Debatible, polémica y confrontativa resulta la palabra discriminación y sus múltiples aplicaciones. La gratísima aparición en el llamado séptimo arte (cine) de Yalitza Aparicio Martínez, la joven maestra (graduada en educación preescolar) y actriz oaxaqueña de origen indígena, desató los endebles nudos con que amarramos nuestro pensamiento racista en México. Cierto: los mexicanos somos los peores enemigos de los mexicanos.
Y si bien la historia de la humanidad está plagada de episodios emblemáticos de discriminación y racismo, es lamentable enterarse de la sarta de estupideces que se hizo pública contra quien, en este caso Yalitza (nombre que significa luz, poder, imaginación), de manera natural, espontánea y libre se colocó en alturas insospechadas y saltó a la fama mundial gracias exclusivamente a su talento natural. Ignoro si ella continuará en ese medio tan lleno de espejismos y mediático, pero lo que sí quedó claro es que su sencillez, virtudes, humildad y atributos la colocaron donde muchas y muchos metidos en ese ambiente jamás alcanzarán hayan estudiado en las mejores academias, sean bellas o galanes o esgriman lo que quieran.
Lo de Yalitza, desde la discriminación de que fue y quizá siga siendo objeto, hace ver que como sociedad estamos muy lejos de ser una sola, madura, solidaria, nacionalista, inteligente. La discriminación y racismo asomaron de inmediato en su persona, pero se mantiene latente en la política (los partidos como mejor paradigma), en oficinas públicas y empresas privadas, en el inagotable tema social, entre ricos y pobres, en las delicadeces de la prensa y sus comentaristas, en la sexualidad y el sexismo, entre niños, jóvenes, adultos y ancianos, regiones (Saltillo-Torreón; Durango-Gómez Palacio) y religiones, etcétera.
Vivimos en una sociedad enmascarada donde las transgresiones, atrás de la hostilidad discriminatoria, nos agreden sin darnos cuenta ahora que todo tiende a “normalizarse”, a ser parte del paisaje cotidiano. En la Laguna no se diga. Las políticas públicas caen en ese comportamiento. Echen un vistazo al “desarrollo” de la Zona Metropolitana, a los municipios, fraccionamientos, colonias y sectores poblacionales, a la cada vez mayor acentuación de los desequilibrios sociales y sus (ir)reales opciones de bienestar. Así somos. Así estamos.
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