresos para la ciudad.
¿Qué hacer? Una propuesta recurrente es imponer controles de renta. No puedo estar más en desacuerdo. Limitar artificialmente la rentabilidad de una propiedad disminuye los incentivos para mantenerla, renovarla y construir nuevas. Tampoco soy fan de gravar viviendas vacías y regular aún más a plataformas de renta temporal. Aunque menos destructivas que el control de rentas, estas medidas no resuelven el problema de fondo. La verdadera solución está en fomentar la oferta de vivienda accesible. Algunas opciones que vale la pena explorar son eliminar regulaciones innecesarias para construir y flexibilizar el uso de suelo.
La gentrificación no es exclusiva de la Roma y la Condesa. Es global. El alza en el costo de la vivienda urbana es uno de los problemas más retadores que enfrentan las ciudades. Más nos vale dejar de pelear con la realidad y empezar a buscar la manera de apoyar a los perdedores.