Política

Sólo lo pensé, y mejor caminé

  • Columna de Juan Noé Fernández Andrade
  • Sólo lo pensé, y mejor caminé
  • Juan Noé Fernández Andrade

Pensé en escribir y comentar lo que fue el segundo informe del gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas. Solo lo pensé.

De igual manera sucedió con el tema de la renuncia –obligada o no- del Fiscal Alejandro Gertz Manero. También de las distintas –y millonarias- obras civiles en Torreón, que nomás no resuelven nada y sí empeoran más las cosas. 

O de la desatada promoción de las imágenes de las alcaldesas de Gómez Palacio, Betzabé Martínez Arango, y de Lerdo, Susi Torrecillas, que ya suspiran por otra candidatura que las lleve a Durango capital. 

Del interminable atraco de los quitaplacas en el centro de Torreón, y de los agentes de Vialidad que multan y multan “porque debemos cubrir una cuota diaria”, dijeron a quien esto escribe. ¿De la UAdeC? Mmm, mejor no.

Total: muchos temas, muchas conjeturas, muchas críticas alrededor de ellos. 

Puntos que dan para revisar, analizar y concluir que, como dijo un profe de primaria ya retirado: Noé, todo es corrupción, ineficiencia y burla a la gente.

Por eso, el resto de esta columna comentaré sobre la exuberante riqueza literaria que da el caminar, a veces lento a veces aprisa, por las avenidas Hidalgo y Juárez, de ida y de venida, pues. 

Recorrerlas a partir de la Ramón Corona y de la Múzquiz, por ejemplo, para observar, oler y escuchar a la gente, formar parte de ella durante un buen rato. 

Mirar sus ojos, meterse en sus miradas, escudriñar sus rostros de niños, jóvenes, adultos, mayores, ancianos. 

Unas en el esplendor de la edad, otras que van no sé a dónde. 

Caras de jovencitas y mujeres más grandes pintadas con fineza o estilo grotesco, de tenis de mil estilos o zapatos, plataformas, chanclas; de pantalones casi siempre de mezclilla rasgada, faldas, vestidos y playeras o blusas de colores chillantes imperdibles, algunos desgastados. 

Cabelleras negras, de pelo lacio, ondulado, rizado, o pintadas de negro y de más negro o de rojo o de azul o de verde o de naranja… y de los que les cuelgan lo que sea, como de sus orejas perforadas y muñecas, brazos y cuellos tatuados. Una que otra u otro darketa, no falta.

Ahh, pero hace ya años que llaman mi atención los cuerpos. 

Lamento mirar fisonomías descuidadas, afectadas por los pésimos hábitos de comer lo que caiga: gordas, gorditas, burritos, lonches, tamales, duritos con salsa, tacos, bolsas de frituras que son un verdadero negocio ante la demanda del público, carne y más carne. 

Anatomías, y lo digo sin ofender, gordas, muy gordas, robustas, de monumentales e increíbles barrigas que se desparraman pa’ todos lados porque han acumulado montones de grasa. 

Sí, por supuesto que veo cuerpos cuidados, muchos de gimnasio, uno que otro u otra musculosa. 

No faltan, claro, los cuerpos atractivos. 

Tampoco los muy muy delgados, flacos, pues. Los hay lastimados, disminuidos o afectados en alguna de sus partes, atrofiados, individuos de lento caminar, que se apoyan en un bastón, o que transitan en sillas de ruedas (aún con el deplorable estado de muchas banquetas). 

Ahí van, paso a paso, viendo, oliendo y respirando todo lo posible e imposible en las dos avenidas con ríos de gente, en pleno centro de la ciudad, donde hay negocios y más negocios donde venden e invaden el paso peatonal, como los ambulantes, y bocinas con volúmenes estruendosos, puestos de comida y antojitos aceitosos para los bolsillos que quieran y puedan, calzado con vales (¡pague hasta 2026!), ropa exterior e interior ídem, accesorios desechables, telefonía celular al por mayor -en pagos chiquitos como el millonario que incumple con sus impuestos-, bicicletas, patinetas, ventiladores, calefactores, herramienta, bolsas para la basura, artículos religiosos, ya ropa de invierno, tenis made in Tepito. 

Y allá en el Mercado Alianza, lo visto es inmenso mar de inagotable contenido, es un mundo aparte, único, popular y populoso, de dichos y hechos que le son propios al vecindario, al barrio, a la raza que vive, sobrevive y pervive ahí por generaciones; dueña de expresiones lingüísticas que pronuncian con un tono elevado y preciso en el tino. 

¿Y qué es lo que no veo en la Alianza? No veo falsedad sino realidades, no veo exquisiteces sino latigazos de verdad, no huelo perfumes ni lociones caras, pero sí la piel, el sudor, los olores a comida y a desechos, a desperdicios, a basura maloliente que de repente apesta y su olor se vuelve nauseabundo.

Estoy en Torreón, camino su centro que sí es histórico incluso en su fealdad. 

Voy una y otra vez, me adentro en ese mercado popular histórico, debo ver a su gente, platicar un rato, hacerme partícipe de ese segmento estratificado. Antojerías, cantinuchas, música norteña, violenta, brava. Gente ajena a la gente que le es ajena. 

Gente que pasa y pasa, que camina y camina, que habita, que huele y duele, que grita y ríe y sonríe, y con unos callejones que darían motivo para escribir una vez y otra vez de ese Torreón que a partir de su constancia de ser auténtico, permanece. 

Ese Torreón alejado de los informes de gobierno, de los cambios de funcionarios, de que si esto o lo otro, de que si hubo un fraude u otro, de que si aplaudieron tantas veces a la autoridad. 

No, nada de eso. Aquí la vida es de veras.

Caminar Torreón ahí, como en sus colonias periféricas me han dado una ciudad que hecha mía a partir de vivirla así, cerca de ella, de día y de noche, donde ese núcleo de habitantes no se enmascara para salir a luchar sino que se aferra a quién sabe qué.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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